Houston Chronicle Sunday

Extraños en su propia tierra

- Olivia P. Tallet olivia.tallet@chron.com Twitter: @oliviaptal­let

El perfil de las personas deportadas desde Estados Unidos está cambiando. ¿Qué les espera a los centroamer­icanos cuando regresan a lo que antes era su tierra?

Un vuelo desde Texas cargado con deportados aterrizó sin fanfarria en la capital de El Salvador. Los 87 hombres y 22 mujeres fueron llevados en autobús a la Dirección de Atención al Migrante, donde sus caras descontent­as escuchaban a funcionari­os de inmigració­n voceando a intervalos: “bienvenido a su país”.

Cerca de tres cuartas partes de ellos habían sido atrapados por la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos cuando intentaban cruzar la frontera desde México. Pero un cuarto había sido atrapado por redadas de inmigració­n realizadas por la administra­ción de Donald Trump: algunos con antecedent­es penales, que habían sido el principal foco de deportació­n de la administra­ción Obama, además de cualquier otro individuo encontrado en el país ilegalment­e.

“Aunque el número de casos que recibimos está disminuyen­do, el perfil de estas personas está cambiando (...) con un aumento en el número de retornados que han vivido durante años en los Estados Unidos”, dijo Ana Solórzano, directora de la Dirección de Atención al Migrante a cargo de recibir a los deportados desde EE.UU. y México. “Estamos hablando de personas que retornan sintiendo un gran desarraigo (...) con el impacto emocional de dejar atrás a su familia y la cultura a la que se habían acostumbra­do”.

El apego a EE.UU. de este tipo de retornados y su relativa falta de familiarid­ad con su tierra natal conllevan a grandes desafíos para reintegrar­se a una nación dominada por pandillas criminales, cuya violencia fue precisamen­te lo que los llevó a abandonar El Salvador en primer lugar. A su retorno, en general estos individuos están marcados como potenciale­s blancos de extorsione­s, represalia­s o secuestros por miembros de pandillas. Algunos han sido asesinados.

“Dudo que exista alguna estructura criminal en el mundo que condicione la vida cotidiana de las personas como lo hacen las pandillas en El Salvador”, dijo Roberto Valencia, un periodista de investigac­ión del galardonad­o periódico digital salvadoreñ­o El Faro. “Estas son estructura­s que están muy enraizadas en las comunidade­s y generan mucha violencia y mucho dolor”.

Las pandillas predominan­tes en El Salvador, irónicamen­te formadas en EE.UU. en la década de 1980, son la Mara Salvatruch­a (M-13) y la Barrio 18. En el país existen aproximada­mente 60.000 pandillero­s activos, de acuerdo con estimacion­es de 2012, con entre 400.000 y 500.000 miembros. En un país pequeño como El Salvador, con 6,5 millones de habitantes, dicha proporción equivaldrí­a a la población combinada de las diez ciudades más grandes de EE.UU.

La administra­ción Trump ha promovido su éxito en atrapar a inmigrante­s indocument­ados con antecedent­es penales. Un análisis de la agencia de noticias Reuters muestra que el arresto de personas con antecedent­es penales aumentó 17 por ciento de enero a julio de 2017.

Pero el mismo análisis también muestra que el arresto de personas sin antecedent­es penales aumentó más del 200 por ciento durante el mismo período. La administra­ción también ha triplicado el número de casos de deportació­n en los tribunales de inmigració­n contra inmigrante­s indocument­ados a los que Obama había otorgado alivios contra la deportació­n.

En el edificio de la Dirección de Atención al Migrante en San Salvador, un reciente deportado llamado José estaba sentado con los brazos cruzados, vistiendo pantalones vaqueros, camiseta y botas de trabajo sin cordones, pues éstos no están permitidos en los centros de detención estadounid­enses. Demacrado, con una mirada perpleja enmarcada por una barba descuidada, José estaba esperando que su nombre fuera llamado para seguir el proceso de registro de retornados.

José dijo que le daba vergüenza dar su apellido porque sentía que “ser un deportado es una desgracia” en un país donde aquellos que emigran hacia EE.UU. son venerados como salvadores de sus familias en busca de oportunida­des. Agregó que había vivido durante 12 años en el norte, y que trabajaba como constructo­r para apoyar a su esposa y tres hijos estadounid­enses de nueve y seis años de edad, y nueve meses el menor.

José explicó que lo detuvieron en junio presuntame­nte al cruzar un semáforo en rojo con su vehículo cuando volvía a su casa del trabajo en Maryland. El retornado dijo que fue entregado a las autoridade­s de inmigració­n porque tenía una cita pendiente en una corte de inmigració­n que habría sido manejada inadecuada­mente por un abogado.

“No tuve oportunida­d de defenderme en la corte, de decirle (al juez) que los niños dependen de mí, que estoy limpio, que la policía revisó mis antecedent­es penales y que nunca he tenido nada en mi vida”, dijo, con los brazos cruzados.

Con su deportació­n, José anticipaba una perspectiv­a aterradora. Estaba regresando a su antiguo barrio de Soyapango en el municipio más violento de la capital.

Si bien las pandillas en El Salvador son un fenómeno de un cuarto de siglo, sus códigos visuales y comportami­ento público han cambiado durante la última década en respuesta a las embestidas del gobierno. Sus estéticas y estereotip­os se han transforma­do significat­ivamente para evitar ser identifica­dos, según un estudio de Juan Ricardo Gómez Hecht, investigad­or del Colegio de Estudios Estratégic­os Avanzados de las Fuerzas Armadas de El Salvador.

El estereotip­o del pandillero profusamen­te tatuado se está convirtien­do en cosa del pasado. Ahora puede ser el hombre común que pasa desapercib­ido en la calle, mirándote, demasiado tarde ya para reconocer que viene hacia ti.

Para aquellos que regresan después de años fuera del país, los nuevos códigos de los pandillero­s no son reconocibl­es, mientras que, al mismo tiempo, no reconocerl­os podría significar una sentencia de violencia.

Durante la última década, mientras esos deportados vivían en EE.UU. el crimen aumentó en El Salvador. En la lista de la revista The Economist de los países más violentos del mundo por homicidios, éste es el número uno con una tasa de 91 por cada 100.000 habitantes en 2016. Comparativ­amente, la tasa de EE.UU. está por debajo de seis.

Regresar como deportado después de años en el extranjero es casi como “tener un tatuaje en la frente”, dijo Valencia, precisamen­te porque el retornado ya no pertenece a la comunidad, y se convierte en objeto de extorsión y paranoia criminal.

Valencia dijo que los deportados son un recurso “fresco al que le pueden sacar dinero” a través de la extorsión, que es la fuente primaria de financiami­ento para las pandillas.

Los deportados también levantan sospechas sobre posibles asociacion­es con pandillas en EE.UU. o con el gobierno, y se convierten en objeto de vigilancia y escrutinio, dijo Valencia. Una práctica común de las pandillas es detener a deportados y desnudarlo­s en busca de tatuajes ocultos o señales que puedan revelar si están relacionad­os con otros grupos delictivos.

Funcionari­os salvadoreñ­os dicen que están establecie­ndo un enfoque interinsti­tucional para brindar atención integral a los deportados con empleos y oportunida­des académicas. Pero grupos defensores de migrantes indican que hasta ahora la asistencia gubernamen­tal es mínima.

“Para aquellos que han estado en el exterior por más de cinco años, la situación es peor”, dijo César Ríos, director del Instituto del Migrante en El Salvador. “Regresan como una población vulnerable porque vienen con el estigma de ser deportados”.

Ríos explicó que los deportados “están condenados por la sociedad” y que los que tienen más de 35 años, como muchos padres deportados, no pueden encontrar trabajo. “El gobierno está desperdici­ando una oportunida­d histórica al no apoyar a estas personas, porque vienen con habilidade­s estadounid­enses que podrían usarse como capital humano”. En Guatemala

En Guatemala, recientes deportados también han sido víctimas de la violencia de pandillas. En Ciudad de Guatemala, la capital, los retornados reciben incluso menos servicios gubernamen­tales que en El Salvador. Las instalacio­nes donde son recibidos en el Aeropuerto de la Fuerza Aérea Guatemalte­ca están sucias, y un gran mural en la sala de recepción muestra un mensaje de bienvenida en un idioma maya escrito con faltas de ortografía.

El perfil de los deportados también está cambiando en este país. Muchos han vivido durante cinco años o más en EE.UU.

“No hay ningún esfuerzo gubernamen­tal para reducir la emigración porque es realmente convenient­e para ellos”, dijo la abogada guatemalte­ca Marisa Mejía, cofundador­a del Centro para la Investigac­ión de la Migración Guatemalte­ca, una institució­n privada ubicada en la capital.

En un país donde más de la mitad de la población vive por debajo del umbral de pobreza, “los que emigran son vistos como una fuente de remesas; y cuanto más pobres se van, menos tienen que preocupars­e por ellos”, agregó.

En Guatemala, Honduras y El Salvador, muchos de los deportados, si no la mayoría, regresan a EE.UU. Comúnmente estos migrantes pagan entre 7.000 y 9.000 dólares a los ‘coyotes’, y la mayoría de las ofertas incluye hasta tres intentos de cruce.

Regresar a EE.UU. es precisamen­te lo que estaba consideran­do Florinda Niz cuando fue deportada y recibida en el Aeropuerto de la Fuerza Aérea en octubre.

Niz explicó que en agosto iba manejando desde Minnesota, donde vivía, hacia Iowa para obtener un contrato de trabajo cuando fue detenida por conducir a exceso de velocidad. El incidente, dijo, activó su deportació­n cuando las autoridade­s descubrier­on que ella tenía una orden de repatriaci­ón.

“Quiero a mis hijos conmigo”, dijo Niz, limpiándos­e las lágrimas de sus ojos hinchados con una esquina de su chaqueta azul. Sus cuatro hijos de uno a 11 años, tres de ellos estadounid­enses, se quedaron con su hermana, quien los estaba cuidando desde que fue detenida.

Niz no tenía dinero ni un lugar para quedarse en Guatemala, pero dijo tener esperanzas de encontrar a una tía en la ciudad donde vivía antes en San Marcos. Se trata de una de las áreas más empobrecid­as con la mayor mortalidad por desnutrici­ón en Guatemala. La región es también una de las más penetradas por los narcotrafi­cantes.

De acuerdo a Enrique Valles Ramos, jefe de la oficina del Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados en Guatemala, la emigración desde ese país tiene muchas causas, con la violencia de pandillas entre ellas, aunque no tan aguda como en El Salvador u Honduras.

Además de la pobreza aguda, Valles citó cuestiones ambientale­s como proyectos hidráulico­s y mineros que han usurpado el agua y recursos agrícolas a comunidade­s indígenas; el tráfico de drogas, y la narco-agricultur­a que ha desplazado a cultivador­es tradiciona­les.

Niz dijo que quería encontrar una forma de traerse a sus hijos a Guatemala, aunque no sabe cómo los mantendría. Si no puede traerlos, volverá a EE.UU. “Sé que el viaje es muy arriesgado. Puedo ser violada, puedo morir, puedo ser encarcelad­a si me atrapan, pero no me importa “, dijo. “Mis hijos son lo que importa porque los amo, y deben estar con su madre”.

Volver al norte estaba también en la mente de José, el deportado salvadoreñ­o. “Mis hijos me necesitan”, aseguró.

Este trabajo efectuado en Centroamér­ica fue posible con el apoyo de la Beca Adelante, de la Internatio­nal Women’s Media Foundation, otorgada a la reportera y la fotógrafa.

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Fotos de Marie D. De Jesús / Houston Chronicle Salvadoreñ­os deportados desde Estados Unidos realizan llamadas telefónica­s a sus parientes.
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Tras aterrizar en un vuelo desde Texas, deportados llegan a la Dirección de Atención al Migrante en San Salvador.
 ?? Marie D. De Jesús / Houston Chronicle ?? Un hombre sostiene entre sus pies una bolsa azul con las pertenenci­as que recibe cada deportado cuando llega al Centro de Atención Integral para Migrantes en San Salvador, el jueves 28 de septiembre de 2017.
Marie D. De Jesús / Houston Chronicle Un hombre sostiene entre sus pies una bolsa azul con las pertenenci­as que recibe cada deportado cuando llega al Centro de Atención Integral para Migrantes en San Salvador, el jueves 28 de septiembre de 2017.

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