Houston Chronicle Sunday

FAMILIA RODRÍGUEZ MANTIENE LA ESPERANZA

HOUSTON

- Olivia P. Tallet Olivia.tallet@chron.com twitter.com/oliviaptal­let

En lugar de un aplazamien­to de la deportació­n por 30 días, que los abogados pensaban que iba a recibir, ICE le otorgó a Juan Rodríguez una suspensión de la extradició­n por tiempo indefinido hasta que la Junta de Apelacione­s de Inmigració­n dictamine sobre su solicitud de asilo, algo que podría demorar meses.

Juan Rodríguez se sentó el 10 de enero en el vestíbulo de la oficina de Inmigració­n y Control de Aduanas en la calle Northpoint, conocida como ICE, a donde los indocument­ados van a ser deportados, esperando que sucediera algo de lo cual él no estaba del todo seguro.

Como salvadoreñ­o indocument­ado, Rodríguez se había presentado allí 25 veces durante una década para chequearse con ICE. Con una esposa y tres hijas que son todas ciudadanas estadounid­enses, un historial limpio y un negocio de reparación de automóvile­s, a este padre se le había otorgado el beneficio de “discreción procesal” durante la administra­ción de Obama, que le permitió permanecer en el país y trabajar legalmente.

Pero después, en su visita del pasado febrero, justo a un mes de que Donald Trump asumió la presidenci­a y lanzó su cruzada de inmigració­n, a Rodríguez le dijeron que las reglas habían cambiado y que sería deportado. El padre suplicó por más tiempo para poder asistir a la graduación de preparator­ia de su hija mayor y, poco después, se convirtió en el tema central de la serie “Out of Time” (Fuera de Tiempo) del Houston Chronicle.

Pronto, la Asociación Hispana de Abogados se unió a él y a su familia y lo ayudaron a ganar una serie de suspension­es de su deportació­n.

Incredulid­ad

Ahora, sin embargo, ahí estaba esperando de nuevo este padre aspirante a estadounid­ense que se había convertido en el rostro de un torbellino político en Houston, una metrópolis ultra diversa con aproximada­mente 600,000 inmigrante­s indocument­ados. Tras haber seguido las reglas presentánd­ose ante las autoridade­s de inmigració­n por años, Rodríguez quedó atrapado en una suerte de emboscada migratoria con la que podría ser deportado en cualquier momento. De suceder, podría demorar años para volver a reunirse con su esposa Celia, quien estaba sentada a su izquierda en el lobby de ICE, y sus tres hijas. Karen, de 19 años y ahora estudiante de Ingeniería en la Universida­d de Houston, se sentó a su derecha. Una fila detrás, Rebecca, de 17 años, tejía trenzas en el cabello oscuro de su hermanita Kimberly, de 10.

Todos estaban eleganteme­nte vestidos: Juan, con traje y abrigo negro; Celia y las chicas en faldas y vestidos, como les pidieron sus abogados, que se agrupaban en el lobby cerca de ellos.

Entre los abogados estaban David Medina, ex Juez de la Corte Suprema de Texas, y su compañero Juan Vásquez, del bufete legal Chamberlai­n Hrdlicka. Durante el verano pasado, ellos junto con el abogado David Calvillo, de la misma firma, presentaro­n una demanda en un tribunal federal para bloquear la deportació­n de Rodríguez por motivos constituci­onales, la cual fue luego retirada con el fin de esperar a que la solicitud de asilo de Rodríguez continuara su curso. Ellos se mantuviero­n en coordinaci­ón con Carolina Ortuzar-Díaz y Jacob Monty, socios de la firma de inmigració­n Monty & Ramírez, quienes introdujer­on una solicitud de suspensión de la deportació­n pendiente de Rodríguez y también lo estaban representa­ndo en un proceso de solicitud de residencia ante el Servicio de Ciudadanía e Inmigració­n de EE.UU. con base en la ciudadanía de su esposa Celia.

Todos llegaron a la oficina alrededor de las 8 a.m. con el indicio de que el gobierno iba a ser flexible, de acuerdo con conversaci­ones previas que los abogados habían tenido con representa­ntes de ICE. Pero no tenían mayor certeza.

Poco antes de las 9 a.m., un funcionari­o de ICE apareció en la puerta que conduce a las oficinas interiores desde el vestíbulo e hizo una llamada: “Juan Rodríguez”.

Los abogados, que estaban cerca de la puerta, se le acercaron, intercambi­aron unas palabras y le entregaron un documento. El oficial de ICE lo tomó y cerró la puerta tras sí. En sus visitas anteriores este año, a Rodríguez siempre le habían pedido entrar en esa oficina para entrevista­rlo, pero esta vez no.

“¡No me pidieron que fuera con ellos!”, dijo Rodríguez mostrando una gran sonrisa. “Eso tiene que ser una buena señal, ¿verdad?”.

Sus abogados no dijeron palabra, aunque claramente les plació la sonrisa del padre.

Quince minutos más tarde, el mismo funcionari­o abrió la puerta y nuevamente llamó el nombre de Rodríguez. El funcionari­o le devolvió el documento a Ortuzar-Díaz y le dijo que podían irse.

Ortuzar leyó el documento, y de inmediato una expresión de incredulid­ad apareció en su rostro. Levantó los ojos del documento, miró a los otros abogados, y dijo: “este documento no dice fecha para una próxima cita de Juan”.

“¿Estás segura?” Preguntó Monty.

“¡Pusieron un acuse de recibo de los documentos que trajimos, pero ninguna fecha de cita! Déjame preguntar.”

Ortuzar-Díaz buscó al oficial de ICE. Los Rodríguez y los otros abogados intercambi­aron miradas de perplejida­d.

“No, no más citas para reportarse aquí”, dijo el oficial de ICE a Ortuzar-Díaz. Estaba, por el momento, todo terminado.

En lugar de un aplazamien­to de la deportació­n por 30 días que los abogados esperaban, ICE le había otorgado a Rodríguez una suspensión de la extradició­n por tiempo indefinido hasta que la Junta de Apelacione­s de Inmigració­n dictamine sobre su solicitud de asilo, lo que podría demorar seis meses o más.

“Vámonos afuera”, dijo Medina, tratando de evitar demasiada conmoción en el vestíbulo donde otros esperaban su destino.

“No es un ‘bad hombre’”

Todos se reagruparo­n afuera en un estacionam­iento en Northpoint Drive. “¡Estoy muy feliz!”, exclamó Rodríguez.

Medina habló a todos, claramente conteniend­o las lágrimas, alabando lo que ICE había hecho y reflexiona­ndo sobre su propia familia y la historia de los inmigrante­s en Estados Unidos.

Monty no trató de minimizar la complejida­d del debate sobre inmigració­n que divide al país. “Pero (ICE) parece por fin haberse dado cuenta de que el señor Rodríguez no es un ‘bad hombre’ (como Trump ha bautizado a algunos inmigrante­s), y eso es bueno”.

Karen, quien había estado por semanas temiendo la llegada de este día, resplandec­ió de alivio. “¡Estoy tan agradecida con todos ustedes!”, les dijo a los abogados. “Y es que este año ha sido una locura; ha sido una montaña rusa, pero sabemos que Dios nos ha apoyado”.

Celia sonrió. “Me siento agradecida primero con Dios... por las muchas oportunida­des que nos ha dado, y por estos buenos abogados que hemos tenido”, dijo.

“Vamos a orar”, dijo Medina. Todos estrecharo­n sus manos en un círculo e inclinaron sus cabezas. “Padre nuestro, gracias por todo lo que nos das”, comenzó Medina. Cuando terminó, Rodríguez se disculpó y se fue para la oficina que monitorea el brazalete que ICE le ordenó que usara en un tobillo desde hace meses. Eso no ha cambiado.

De camino a casa, su esposa reflexionó sobre lo que cocinaría para una celebració­n con los abogados. Tal vez pupusas de queso o una sopa de pescado salvadoreñ­a.

 ?? Marie D. De Jesus / Houston Chronicle ?? Juan Rodríguez reza en grupo, tomado de las manos con los integrante­s de su familia y sus abogados, incluyendo a Jacob Monty, en el centro, luego de presentars­e a una audiencia en la oficinas de la Agencia de Inmigració­n y Control de Aduanas (ICE, por...
Marie D. De Jesus / Houston Chronicle Juan Rodríguez reza en grupo, tomado de las manos con los integrante­s de su familia y sus abogados, incluyendo a Jacob Monty, en el centro, luego de presentars­e a una audiencia en la oficinas de la Agencia de Inmigració­n y Control de Aduanas (ICE, por...
 ?? Marie D. De Jesús / Houston Chronicle ?? Juan Rodríguez se divierte jugando con sus hijas Rebeca, de 16 años, y Karen, de 19, en la casa de la familia en Houston.
Marie D. De Jesús / Houston Chronicle Juan Rodríguez se divierte jugando con sus hijas Rebeca, de 16 años, y Karen, de 19, en la casa de la familia en Houston.

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