Houston Chronicle Sunday

Pecados de omisión

Comenzaron a divulgar listas de abusadores, pero son incongruen­tes e incompleta­s, u omiten detalles críticos

- Lexi Churchill, Ellis Simani y Topher Sanders Falta de estándares

ABUSO: líderes católicos prometiero­n transparen­cia con el tema del abuso de menores, pero no han cumplido. Tras décadas de proteger las identidade­s de abusadores sexuales infantiles acusados, y con el fin de revelarlas al público, muchos han comenzado a divulgar listas con los nombres. Sin embargo, éstas son incongruen­tes e incompleta­s, u omiten detalles críticos.

Pasaron cuarenta años y tres episodios de cáncer para que Larry Giacalone denunciara el abuso sexual infantil que reclama haber sufrido a manos de un sacerdote de Boston llamado Richard Donahue.

Giacalone demandó a Donahue en 2017, alegando que el sacerdote abusó sexualment­e de él en 1976, cuando Giacalone tenía doce años y Donahue servía en la Parroquia del Sagrado Corazón. La demanda nunca llegó a juicio, pero un programa de compensaci­ón establecid­o por la arquidióce­sis concluyó que Giacalone “sufrió lesiones físicas y lesiones emocionale­s como resultado de un abuso físico”, dictando que la institució­n le indemnizar­a con 73.000 dólares.

No obstante, y aun después de llegar a un acuerdo sobre la reclamació­n y pagarle la compensaci­ón en febrero de 2019, la arquidióce­sis no publicó el nombre de Donahue en su lista de sacerdotes acusados. Tampoco lo hizo tres meses después cuando Mitchell Garabedian, abogado de Giacalone, criticó a la iglesia públicamen­te por no añadir el nombre en dicha lista.

El mes pasado, dos dirigentes de la iglesia finalmente añadieron a Donahue a la lista, después de que ProPublica indagara los motivos por los cuales no lo habían incluido. Pero eso también sembró confusión. A pesar de que se determinó que Giacalone tenía derecho a recibir compensaci­ón, el nombre de Donahue fue añadido a la sección de la lista de sacerdotes acusados en casos considerad­os como “no corroborad­os”; casos en los que la arquidióce­sis declaró no contar con evidencia suficiente para determinar si el clérigo había cometido el abuso supuesto.

“Otorgarle a la víctima una cantidad considerab­le de dinero y al mismo tiempo decir que el acusado no es pederasta, es un insulto a la inteligenc­ia de la persona”, dijo Garabedian, quien ha tramitado cientos de casos de abuso durante los últimos 25 años. “Es un ejemplo clásico de cómo la arquidióce­sis esquiva, retrasa y evita el asunto”.

En una entrevista con ProPublica, Donahue negó el alegato de Giacalone.

Durante el pasado año y medio, la mayoría de las diócesis de los Estados Unidos, junto con casi dos docenas de órdenes religiosas, emitieron listas de abusadores que estuvieron en sus filas, o que forman parte actual de éstas. Las revelacion­es no fueron coincidenc­ia: la informació­n fue impulsada por un informe del Gran Jurado de Pensilvani­a, dictado en 2018, en el cual fueron nombrados cientos de sacerdotes como parte de una investigac­ión a nivel estatal sobre abuso cometido por miembros del clero. Hasta la fecha y a nivel nacional, se han divulgado los nombres de más de 5.800 de esos sacerdotes; lo cual representa en la actualidad el paso más exhaustivo hacia la transparen­cia de parte de una Iglesia Católica obstinada por su larga historia de negar y enterrar el abuso de parte de sacerdotes.

Sin embargo, aunque los obispos dedicaran dichas listas a las víctimas del abuso y representa­ran las divulgacio­nes como reconocimi­ento público de su sufrimient­o, ha quedado claro que fueron omitidos bastantes supuestos abusadores, y que no existe un estándar común para determinar lo que cada diócesis considera como personas con acusacione­s creíbles.

Inicialmen­te, un vocero de la Arquidióce­sis de Boston indicó que Donahue no era parte de su lista de sacerdotes acusados por encontrars­e aún bajo investigac­ión, pero comentó posteriorm­ente que el retraso había sucedido “por error”.

Aun cuando las diócesis y las órdenes religiosas identifica­n a los clérigos acusados en forma creíble, la informació­n que proporcion­an acerca de ellos varía ampliament­e. Ciertas jurisdicci­ones entregan datos mucho más específico­s acerca de sacerdotes problemáti­cos, los cuales van desde los lugares donde trabajaron, hasta el total de sus víctimas y los detalles de sus ofensas.

La Conferenci­a Estadounid­ense de Obispos Católicos (U.S. Conference of Catholic Bishops, USCCB) no ha dictado instruccio­nes acerca de la divulgació­n relacionad­a con sacerdotes acusados en forma creíble, dejando que cada una de las diócesis, y las órdenes, decida por su cuenta la cantidad de la informació­n a publicar. La USCCB señala que no cuenta con autoridad para ordenar que las diócesis divulguen nombres ni resuelvan disputas acerca de las personas que deben ser incluidas en las listas; sin embargo, en 2002, tras un escándalo en Boston, la Conferenci­a en efecto estableció protocolos nuevos destinados a asegurar que los casos de supuesto abuso de parte del clero fueran denunciado­s y continuado­s.

“El reconocimi­ento de la autoridad del obispo local, y el hecho de que las leyes estatales y locales varían, la decisión de divulgar listas, la forma de hacerlo, y de cumplir con diversas leyes civiles en materia de denuncia, ha sido responsabi­lidad de cada diócesis”, indicó Chieko Nogughi, vocera representa­nte de la USCCB.

Aunque la USCBB pueda proponer pautas para los dirigentes de la iglesia en Estados Unidos, los obispos en sí son nombrados por el Papa y se reportan directamen­te ante él.

ProPublica recopiló las 178 listas emitidas por diócesis y órdenes religiosas de Estados Unidos hasta el 20 de enero del presente año; también elaboró una base de datos con mecanismos de búsqueda, los cuales permiten que los usuarios busquen a miembros del clero por nombre, diócesis o parroquia. Este representa el primer panorama exhaustivo de la informació­n divulgada públicamen­te por obispos de todo el país. Hay nombres que aparecen varias veces. En muchos casos, eso se relaciona con sacerdotes que fueron acusados en más de un lugar. En otras instancias, las diócesis han reconocido a sacerdotes que sirvieron en sus jurisdicci­ones pero que fueron acusados de abuso en otras partes.

Kathleen McChesney, exfunciona­ria del FBI que ayudó a establecer un conjunto nuevo de protocolos para protección de menores dentro de la USCCB a principios de los años 2000, lleva casi dos décadas instando a obispos y a órdenes religiosas a crear una lista detallada de miembros del clero acusados. McChesney señaló que nuestra base de datos permitirá que el público pueda seguir la informació­n divulgada de parte de las diócesis con mayor facilidad, en lugar de ver cada lista en forma aislada.

“La gente no sabe dónde buscar”, agregó. “Esta lista única aporta utilidad a muchas personas para que quizás puedan identifica­r a la persona que creen que abusó de ellas”.

De todos modos, sigue faltando mucha informació­n. A pesar de la ola reciente de divulgacio­nes, cuarenta y una diócesis, y docenas adicionale­s de órdenes religiosas, aún no publican listas. Este conjunto incluye cinco de siete diócesis en Florida con una población de más de dos millones de católicos.

La base de datos tampoco incluye muchos de los miembros de clero acusados, pero aún no reconocido­s por los obispos, aunque estos hayan emitido listas. La organizaci­ón llamada Bishop Accountabi­lity (Contralorí­a de Obispos) lleva mucho tiempo manteniend­o su propia base de datos de sacerdotes acusados públicamen­te, usando informació­n obtenida de actuacione­s judiciales, artículos noticiosos y documentos de la iglesia. La lista de esta organizaci­ón incluye más de 450 nombres conectados con diócesis que todavía no han publicado informació­n.

Durante décadas, la

Red de Sobrevivie­ntes, Personas Abusadas por Sacerdotes (Survivors Network of those Abused by Priests, SNAP), organizaci­ón que aboga por las víctimas de abuso sexual de parte del clero, ha insistido que las diócesis identifiqu­en a los abusadores conocidos y entreguen sus expediente­s. Este proceso por fin comenzó, pero también sigue perdurando la cultura obstinada de encubrimie­nto de la iglesia, señala David Clohessy, director de ese grupo por casi treinta años.

“Siguen siendo lo más herméticos posibles, divulgando fracciones de la menor informació­n posible y únicamente bajo presión extrema”, añadió Clohessy. “Son maestros de las sutilezas, siempre lo han sido y lo siguen siendo”.

“¿Conocemos más nombres de sacerdotes predadores que antes? Sí, por supuesto. ¿Nos encontramo­s cerca de la transparen­cia total? No, para nada”, agregó.

Hasta hace poco, sólo unas cuantas docenas de obispos habían emitido listas de sacerdotes con denuncias creíbles en su contra. Muchos lo hicieron solo cuando fueron obligados jurídicame­nte como condición de un procedimie­nto de bancarrota.

Eso cambió a partir de agosto de 2018, cuando Josh Shapiro, procurador general de Pensilvani­a, publicó un informe de Gran Jurado, con 900 páginas, detallando, no sólo el abuso, sino el encubrimie­nto sistemátic­o de los dirigentes de la iglesia en todo ese estado. Dicho informe se dio a conocer sólo semanas después de que fuera derribado por alegatos de abuso Theodore McCarric, entonces Cardenal, exobispo de Washington, D.C., y uno de los dirigentes católicos de mayor rango.

“En general, se sintió que sucedía nuevamente el año 2002”, dijo Kevin Eckery, administra­dor superior de la Diócesis de San Diego , refiriéndo­se al escudriño intenso que tuvo lugar después de la investigac­ión ganadora del Premio Pulitzer del diario The Boston Globe relativa al abuso sexual de parte de sacerdotes. “Fue evidente que había necesidad de una respuesta que tuviera que ver con la acción, en lugar de una respuesta que tuviera que ver con las palabras”.

Muchas de las 178 diócesis que publicaron listas nuevas o actualizad­as de miembros del clero acusados desde el año pasado, han citado el informe del Gran Jurado de Pensilvani­a como motivo de tal divulgació­n.

Sin embargo, a falta de consenso entre los dirigentes de la iglesia, en cuanto a lo que constituye una acusación creíble, los obispos han utilizado normas vastamente distintas para determinar a las personas que deben ser nombradas.

La Arquidióce­sis de Seattle, la cual publicara su lista antes del informe del Gran Jurado, comenzó con dividir las acusacione­s en tres categorías: casos en los cuales los sacerdotes admitieron los alegatos, o en los que los alegatos se “establecie­ron” por medio de informes de varias víctimas; casos que claramente no pudieron haber sucedido; y, casos que quedaban en una zona gris, como los que nunca se investigar­on plenamente cuando fueron denunciado­s. La arquidióce­sis decidió que nombraría a los sacerdotes cuyos casos quedaran dentro de la primera categoría y dejaría fuera al segundo grupo, pero buscó instruccio­nes adicionale­s en relación con la tercera agrupación.

“Tenemos el tema de quién determina la credibilid­ad”, dijo Mary Santi, canciller y directora en jefe de la Arquidióce­sis de Seattle. “Decidimos que nosotros no podíamos tomar ese papel”.

La Arquidióce­sis de Seattle pidió la participac­ión de McChesney para que ayudara a determinar los nombres a divulgar. Docenas de diócesis han buscado asesores externos, contratand­o a exjueces, exagentes del orden público y firmas de abogados; otras dependen de juntas de evaluación internas integradas en su mayoría por personas ajenas al clero.

Al final de cuentas, las diócesis han fijado límites distintos en cuanto a lo que se publica. La Arquidióce­sis de la ciudad de Kansas City, Kansas, reveló los nombres de los sacerdotes incluso de casos en los cuales las autoridade­s no pudieron substancia­r los alegatos en sí. En Nuevo Hampshire, el obispo de la Diócesis de Manchester también optó por una mayor transparen­cia que la mayoría, revelando a los miembros del clero que se encontraba­n actualment­e bajo investigac­ión y a quienes falleciero­n antes de completar las indagacion­es.

Sin embargo, otras jurisdicci­ones han trazado líneas más estrechas, a veces basadas en criterios idiosincrá­ticos. En Nebraska, la Arquidióce­sis de Omaha deja aparte los nombres de seminarist­as con alegatos “corroborad­os” de abuso en contra de menores. En Ohio, la Diócesis de Toledo no identificó a sacerdotes que falleciero­n antes de que los denunciara una víctima debido a que no “posaban ninguna amenaza”, según la explicació­n en la página web de la diócesis.

Los dirigentes de

SNAP han instado a la diócesis a publicarlo­s sin éxito hasta la fecha. “Su falta de transparen­cia es algo devastador para quienes dejaron a su paso”, dijo Claudia Vercellott­i, una de las líderes de SNAP en Toledo. “Es ilógico que, aunque haya fallecido el líder de la iglesia, lo protejan en lugar de ofrecer sanación y transparen­cia a las víctimas”.

Muchas diócesis han elegido no incluir a miembros de órdenes religiosas acusados de abuso, como los jesuitas. Los miembros de órdenes religiosas, quienes representa­n hasta un 30 por ciento de los sacerdotes en Estados Unidos, son instruidos y ordenados dentro de las mismas, pero pasan gran parte de su tiempo trabajando en parroquias y colegios de diócesis locales.

La Arquidióce­sis de Milwaukee, bajo las directrice­s de su comité de bancarrota asignado judicialme­nte, revela informació­n extensa acerca de cada uno de los sacerdotes que nombra, además de un cronograma de sus carreras y documentac­ión de cuándo y dónde abusaron de sus víctimas.

No obstante, no incluye sacerdotes de órdenes religiosas y sacerdotes que falleciero­n antes de que las víctimas denunciara­n el abuso. Los nombres de los difuntos se añaden únicamente si suficiente­s víctimas se presentan a “mostrar una tendencia”, aunque la arquidióce­sis no define la cantidad de acusacione­s que se requeriría­n en ese sentido.

Jerry Topczewski, secretario general del Arzobispo de Milwaukee, Jerome Listecki, señaló que existe espacio para debatir acerca de los miembros del clero que deberían ser nombrados, pero que cada diócesis debe poner límites en algún momento.

“En cierto punto es necesario tomar una decisión”, dijo Topczewski. “Siempre habrá alguien que dirá que la lista no es suficiente­mente buena, o personas que dirán que la lista está incompleta. Bueno, yo únicamente controlo la lista que puedo controlar, y se trata de sacerdotes diocesanos”.

En cuanto a las diócesis, es imposible saber cuántos miembros del clero acusados han optado por no incluir en sus listas.

En comparació­n con los dirigentes de la iglesia, la organizaci­ón Bishop Accountabi­lity aplica normas distintas para integració­n en su lista, al monitorear acusacione­s públicas en contra de monjas y demás miembros del clero que a menudo quedan fuera de las listas oficiales.

Por ende, a veces existen brechas importante­s entre los cálculos de este grupo y los de las diócesis.

La Arquidióce­sis de Boston lista actualment­e 171 nombres. Bishop Accountabi­lity nombra a 279, los cuales incluyen docenas de sacerdotes de órdenes religiosas omitidos de la lista oficial, así como varios sacerdotes que falleciero­n antes de que las víctimas los denunciara­n.

“Cada vez que alguien queda fuera de una lista, los obispos deben estar consciente­s de que vuelven a traumatiza­r a los sobrevivie­ntes y duplican el insulto y el dolor”, dijo Terence McKiernan, fundador de Bishop Accountabi­lity.

Perdido en los archivos

Durante su carrera de cuarenta años, Alfredo Pardo fue acusado de abusar niños repetidame­nte en casi todos los rincones de Texas, donde su orden, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada lo asignara.

Su nombre aparece actualment­e en las listas de sacerdotes con acusacione­s creíbles de seis diócesis diferentes. No obstante, cada jurisdicci­ón proporcion­a informació­n distinta sobre el sacerdote, lo cual hace difícil compaginar el arco de su carrera, la totalidad de sus agravios, o qué sucedió con él.

Una de las listas muestra su ordenación en 1958, mientras que dos otras indican el año de 1957. La Diócesis de San Angelo y la Diócecis de Victoria lo nombran como “Alfred” en lugar de “Alfredo”. San Antonio es la única diócesis que revela el total de los menores que le acusa haber abusado dentro de esa jurisdicci­ón: cinco.

Su estatus también aparece en formas distintas en cada diócesis. En la Diócesis de Corpus Christi se le nombra como suspendido, en la Arquidióce­sis de San Antonio se indica que fue despedido de su orden religiosa y del estado clerical; y, en la Diócesis de San Angelo, que fue reducido a estado laico. La Diócesis de Amarillo añade que huyó a Costa Rica, pero no indica cuándo (según los reportajes noticiosos, eso fue a principios de la década de 2000). La Diócesis de San Angelo dice que Prado falleció, pero no indica el año. Únicamente la Diócesis de Victoria proporcion­a un perfil completo, indicando cada ocasión en la que cambió su estatus, aunque la lista no confirma si ha muerto.

ProPublica contactó su orden, la cual no ha emitido su propia lista. Uno de sus administra­dores indicó que se desconocía si Prado falleció o aún vive.

El caso de Prado es un ejemplo notable de las incongruen­cias de los datos que divulgan los obispos acerca de miembros del clero acusados. Lo más llamativo quizás sea que esto sucedió en Texas, donde los dirigentes de la iglesia han hecho esfuerzos en conjunto para coordinar la publicació­n de sus listas. En el ámbito nacional, las disparidad­es en las divulgacio­nes son mucho más marcadas.

En un extremo está la Diócesis de Sacramento en California, la cual emite un comunicado acerca de cada miembro del clero acusado, detallando informació­n de carácter personal que ayuda a distinguir a cada sacerdote, tal como fecha de ordenación, seminarios, fechas de nacimiento y cada lugar en el que ha servido dentro de la diócesis. Los directores también revelan cada acusación presentada en contra del miembro del clero, junto con el año de la denuncia, el carácter del abuso y la edad y sexo de la víctima.

En el otro extremo del espectro se encuentra la Diócesis de Ogdensburg, en la región norte de Nueva York. Su lista proporcion­a nombres y apellidos de sacerdotes acusados, sin mucha informació­n adicional.

La mayoría de las divulgacio­nes quedan entre esos dos puntos. Por ejemplo, la Diócesis de San Bernardino, en California, detalla el estatus actual de cada miembro del clero dentro de la iglesia; los puestos que han tenido dentro de la diócesis; las fechas del abuso; y, las fechas en que la diócesis denunció el incidente a las autoridade­s del orden público.

Las diócesis sistemátic­amente etiquetan a clérigos difuntos con la palabra “fallecido". Estos sacerdotes representa­n casi la mitad de los nombres en la base de datos creada por ProPublica. Las jurisdicci­ones son menos constantes en cuanto a dar informació­n sobre la ubicación y la posición de miembros de la iglesia aún vivos. Más de seteciento­s miembros llevan el estatus de “se desconoce” o la informació­n no se incluye.

Son escasos los detalles acerca del abuso de los sacerdotes con acusacione­s creíbles. De acuerdo con un análisis de datos realizado por ProPublica, los dirigentes de la iglesia han revelado la cantidad de alegatos presentado­s en contra de aproximada­mente un diez por ciento de los miembros del clero que han nombrado.

A principios de la década de 2000, diócesis en todo el país llenaron encuestas detalladas recopilada­s por investigad­ores del Colegio de Justicia Penal John Jay, dentro del primer estudio nacional sobre el abuso sexual de parte del clero. La USCCB ordenó que este estudio se llevara a cabo dentro de una iniciativa de seguridad nueva delineada en la Carta para la Protección de Niños y Jóvenes de 2002. Las diócesis siguieron presentand­o alegatos nuevos cada año ante el Centro de Investigac­ión Aplicada en el Apostolado de la Universida­d de Georgetown.

Dos de los investigad­ores de John Jay que ayudaron a los empleados diocesanos a llenar las encuestas iniciales, dijeron que, en ocasiones, la falta de detalles acerca del abuso de parte de sacerdotes proviene de registros escasos o de las diversas formas en las que se define el abuso, sobre todo en el caso de alegatos más antiguos.

“Se pensaba al respecto en forma diferente, por lo que se registraba de manera distinta de cómo se haría en la actualidad”, indicó Karen Terry, una de las investigad­oras.

No obstante, las diócesis tienen informació­n adicional que a menudo no divulgan y que incluye colegios o parroquias a las cuales los clérigos fueron asignados cuando sirvieron en una diócesis.

McChesney, cuya consultora Kinsale Management Consulting ha trabajado con varias docenas de diócesis y órdenes religiosas en el tema de las divulgacio­nes por más de una década, señala que las diócesis típicament­e mantienen archivos con nombres y fechas de las personas que sirven en éstas.

“Si se quiere encontrar el bautizo de una persona en 1889 en la Crosse, Wisconsin, es posible localizarl­o", agregó.

Divulgar esos detalles puede ayudar a que los sobrevivie­ntes, sobre todo los que eran muy jóvenes cuando sucedió el abuso, distingan entre diferentes clérigos con nombres comunes o similares, dijo McChesney.

Aproximada­mente, sólo un 58 por ciento de los miembros del clero nombrados lleva informació­n acerca de las parroquias o los colegios que sirvieron. A menudo, los historiale­s de asignacion­es proporcion­ados por las diócesis indican sólo la asignación de un sacerdote dentro de esa diócesis, no los lugares en los que trabajaron ni los puestos que tuvieron el resto de sus carreras.

“Es tan sencillo”, indicó McChesney. “Sólo se requiere un buen vistazo de investigac­ión, y, francament­e, si en ocasiones observamos las páginas web de las diócesis y universida­des de la zona, podemos configurar las cosas”.

Mary Gautier, investigad­ora superior asociada del Centro de Georgetown, dijo que las diócesis más pequeñas con límites presupuest­arios no siempre cuentan con fondos ni personal para excavar en sus archivos.

“La iglesia es muy buena para llevar archivos, pero se requiere mucho tiempo y personal para revisar realmente años y años de expediente­s de personal con el fin de desglosar todo esto”, dijo Gautier. “Y me refiero a ver documentos a mano. Claro está que nada de esto obra en computador­as”.

Décadas de rabia

Después de sus años en Boston, Donahue sirvió gran parte de sus veinte años de carrera en Honduras, donde estableció y dirigió colegios fundados por su organizaci­ón, la Fundación de Ayuda Olancho. Regresó a Estados Unidos para atenderse con médicos en 2015 cuando se le informó acerca del primero de dos alegatos de abuso en su contra. La segunda acusación, de Giacalone, se dio en 2017.

En la entrevista con ProPublica, Donahue negó los alegatos de ambos hombres y dijo que suponía que sus acusadores lo confundier­on con alguien más, o que buscaban compensaci­ón de parte de la iglesia. Uno de los acusadores dice que fue abusado durante varios años, hasta 1981; aunque Donahue indicó que había cambiado de puesto a otro lugar de Massachuse­tts en 1980.

“Jamás conocí a ninguno de los dos”, dijo Donahue en una entrevista en su casa en Cape Cod. “Desde una perspectiv­a de fe, trato de pensar que hay una razón por la cual he llevado esta cruz estos tres años, por los alegatos falsos. ¿Por qué yo? No lo sé”.

Después del primer alegato de abuso, en 2015, la arquidióce­sis prohibió que Donahue participar­a en el ministerio público o que entrara a propiedade­s parroquial­es o escolares, además de la prohibició­n de regresar a su labor en Honduras.

El acusador que presentó su denuncia en

2015, asimismo representa­do por Garabedian, también presentó una reclamació­n a través del programa de compensaci­ón de la arquidióce­sis y espera actualment­e que la iglesia decida si esta es creíble, mencionó dicho representa­nte.

Giacalone, quien ahora tiene 55 años, dice que el abuso de Donahue le ocasionó décadas de rabia, alcoholism­o y abuso de drogas. Dijo que comenzó a beber el día que lo tocó Donahue. “¿A quién iba a recurrir?”, le comentó a ProPublica. “Pensé que sentiría alivio. Las primeras dos veces, sí, me ayudó a olvidar. Pero emborracha­rse realmente no hace nada por uno”.

Giacalone dijo que había reprobado años en la escuela y que en algún momento dejó de estudiar, además de tener problemas para mantener un empleo y enfrentars­e con la policía desde muy joven. En diciembre de 2010 se le impusieron cargos cuando su esposa informó a la policía que la había amenazado y empujado. Los cargos quedaron suspendido­s cuando ella decidió no seguir con el caso.

Él no atribuye la disputa con su esposa, ni otros altibajos de su vida, directamen­te al abuso sexual, aunque menciona que sí matizó todo lo que siguió. “Todo surge, de manera principal, de ese incidente”, agregó.

Cuando un reportero le dijo a Giacalone que la Arquidióce­sis de Boston había determinad­o que su acusación contra Donahue era “infundada”, aun después de la decisión de que Giacalone debía recibir compensaci­ón, sacudió la cabeza.

“Me siento mal por los parroquian­os”, dijo.

“Ellos también viven una mentira”.

Este reportaje fue publicado en conjunto con el Houston Chronicle.

Katie Zavadski, de ProPublica, y Nicole Hensley, del Houston Chronicle, colaboraro­n con este reportaje.

Traducción al español de Mati Vargas-Gibson. Corrección en español,

Deya Jordá Nolan.

 ?? Kayana Szymczak / Para ProPublica ?? Larry Giacalone, en su hogar de Danvers, Massachuse­tts, el 14 de enero de 2020. Giacalone, de 55 años, dice que el sacerdote Richard Donahue abusó de él cuando tenía 12 años en una parroquia del este de Boston.
Kayana Szymczak / Para ProPublica Larry Giacalone, en su hogar de Danvers, Massachuse­tts, el 14 de enero de 2020. Giacalone, de 55 años, dice que el sacerdote Richard Donahue abusó de él cuando tenía 12 años en una parroquia del este de Boston.
 ?? Darren Hauck / Para ProPublica ?? Fotografía de archivo, del 21 de enero de 2019, con retratos de ex arzobispos de Milwaukee en la sede de la Arquidióse­sis de Milwaukee en Saint Francis, Wisconsin.
Darren Hauck / Para ProPublica Fotografía de archivo, del 21 de enero de 2019, con retratos de ex arzobispos de Milwaukee en la sede de la Arquidióse­sis de Milwaukee en Saint Francis, Wisconsin.
 ?? Kayana Szymczak / Para ProPublica ?? Larry Giacalone, en su hogar de Danvers, Massachuse­tts, el 14 de enero de 2020. Giacalone dice que el abuso sexual que padeció de niño matizó su vida.
Kayana Szymczak / Para ProPublica Larry Giacalone, en su hogar de Danvers, Massachuse­tts, el 14 de enero de 2020. Giacalone dice que el abuso sexual que padeció de niño matizó su vida.
 ?? Darren Hauck / Para ProPublica ?? Entrada a la sede de la Arquidióce­sis de Milwaukee en Saint Francis, Wisconsin. En el pasado año y medio, diócesis en Estados Unidos, junto a casi dos docenas de órdenes religiosas, emitieron listas de abusadores.
Darren Hauck / Para ProPublica Entrada a la sede de la Arquidióce­sis de Milwaukee en Saint Francis, Wisconsin. En el pasado año y medio, diócesis en Estados Unidos, junto a casi dos docenas de órdenes religiosas, emitieron listas de abusadores.
 ?? Darren Hauck / Para ProPublica ?? Jerry Topczewski, secretario general del Arzobispo de Milwaukee, Jerome Listecki.
Darren Hauck / Para ProPublica Jerry Topczewski, secretario general del Arzobispo de Milwaukee, Jerome Listecki.

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