Houston Chronicle Sunday

“No era un santo”

- Nicole Hensley | HOUSTON CHRONICLE Katie Zavadski, Topher Sanders | PROPUBLICA

CURAS: la Iglesia Católica permitió que más de cincuenta clérigos basados en Estados Unidos se mudaran al extranjero tras enfrentar acusacione­s creíbles de abuso sexual. Algunos de ellos siguieron trabajando con menores. Este reportaje fue publicado en forma conjunta por el Houston Chronicle y ProPublica.

El reverendo José Antonio Pinal, un joven sacerdote mexicano, llegó en 1980 a su primera parroquia en una zona rural del norte de California, poco después de salir del seminario. El sacerdote hizo amistad con la familia Torres, ayudando a la pareja, inmigrante­s mexicanos también, a llenar una solicitud para estampilla­s de alimentos. Pinal fue invitado a cenar varias veces y llevó a los niños de la familia a parques de diversione­s y a viajes a lo largo de la costa del Pacífico. Animó a Ricardo Torres, de 15 años entonces, a convertirs­e en monaguillo.

Sin embargo, según Torres, en los alojamient­os del sacerdote, en la Iglesia Católica del Sagrado Corazón de la pequeña ciudad de Gridley, Pinal, de 30 años en esa época, le dio alcohol, le mostró películas con sexo y desnudez, lo manoseó y violó. En 1989, el adolescent­e informó a otro sacerdote al respecto y la familia recibió aserciones de los abogados de la diócesis, diciendo que a Pinal no se le permitiría estar en proximidad de menores, añadió Torres.

Treinta años después, en la primavera de 2019, la Diócesis de Sacramento incluyó a Pinal en su lista de sacerdotes con acusacione­s creíbles. Dicha lista lleva cinco alegatos de abuso sexual en contra de Pinal, remontándo­se a finales de los años ochenta.

De acuerdo con la lista, Pinal “huyó a México”, mientras que la diócesis le prohibió desempeñar­se como sacerdote públicamen­te en los 20 condados de su jurisdicci­ón. No obstante, una investigac­ión realizada por ProPublica yel Houston

Chronicle muestra que la Iglesia Católica permitió o ayudó a docenas de sacerdotes a servir en el extranjero después de haber sido acusados de abuso en forma creíble en Estados Unidos, incluyendo a Pinal. ProPublica yel Chronicle analizaron listas publicadas en 52 diócesis de Estados Unidos, las cuales abarcan las primeras 30 de estas, en términos de la cantidad de clérigos vivos con acusacione­s creíbles y los localizado­s en estados de la frontera con México. Los reporteros encontraro­n que 51 clérigos pudieron trabajar como sacerdotes o hermanos religiosos en varios países, desde Irlanda a Nigeria y hasta Filipinas, después de haber sido nombrados en alegatos de abuso en Estados Unidos. Por lo menos 40 de ellos trabajaron en estados a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos, 11 de ellos en Texas. Ningún país fue un destino tan común como México, donde encontraro­n refugio por lo menos 21 clérigos con acusacione­s creíbles.

Utilizando las redes sociales fue fácil que uno de los reporteros encontrara a Pinal, quien vive actualment­e en Cuernavaca, Morelos, a unas 55 millas de la Ciudad de México.

Durante una entrevista en su hogar, así como a través de una serie de intercambi­os posteriore­s por correo electrónic­o, Pinal negó repetidame­nte haber abusado de Torres, o “huido” de California. Sin embargo, en varios de sus mensajes mencionó lo “que pasó” entre él y Torres; y, en un correo electrónic­o enviado el miércoles de la semana pasada, y relacionad­o con el viaje que hizo con él, Pinal dijo: “estaba fregado, pero legalmente, lo que haya pasado fue consensual”.

Pocos meses después de los alegatos en California, Pinal retomó su trabajo en el sacerdocio llevando el ministerio a poblados indígenas en Tepoztlán y sus alrededore­s, lugar cercano a la Ciudad de México y conocido por sus sitios arqueológi­cos. También sirvió durante décadas en parroquias de la Diócesis de Cuernavaca.

Actualment­e tiene 68 años y ofrece el ministerio desde su hogar, donde cuenta con oficios que indican que la iglesia de Sacramento lo mantuvo en su nómina durante el tiempo que lo ayudó a encontrar un puesto nuevo. En ese entonces, Pinal disfrutó de correspond­encia amistosa con el obispo de Sacramento, así como con funcionari­os encargados del ministerio hispano, quienes, en los meses posteriore­s a los alegatos, le aconsejaro­n trabajar en México por un “largo tiempo (5-6 años)”, antes de regresar a Estados Unidos. Dichos oficios fueron firmados

“con cariño” por el obispo.

Cuando la correspond­encia entre Pinal y su predecesor le fue divulgada al abogado de Torres, como parte de una demanda, Jaime Soto, el actual obispo de Sacramento, señaló que “ese fue un gran error de juicio y una traición de confianza. La seguridad de los niños es nuestra más alta prioridad. En 1989, los encargados del liderazgo fallaron en ese sentido. Yo debo aceptarlo y expiarlo”.

Después de haber sido contactada por reporteros, la Diócesis de Sacramento reconoció que la declaració­n en su lista indicando que Pinal “huyó” a México es incorrecta, y, en días recientes, dicha diócesis actualizó la misma para “reflejar con mayor precisión las circunstan­cias de su partida en 1989”.

Desde 2018, muchas diócesis y órdenes religiosas de la Iglesia Católica en Estados Unidos, incluída la de Sacramento, han divulgado listas de clérigos que se consideran contar con acusacione­s creíbles de haber abusado de menores. Listas actualizad­as y ampliadas de lo que se había dado a conocer al público. Para la iglesia, la ola de revelacion­es ha sido un enfrentami­ento tardío con el verdadero alcance de la crisis de abuso sexual expuesta hace dos décadas.

No obstante, las 178 listas dadas a conocer públicamen­te en enero, y recopilada­s en una base de datos con mecanismo de búsqueda por ProPublica, revelaron una telaraña de informació­n incompleta y a veces incongruen­te.

A menudo, las listas no especifica­ron el estatus y a la ubicación actuales de los clérigos. Y, mientras que las diócesis declaran con frecuencia desconocer el paradero de un sacerdote, los reporteros de

ProPublica yel Chronicle los encontraro­n en páginas web de iglesias, publicacio­nes religiosas y redes sociales diversas. Muchas veces, los dirigentes de la Iglesia tampoco denunciaro­n los alegatos a la policía, ni persiguier­on restriccio­nes permanente­s dentro de la iglesia; o tampoco tomaron en cuenta ni ofrecieron advertenci­as relacionad­as con sacerdotes que enfrentaba­n acusacione­s. En por lo menos cuatro casos, dichos dirigentes eclesiásti­cos facilitaro­n el traslado de sacerdotes al exterior.

Las omisiones, contradicc­iones y demás deficienci­as debilitan el deseo que ha profesado la iglesia de reparar su relación con millones de católicos distanciad­os, dijo Anthony M. DeMarco, abogado california­no que ha tramitado cientos de casos de abuso sexual de menores. “Cualquier evasiva que hagan para proteger a un pedófilo socava totalmente algún nivel de confianza que estén tratando de establecer”, agregó.

Pinal guarda álbumes de fotografía­s y papeles que documentan sus casi diez años en la Diócesis de Sacramento, la cual abarca la capital del estado y zonas rurales amplias del norte de California.

“Fue un tiempo lindo”, recordó melancólic­amente.

En uno de los oficios que aún guarda, el obispo Francis Quinn le indicó que “él le brindaría cualquier ayuda necesaria para apoyar su esfuerzo de buscar una diócesis nueva”. El oficio fue redactado en 1990, año después que Pinal fuera denunciado ante la iglesia por cometer un supuesto abuso.

Cuando el obispo de Cuernavaca le ofreció a Pinal un puesto permanente, Quinn (quien falleció el año pasado), se mostró entusiasma­do. “Me da gusto que haya encontrado un ministerio tan gratifican­te”, escribió el obispo.

El año anterior, Pinal atacó a su acusador en una carta dirigida a los funcionari­os encargados del ministerio hispano, diciendo que Torres era el responsabl­e de lo sucedido. “Con este muchacho pasó lo que pasó porque él así lo propició, y si me preocupa su recuperaci­ón no es porque me sienta culpable de su trauma, sino por la amistad que me unió a su familia”, escribió Pinal.

Pinal dijo que Torres estaba reacio a conversar con el clero al respecto porque él era el culpable. “Si él se niega a conversar con cualquier sacerdote, no creo que sea por rechazo a mí, sino al saber que él no es inocente de la situación de la que me quiere culpar completame­nte. La única ventaja que tiene sobre mí es que cuando pasó era menor de edad por lo que legalmente estoy fregado. Por tanto, tuve que dejar la diócesis y Estados Unidos, como ustedes dijeron por un período largo de tiempo (5-6 años)”.

En octubre del año pasado Torres presentó una demanda en contra de la diócesis, esta vez bajo la nueva Ley de Víctimas Menores de Edad, de California, misma que ofrece un período de tres años para que personas que fueron víctimas de abuso sexual siendo menores presenten demandas legales que de otra forma quedarían fuera del plazo de prescripci­ón. Entre otros puntos, la demanda alega que la negligenci­a de la diócesis permitió que Pinal agrediera sexualment­e a Torres, además de no haber denunciado el abuso ante las autoridade­s relevantes.

Torres dijo que la iglesia había aplacado a su familia engañándol­a acerca de los pasos que se tomarían para restringir la capacidad de Pinal para ejercer el ministerio. “Se suponía que él era la persona de más confianza”, dijo Torres sobre Pinal. “Se suponía que estaba cerca de Dios”.

“El pasado es el pasado”

Durante décadas la Iglesia Católica en los Estados Unidos ocultó el abuso de parte del clero, transfirie­ndo a sacerdotes de parroquia a parroquia y, a veces, utilizando lenguaje codificado para encubrir los motivos de los traslados, tales como motivos “familiares y de salud”. Los expertos señalan que la demanda de sacerdotes de habla hispana en Estados Unidos, impulsada por un aumento aproximado de unos 45 millones de católicos desde los años cincuenta, y con el mayor crecimient­o entre los feligreses latinos, hizo que fuera más fácil que dichos sacerdotes cruzaran los límites fronterizo­s, pero más difícil hacerlos rendir cuentas.

Es “mucho más difícil mantenerse al tanto de ellos cuando están en otro país”, dijo Erin Gallagher, investigad­ora de la Corte Penal Internacio­nal en La Haya, quien ayudó a encontrar a sacerdotes fugitivos a principios de los años 2000 cuando trabajó en la oficina del Procurador de Distrito en San Francisco. “Son parías aquí y pueden irse a vivir a otro lugar en el anonimato”. La investigac­ión de

ProPublica yel Chronicle encontró que la capacidad de la iglesia para rastrear a sacerdotes abusadores es mucho más limitada a nivel internacio­nal que dentro del territorio estadounid­ense. Debido a que El Vaticano no dicta lo que deben divulgar los obispos con respecto a clérigos acusados, ya sea dentro de la iglesia o públicamen­te, los obispos de muchos países han revelado aún menos informació­n que los estadounid­enses.

Ninguna diócesis en México, hogar de casi 90 millones de católicos, ha publicado una lista de sacerdotes con acusacione­s creíbles. Eso aun cuando funcionari­os de la iglesia en ese país informaron en enero que durante la última década 271 sacerdotes habían sido investigad­os en relación con alegatos de abuso sexual. Un grupo de apoyo a víctimas de abuso en México recopiló una lista de sacerdotes acusados, en 2010.

En Estados Unidos varios de los agresores fueron laicizados (privados de su poder para ser sacerdotes). Sin embargo,

ProPublica yel Chronicle encontraro­n que otros dejaron sus diócesis y resumieron el sacerdocio en México. Algunos entrecruza­ron la frontera con facilidad después de haber sido acusados de abuso sexual, logrando puestos nuevos aun después de haber sido enviados por la iglesia a recibir tratamient­o. Otros se asentaron en parroquias fronteriza­s hace décadas, dando sermones y bendiciend­o bebés conforme expiraba el límite de prescripci­ón para ser enjuiciado­s en Estados Unidos.

El reverendo José Luis Urbina aún tiene una orden de búsqueda emitida hace tres décadas en el Condado de Yuba, California, indicó Shiloh Sorbello, Procurador Asistente del mismo. Tras declarase culpable por el abuso sexual de un menor en 1989, Urbina huyó del condado antes de poder ser sentenciad­o y luego fungió como sacerdote en su pueblo natal de Navojoa, México, donde el diario The Dallas

Morning News lo encontró en 2005. Dicho periódico dijo que el sacerdote había admitido su culpabilid­ad en una entrevista telefónica. Sorbello agregó que, ese mismo año, las autoridade­s estadounid­enses trataron de lograr la extradició­n de Urbina, pero que el gobierno mexicano se rehusó devolverlo al país. Sorbello también indicó que la orden de búsqueda fue renovada en 2019, por si Urbina trata de regresar a Estados Unidos.

“Generalmen­te, los casos de asesinato ocupan el primer lugar en cuanto a extradició­n”, agregó. “No tenemos recursos para enviar a gente a México a tratar de localizar a este señor, y es probable que las autoridade­s mexicanas no tengan muchos incentivos para hacer nuestra labor”.

De acuerdo con la lista de la Diócesis de Sacramento, Urbina fue retirado del sacerdocio en 2008 por orden del Papa Benedicto.

Uno de los casos más notorios de un sacerdote acusado, que cruzó la frontera al extranjero, es el del reverendo Nicolás Aguilar Rivera. Cuando surgieron alegatos en

1987, en la ciudad mexicana sureña de Tehuacán, el reverendo fue atacado por los parroquian­os y luego enviado a Los Ángeles por los dirigentes de la iglesia. A menos de un año de haber llegado a California, Aguilar Rivera enfrentó alegatos similares que eventualme­nte ocasionaro­n cargos de haber agredido sexualment­e a diez niños. Según las demandas legales y denuncias penales, los dirigentes de la iglesia confrontar­on a Aguilar Rivera antes de notificar a la policía, y él regresó a México donde siguió abusando de menores.

Años después, los abogados que demandaron a la Arquidióce­sis de Los Ángeles, a nombre de las víctimas de abuso, cuestionar­on al cardenal Norberto Rivera, el entonces arzobispo de la Ciudad de México, acerca de si la dirección de la iglesia utilizaba lenguaje codificado, “razones familiares y de salud”, para ocultar la razón verdadera de los traslados al exterior. Como obispo de Tehuacán, Rivera ayudó a transferir a Aguilar a Estados Unidos. Aguilar tenía que “atender el problema que yo sospechaba que tenía, que era un problema de salud”, explicó el cardenal en una declaració­n jurada. “A mencionar, la homosexual­idad”.

La Arquidióce­sis de la Ciudad de México indicó que se cree que Aguilar falleció y que no tiene conocimien­to de ninguna queja en su contra. Dicha arquidióce­sis no dio respuesta alguna a las declaracio­nes de Rivera.

Algunos sacerdotes sirvieron en México durante décadas y se jubilaron o murieron antes de ser nombrados en cualquier lista.

De acuerdo con la Arquidióce­sis de San Antonio, el reverendo José

Luis Contreras fue incluido en su lista de sacerdotes con acusación creíble de 2019, más de 30 años después de haber sido acusado de tocar indebidame­nte a un paciente varón de 17 años de edad, mientras el padre fungía como capellán en un hospital de esa ciudad.

Según la lista, Contreras fue enviado a tratamient­o en 1987, quedando impedido para siempre para trabajar en iglesias de la zona de San Antonio, e indicando también que el sacerdote regresó a México para vivir con su hermana en Guadalajar­a.

Sin embargo, Contreras pudo ejercer como sacerdote tanto en Estados Unidos como en México, aún después del alegato.

Robert F. Vasa, obispo actual de Santa Rosa, California, dijo que Contreras sirvió en parroquias de esa localidad entre 1995 y 2000, habiendo proporcion­ado a la Diócesis de Santa Rosa una carta de recomendac­ión de la Diócesis de Tepic en el estado occidental de Nayarit, México.

Vasa dijo no haber encontrado en la documentac­ión de Contreras indicio alguno acerca del alegato de abuso en Texas, rehusando compartir copias de la misma. En efecto, existe un oficio de apoyo de un sacerdote en Santa Rosa en el cual se mencionan los cinco años que Contreras estuvo en San Antonio, período que no se incluye en el curriculum vitae del sacerdote. “¿Se debería haber notado esto?”, dijo Vasa acerca de la brecha de cinco años. “Claro, ahora que lo vemos desde aquí”.

Vasa agregó que nada en el expediente revela si el obispo anterior, o su personal, notó la discrepanc­ia.

“Detectar esa divergenci­a reflejaría una sospecha previa, y, lamentable­mente, en esos días no eran lo suficiente­mente suspicaces en cuanto a muchas cosas”, dijo. Aun si el obispo, o su personal, hubiesen notado la discrepanc­ia, Vasa dijo no estar seguro de que se habría prevenido que Contreras consiguier­a un puesto en Santa Rosa.

“No puedo decir si la alarma sonaría, o no, en 1994”, agregó. “Ahora somos mucho más dudosos”.

Contreras se jubiló poco después de celebrar el 50mo aniversari­o de su ordenación en una ceremonia celebrada en 2017 en una parroquia de Colima, en el oeste de México.

Cuando reporteros enviaron una copia de la lista a la diócesis, así como preguntas específica­s sobre Contreras, sus funcionari­os respondier­on con una declaració­n citando el “grave ambiente de insegurida­d, desconfian­za y peligro que por desgracia prevalece en todo México”. El reverendo Jesús Ramos Hueso, vicario general de Colima, mencionó recienteme­nte que nadie de su diócesis sabía acerca de los alegatos presentado­s en San Antonio en contra de Contreras.

Contreras enfrenta una probabilid­ad mínima de tener repercusio­nes judiciales en Estados Unidos. Uno de los reporteros no encontró registros de que el alegato en su contra haya sido denunciado ante las autoridade­s del orden público. En cualquier caso, enjuiciar a Contreras sería imposible actualment­e, ya que el límite de prescripci­ón del alegato se venció hace décadas, indicaron los funcionari­os.

Al localizarl­o por teléfono, Contreras se rehusó a escuchar el alegato específico en su contra y posteriorm­ente bloqueó a un reportero para impedir que se comunicara con él. “Yo ya me entregué al Señor”, dijo Contreras. “Para mí el pasado es una bendición de Dios y nada más. Para mí, el pasado es el pasado”.

“Yo no era un santo”

En Tijuana, México, una mañana cálida de domingo a principios de noviembre, los feligreses de Nuestra Señora de la Encarnació­n se saludaban entre ellos con abrazos, apretones de mano y sonrisas. La iglesia de la colonia Camino Verde, en la zona occidental de la ciudad, se veía rodeada del bullicio normal antes de misa. Taxis en las calles, vendedores poniendo sus puestos de mercancía religiosa al son de norteñas en los altavoces.

En el patio de la iglesia, donde docenas de niños reían y jugaban, un reportero encontró al reverendo Jeffrey David Newell, pastor de la parroquia.

Según la lista de acusacione­s creíbles publicada en 2018 por la Arquidióce­sis de Los Ángeles, Newell se encuentra “inactivo”, lo cual sugiere que ya no ejerce como sacerdote. Sin embargo, al buscarlo en Google, los reporteros encontraro­n su nombre en la página web de la Arquidióce­sis de Tijuana, donde es nombrado como pastor de Nuestra Señora de la Encarnació­n.

De acuerdo con entrevista­s y una demanda judicial presentada hace una década, Newell, de 58 años, fue acusado hace casi 30 años de abusar sexualment­e de un adolescent­e en Los Ángeles (la demanda fue denegada por no haber sido encausada dentro del límite de prescripci­ón). El menor conoció a Newell en 1984, cuando el sacerdote era ministro laico juvenil en el colegio de Santa Catalina de Siena.

El adolescent­e dijo que el abuso comenzó en 1986 cuando él tenía 15 años, y que duró años. En 1991 informó a los funcionari­os de la Diócesis de Los Ángeles acerca del mismo y, de acuerdo con la demanda, le prometiero­n que Newell “sería cesado del sacerdocio y que ya no podría abusar sexualment­e de menores”.

Newell, entrevista­do brevemente en la iglesia de Tijuana, dijo que él confesó ante los dirigentes de la iglesia décadas antes, y que había cursado varias sesiones de tratamient­o y terapia.

“Sucedió”, dijo. “Lo admití. Cometí un error”.

Únicamente disputó la edad de la víctima cuando ocurrieron los encuentros: Newell dijo que tenía 17, no 15 años.

Como respuesta a las indagacion­es de ProPublica yel Chronicle, la Arquidióce­sis de Los Ángeles indicó que, en 1991, Newell admitió la “relación” con un menor de 17 años, agregando que, “en mayo de 1991, cuando un adulto hizo una denuncia de mala conducta de índole sexual en contra del presbítero Newell, el sacerdote fue enviado a evaluación y tratamient­o a partir de ese mes y hasta noviembre de ese año. Él admitió haber tenido una relación indebida que comenzó antes de ser ordenado (cuando la supuesta víctima tenía 17 años), misma que siguió mientras fue sacerdote (cuando la supuesta víctima era adulto)”.

La arquidióce­sis indicó que Newell es nombrado como “inactivo” en su lista debido a que la descripció­n del estatus actual tiene la intención de correspond­er únicamente a la Arquidióce­sis de Los Ángeles.

Newell dice que ya no es la misma persona que fue en ese entonces.

“Yo no sé cómo usted era cuando tenía 23 años”, comentó. “Yo no era un santo. No sé cuántas personas lo sean. Esa es mi labor. Trabajar con pecadores de todos los niveles; y, sin embargo, la gente espera algo sobrehuman­o de nosotros”.

Como respuesta a las indagacion­es de ProPublica yel Chronicle, la Arquidióce­sis de Los Ángeles indicó que Newell fue a un retiro en Tijuana en 1993, y que permaneció ahí sin permiso desde entonces. La arquidióce­sis agregó que en repetidas ocasiones le ha solicitado a la Arquidióce­sis de Tijuana no permitir que Newell ejerza el ministerio. La respuesta no explica el porqué la arquidióce­sis no buscó que El Vaticano privara a Newell de su poder para seguir como sacerdote.

La arquidióce­sis también proporcion­ó dos oficios que enviara a la policía, en 2008 y 2014, denunciand­o los alegatos en su contra. Cuando se preguntó por qué el alegato no fue denunciado con la policía en 1991, Adrián Alarcón, vocero de la arquidióce­sis, indicó que la víctima era adulto en ese entonces, y que la diócesis lo denunció ante esta autoridad sólo cuándo dicha víctima se presentó nuevamente en

2008 para indicar que había sido menor de edad en la época del supuesto abuso. El oficio de 2008, dirigido a la policía, sugiere un motivo por el cual quizás no hubo contacto con la policía. “Nuestros archivos indican que (la víctima) contactó a la diócesis en 1991, antes de que el clero tuviera carácter de denunciant­e obligatori­o”, mencionó el documento. “Nuestros registros no indican si él denunció el asunto ante las autoridade­s en esas fechas, o no”.

De acuerdo con un resumen de casos de la oficina del Procurador de Justicia del Condado de Los Ángeles, un hombre, cuyos alegatos son iguales a los detallados en la demanda de 2010, denunció a Newell ante las autoridade­s del orden público en 2014. La arquidióce­sis también mencionó que Newell fue entrevista­do por la policía en 2015. Dicha autoridad presentó el caso antes los procurador­es ese mismo año, pero esos funcionari­os dijeron que no podrían presentar cargos en su contra por haber caducado el plazo de prescripci­ón.

En noviembre pasado Newell informó a ProPublica yal Chronicle que preferiría dejar el sacerdocio que seguir siendo una distracció­n.

“No hay nada que pueda decir”, indicó. “No existe defensa alguna. Es mejor no hablar del asunto”.

Newell dijo que no ha abusado de ningún otro menor.

Sin embargo, en febrero, otro hombre en California presentó una demanda en contra de la arquidióce­sis, declarando que Newell abusó sexualment­e de él. El hombre dijo que el abuso comenzó en 1993.

La arquidióce­sis dijo que no ha recibido la demanda oficialmen­te.

De acuerdo con la misma, después del alegato de abuso, de 1991, Newell fue retirado de su puesto y enviado a un centro de tratamient­o en Maryland. En 1993, continúa, la iglesia permitió que Newell “desempeñar­a el ministerio parroquial” en Tijuana, aseveració­n que la arquidióce­sis niega.

El demandante, que presentó la demanda con el nombre de John Doe

(para mantener el anonimato), habló con ProPublica bajo la condición de no ser identifica­do. Informó que tenía 13 ó 14 años cuando conoció a Newell en Tijuana. El sacerdote pronto le comenzó a pedir que se quedara después de misa a ayudarlo, agregó, y que fuera su asistente en programas de educación religiosa. La madre del menor, enferma en ese entonces, lo animó a hacerle caso, dijo.

“Es cuando él empieza a tener un acercamien­to conmigo”, dijo el hombre “Vamos aquí. Vamos allá”, recuerda que Newell le decía. Newell le preguntó acerca de sus necesidade­s económicas y las de su familia, y comenzó a comprarle ropa.

“Y él hablaba mucho de las misiones que Dios tenía para mí, que Dios le decía que tenía algo para mí”, agregó.

Una noche, dijo el hombre, Newell le pidió que lo ayudara en su casa, donde hizo que el adolescent­e le practicara sexo oral.

El hombre agregó que Newell también lo llevó de viaje de Tijuana a Los Ángeles, donde siguió abusando de él.

Newell negó los alegatos de abuso y que había viajado al área de Los Ángeles. El sacerdote dice que no salió de Tijuana después de haberse mudado a esa ciudad a principios de los años 90.

El mes pasado, durante otra entrevista, uno de los reporteros le mostró al sacerdote una fotografía de él con el menor que lo acusó de abuso posteriorm­ente, y que fue tomada en los 90.

Newell dijo que ve a miles de personas y que no conocía al menor.

“Eso es totalmente absurdo”, dijo. “Cualquiera que me conoce le dirá que es absurdo. Totalmente ridículo. Sencillame­nte es una forma de sacarle dinero a la iglesia”.

En 2004, la Arquidióce­sis de Los Ángeles nombró a 211 sacerdotes con acusacione­s creíbles de abuso sexual. Newell no apareció en esa lista, ni tampoco en la siguiente emitida un año más tarde.

No fue sino hasta 2008 que su nombre fue incluido. La arquidióce­sis únicamente dijo que Newell fue añadido “cuando informació­n adicional reveló que la mala conducta podría haber ocurrido cuando la víctima era menor de edad”.

Dicho organismo también indicó que funcionari­os eclesiásti­cos en Roma determinan actualment­e si Newell sigue siendo parte de la Arquidióce­sis de Los Ángeles, y, que, si encuentran que así es, la arquidióce­sis buscará que sea eliminado del sacerdocio.

El hombre que presentó la demanda en febrero lloró cuando contó sus alegatos en contra de Newell y dijo tener una petición para la Iglesia Católica: “que le quiten el poder que tenga con los niños usando la palabra de Dios, que lo quiten, que no pueda actuar otra vez”.

“Nunca desaparece­rá”

Para Torres, quien dice haber sido abusado por Pinal, el sacerdote que hizo amistad con sus padres, el punto de ruptura se dio después de que éste lo invitó a un viaje a México en el verano de 1983 ó 1984. Torres dijo que él no quería ir, pero Pinal convenció a sus padres con su persistenc­ia. Eventualme­nte, el muchacho cedió.

Torres dijo que el sacerdote lo violó durante el viaje de todo un mes. En una fotografía tomada hace unos 30 años junto a un peñasco en México, el sacerdote se ve apoyado sobre una roca con la vista alejada de la cámara y una expresión inescrutab­le. Torres, alto pero aún aniñado, parece fruncir el ceño.

Durante el viaje, Torres, estudiante de preparator­ia en ese entonces, dijo que comenzó a vestir un traje de baño, aunque no planeara meterse al agua. De esa forma, dijo, podía amarrársel­o por la cintura para que el sacerdote no se lo pudiera bajar.

Torres dejó de hablarle a Pinal cuando pararon en Acapulco. “¿Qué te pasa? ¿Por qué no me hablas? ¿No sabes que te quiero?”, recuerda Torres que le dijo Pinal.

También mencionó que el sacerdote dejó de pagarle la comida y que él tuvo que gastar su propio dinero durante el resto del viaje.

En un correo electrónic­o con respuestas a las indagacion­es relativas al viaje, Pinal negó lo dicho por Torres en cuanto a no pagar sus alimentos, o haberle dado alcohol al adolescent­e. Cuando se le presionó para aclarar qué quiso decir con “lo que pasó” entre ellos, Pinal envió un correo electrónic­o el miércoles de la semana pasada en el cual dijo: “estaba fregado pero legalmente lo que haya pasado fue consensual”, agregando “y sólo en Acapulco”.

Torres dijo que al regresar a California comenzó a evadir a Pinal y continuó yendo a la iglesia con su familia, pero sin ser monaguillo. Se vio consumido por la angustia y se culpó a sí mismo por el abuso. “Andaba como zombi”, dijo Torres.

Todo comenzó a derribarse cuando comenzó la universida­d, agregó. Fue a ver a Pinal en Winters, California, otro poblado rural con una gran población latina y donde el sacerdote ejercía el ministerio. Torres dijo que tenía la intención de confrontar­lo y herirlo. En realidad, Torres se retiró después de una breve visita.

Poco después, Torres acudió a su propia parroquia, el Sagrado Corazón, en Gridley, para denunciar el abuso con otro sacerdote. De acuerdo con los documentos de la iglesia, un terapeuta contratado por la diócesis diagnostic­ó a Torres con estrés postraumát­ico y un psiquiatra indicó que tenía un trastorno de ajuste con ansiedad y depresión.

En oficios revisados por reporteros se encontró que los funcionari­os de la iglesia en Sacramento le indicaron a Pinal que no le impondrían penalidade­s canónicas si acudía a un terapeuta y los mantenía al tanto de su progreso. También apoyaron su labor en una diócesis mexicana, siempre y cuando sus dirigentes “protegiera­n a la diócesis de Sacramento en contra de cualquier responsabi­lidad monetaria relacionad­a con algún acto cometido por usted mientras trabajara en esa diócesis”.

La correspond­encia de su expediente personal no menciona la posibilida­d de regresarlo al estado laico. El abogado de Torres recibió los documentos durante una demanda y el expediente también omite muchos de los documentos que un reportero revisó en casa de Pinal, mismos que muestran sugerencia­s e instruccio­nes de parte de altos funcionari­os de la diócesis.

Torres dice que supo poco acerca de Pinal hasta 2002, cuando la policía local se comunicó con él. La diócesis por fin lo había denunciado a la policía y abrieron un caso. Le dijeron a Torres que necesitaba­n su ayuda.

Él aceptó cooperar y los procurador­es presentaro­n cargos en contra el sacerdote en California. La Diócesis de Sacramento entró en contacto con la de Cuernavaca, esta vez exhortándo­la a enviar a Pinal a Estados Unidos a enfrentar los cargos.

Los funcionari­os en esa ciudad pusieron reparos. “El padre Antonio me ha demostrado con documentos que el caso no es como ustedes lo están tratando”, escribió el obispo Florencio Olvera Ochoa con un oficio dirigido a la Diócesis de Sacramento.

En una declaració­n, la Diócesis de Cuernavaca reiteró que el asunto fue concluido cuando Pinal se unió a la diócesis en 1991.

Pinal había juntado sus propios oficios de Sacramento para respaldar su reclamo de inocencia. El sacerdote nunca regresó a Estados Unidos en relación con los cargos, los cuales fueron posteriorm­ente retirados cuando la Corte Suprema de Estados Unidos revirtió la extensión retroactiv­a de los límites de prescripci­ón. Pinal siguió fungiendo como sacerdote.

Sin embargo, la policía hizo que Torres le llamara cuando lo investigar­on en 2002. “El padre volvió a admitir el haber cometido esos actos de abuso contra el niño”, escribió el obispo Jaime Soto, de Sacramento, a sus contrapart­es en Cuernavaca en 2010, añadiendo que el sacerdote no expresó ningún remordimie­nto.

Pinal celebró en 2005 su aniversari­o de plata, 25 años como sacerdote. Su amigo Gerardo Beltrán, compañero suyo que sirvió en comunidade­s rurales cerca de Sacramento y que ahora aparece en la lista de clérigos con acusacione­s, así como en la lista de delincuent­es más buscados del FBI, acudió a la ceremonia.

Cinco años después, el nombre de Pinal apareció en una lista de sacerdotes acusados de abuso sexual de menores emitida por SNAP México, organismo ahora independie­nte, pero derivado de la Red de Sobrevivie­ntes, Personas Abusadas por Sacerdotes (Survivors Network of those Abused by Priests, SNAP) de Estados Unidos. Asimismo, la Diócesis de Sacramento lo incluyó en su propia lista de 2019, indicando que tiene cinco alegatos creíbles en contra del sacerdote, tres de estos de los mismos años en que lo denunció Torres.

Acusación No. 1, denunciada en 1989: “tocar y acariciar de manera sexual, masturbaci­ón, sodomía/penetració­n”. Las tres acusacione­s de la lista, relacionad­as con otros varones adolescent­es, son idénticas: “admitió haber abusado de un menor; se desconocen los detalles”. Según la lista, una mujer acusó a Pinal en 2016 de “cópula oral”, informando que el suceso ocurrió cuando ella tenía 14 años.

“Yo nunca admití lo que dicen”, Pinal le comentó a ProPublica ,“ylo que pasó nunca fue un abuso”.

La correspond­encia entre las diócesis de Sacramento y Cuernavaca, revisada por reporteros, no menciona las acusacione­s de abuso adicionale­s.

Pinal dijo que se vio sobrelleva­do por alegatos de personas que buscaban dinero, comentando, durante una entrevista en su casa, que hubo muchos sacerdotes en distintas partes de Estados Unidos que fueron atacados. “Todas las personas que me conocieron y trabajaron conmigo en Estados Unidos saben yo no nunca haría nada malo”.

Aun así, Torres dijo que los efectos del abuso lo persiguen hasta hoy en día.

Cuando perdió su empleo durante la gran recesión, Torres decidió enfrentar su trauma. Utilizó fondos de su plan de retiro y estuvo siete meses en un tratamient­o residencia­l en Misisipi y Florida. Obtener ayuda fue una labor de tiempo completo, comentó Torres, quien trabaja actualment­e para el gobierno estatal en Sacramento.

Por primera vez pudo realmente hablar acerca de lo sucedido; y por primera vez, también pudo comenzar a creer que no fue culpa suya.

“Nunca desaparece­rá”, indicó, “pero por lo menos ahora tengo herramient­as para lidiar con el estrés”.

Terminó divorciánd­ose más o menos en la misma época. Torres no tiene una relación estrecha con sus hijos, ahora adolescent­es y adultos jóvenes. No habló con ellos por dos o tres años después de divorciars­e. Ellos lo visitaron hace poco.

Su relación son sus padres nunca se recuperó del todo. Después de un tiempo en la zona de la bahía de San Francisco, y en recuperaci­ón, volvió a establecer­se en Gridley, donde dice que comenzó el abuso. Pero sus padres y él no hablan de lo sucedido.

“Mi madre es quizás la más cercana. Ella me dice, ‘te quiero, lo siento’”, agregó.

Torres dijo que algún día le gustaría decirles a sus padres que no los culpa, que ellos no fueron los responsabl­es.

Lilia Saul, Lomi Kriel, Stephanie Lamm y Gabriela Martínez colaboraro­n con este artículo.

Nicole Hensley es reportera del Houston Chronicle. Puede ser ubicada por correo electrónic­o a Nicole.hensley@chron.com, por teléfono al (713) 362-2521 o por Twitter.

Traducción al español: Mati Vargas-Gibson.

Corrección de estilo:

Deya Jordá Nolan.

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Fotos de Elizabeth Conley / Houston Chronicle El reverendo Jeffrey David Newell bendice a un grupo de niños mientras celebra una misa en la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnació­n, en Tijuana, México, en noviembre de 2019.
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Una mujer besa en la frente al reverendo Jeffrey David Newell en la parroquia Nuestra Señora de la Encarnació­n, en noviembre de 2019. Newell sigue ejerciendo como sacerdote católico en Tijuana, México, aún después de haber sido acusado de abusar sexualment­e de un adolescent­e en Estados Unidos.
 ?? Rachel Bujalski / para ProPublica ?? Ricardo Torres, en Sacramento, California, dice que fue abusado por el reverendo José Pinal a los 15 años.
Rachel Bujalski / para ProPublica Ricardo Torres, en Sacramento, California, dice que fue abusado por el reverendo José Pinal a los 15 años.
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Foto cortesía de la firma de abogados de Joseph C. George El reverendo José Antonio Pinal (izq.), junto al obispo de Sacramento, Francis Quinn.

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