Viven bajo riesgo de contagiarse
Temen contagiarse y llevar el virus a sus familias
VIRUS: los paramédicos y el personal de emergencias de Houston hacen ahora su trabajo bajo máxima tensión mientras tratan de cumplir con sus obligaciones y al mismo tiempo evitan contagiarse para no llevar el COVID-19 a sus hogares en medio de la pandemia.
La llamada desde una casa en el sur de Houston fue una de las últimas de Travis Tracy durante un turno reciente. Del otro lado de la línea hablaba una mujer de unos 20 años, pálida y débil, que luchaba contra la fiebre y una tos que sonaba como un perro ladrando.
Esa joven tenía los síntomas de alguien con el COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus. Había ido al hospital días antes con problemas respiratorios, pero la medicina que le habían dado no había ayudado mucho. Ahora se sentía peor.
Hasta hace un par de meses, Tracy y el también paramédico John Spiro habrían agarrado guantes y apresurado el paso desde la ambulancia para atender a la paciente, para verificar sus niveles de oxígeno y temperatura. Esta vez se contuvieron.
“Necesito hacer todo lo posible para no enfermarme”, pensó Tracy. El paramédico de 34 años no quería infectar a sus compañeros de la Estación 33 de los Bomberos de Houston ni llevar el virus a su esposa o hija de 4 años.
Sólo después de ponerse su equipo de protección personal o EPP (una máscara, una bata, gafas y guantes) finalmente se acercó a la paciente. Más tarde informó el caso a sus supervisores, quienes le dijeron a la joven que vigilara los síntomas durante dos semanas.
Desde que el coronavirus forzó el cierre del Rodeo y cambió la vida en Houston, los paramédicos y los técnicos de emergencias médicas de la ciudad han visto cómo el virus ha afectado a los departamentos de bomberos de todo el país, y ha llevado un profundo cambio y ansiedad a sus trabajos. Más de dos docenas de ellos en Houston han dado positivo al virus, y cientos más tienen posibles exposiciones como la de Tracy.
Entrevistas con más de una docena de técnicos de emergencias médicas, funcionarios del Departamento de Bomberos de Houston y representantes del sindicato de bomberos muestran que el coronavirus ha afectado a la cultura muy unida de generaciones donde los bomberos trabajan, duermen y comen juntos, y cómo esos barrios a los que ellos habitualmente ayudan ahora los están dejando bajo riesgo.
Durante una reciente madrugada en la Estación 33, los bomberos comenzaron el día lavando y desinfectando sus vehículos y la estación.
“Si voy a estar en esto durante 24 horas, quiero que esté lo más limpio y cómodo que pueda”, dijo J.W. Robinson mientras limpiaba la radio.
Antes, el grupo de cada turno era responsable de limpiar una parte diferente de la estación. Vehículos el lunes. La estación el martes. Y así los bomberos limpian toda la estación y sus vehículos al menos dos veces al día.
Cada llamada termina ahora con una limpieza profunda. Los paramédicos friegan cada superficie para tratar de eliminar cualquier rastro del virus. Cuando regresan de sus salidas, incluso antes de ingresar a la estación, desinfectan los vehículos, rocían sus botas y se lavan las manos.
El 8 de abril, un capitán llamó en la estación a cada bombero para tomarle la temperatura. Poco después, recibieron máscaras médicas, parte de una nueva política que requiere que las usen durante sus turnos de 24 horas.
“El 50 por ciento de las exposiciones en las primeras dos semanas fue por no usar” el equipo de protección personal, dijo el subdirector Michael Mire. “Ahora no verán a los pacientes sin EPP”.
En la calle deben usar más ajustadas las máscaras, que filtran el 95 por ciento de las partículas en el aire, en cada llamada. Incluso en casos de bajo riesgo en los que antes podrían haberlas evitado.
“Están listos para salir (a trabajar)”, dice el jefe de bomberos Sam Peña. “Pero en el fondo están tan preocupados como cualquier otro ciudadano. No quieren llevar el virus a sus casas”.
Los técnicos de emergencias médicas, que habitualmente siempre han tratado de atender las llamadas de bajo riesgo rápidamente, ahora tienen que tomarse más tiempo. En lugar de que equipos enteros vayan a los hogares para ayudar a los pacientes, sólo un paramédico o EMT se acerca ahora a un paciente, explicó Shelby Walker, quien supervisa la Estación 33 y otras que atienden las operaciones del Departamento de Bomberos al sur de la autopista I-10.
“Tenemos que ser un poco más distantes, lo que cuesta mucho”, dijo. “Estamos acostumbrados a acercarnos a las personas y preguntarles qué está pasando”.
El primer caso de COVID-19 del Departamento de Bomberos se produjo el 17 de marzo. En las semanas posteriores, casi 1.400 de los 3.700 bomberos de la ciudad reportaron una posible exposición al virus. El jefe de la Estación 105, Al Capistran, de 51 años, estuvo semanas en el hospital luchando por su vida.
Después de que algunos técnicos de emergencias médicas se enfermaron, más de 220 bomberos fueron forzados a hacer cuarentena, incluidos equipos enteros en cinco estaciones de bomberos diferentes empeorando la situación de un departamento que ya estaba sobrecargado.
Los bomberos han visto cómo ha subido la tensión por el virus en Nueva York y en otras de las ciudades del noreste con gran densidad de población, y han seguido con ansiedad su propagación en Houston.
Aunque el volumen de llamadas de emergencia ha disminuido, el número de llamadas por situaciones médicas graves ha aumentado en aproximadamente un 15 por ciento, dijo el subdirector Michael Mire.
“Los bomberos de Houston están trabajando en problemas nuevos y difíciles”, agregó Marty Lancton, presidente de la Asociación de Bomberos Profesionales de Houston. “A pesar de que cientos de bomberos están en cuarentena, estamos orgullosos de la primera línea de la respuesta ante la pandemia”.
Un miércoles reciente, paramédicos y técnicos de emergencias de la Estación 33 recibieron una llamada alrededor de las 11 a.m. para ayudar a un hombre que se había enfermado en un centro de diálisis.
Una hora después, Robinson y el EMT Robert Murrell se apresuraron a ayudar a un ciclista, que se había caído y lastimado el hombro. Mientras Murrell hacía preguntas, Robinson se inclinó con cautela y le pasó un termómetro al hombre caído. No tenía fiebre, pero le envolvieron un brazo, lo ayudaron a subir a la camilla y lo llevaron a la ambulancia.
Horas después, Tracy y Spiro se apresuraban por la autopista hacia los complejos de apartamentos Stonehaven, donde un joven se quejaba de dolor de garganta y no se sentía bien. Ahí se encontraron con dos
EMT de la Estación 28, Obed Ceballos y Michael Hinks.
“Ayer comenzó a sentirse enfermo”, le dijo Ceballos a Walker. “Pero en este momento no siente ningún síntoma”.
Repasó los signos vitales del hombre, leyendo algunas notas que hizo en su guante. El hombre tenía dolor de garganta. Comenzó a sentirse mal después de estar bajo la lluvia el día anterior. Su nivel de oxígeno estaba bien, pero un control de temperatura reveló fiebre.
Se apresuraron afuera y se pusieron los delantales de protección azul claro que el departamento les dio. Lo subieron a la ambulancia y luego se fueron.
“Uno quiere entrar y ayudar, trabajar con las manos”, dijo Ceballos más tarde. “Pero ahora, nunca se sabe. Cualquier tipo de llamada, hasta en un accidente de tránsito, uno nunca sabe si el conductor puede estar infectado”.
Cuando Tracy y Spiro terminaron de atender esa llamada, fueron enviados a un complejo de apartamentos en el oeste de Houston para atender a un hombre de 65 años con un problema cardíaco y dolor en el pecho.
Tracy se puso los guantes y miró desde la puerta y notó un tanque de oxígeno portátil junto a una TV. El hombre, que había estado en tratamiento contra el cáncer, tenía náuseas. Había tenido tos y se había sentido débil por unos días. Pero no tenía fiebre y sus niveles de oxígeno eran saludables.¿Realmente quería ir al hospital?
“Si viera algo que sugiriera una amenaza inmediata para la vida, no estaríamos teniendo esta conversación”, le dijo Tracy. “Simplemente nos fuimos”.
Ahora los paramédicos y los técnicos de emergencias médicas están instando a residentes enfermos a quedarse en sus casas si pueden.
“Si no estás realmente enfermo, probablemente no quieras estar en un hospital en estos momentos”, explicó Tracy. “Ahí es donde están todas las personas realmente enfermas”.
El martes de la semana pasada, Tracy regresó a la estación para su turno siguiente.
Habían pasado dos semanas y dos días desde la llamada de aquella joven que parecía estar luchando contra el coronavirus, y acababa de terminar su período de aislamiento para evitar posibles infecciones.
La mayor parte del turno pasó sin incidentes. Luego, a las 3:40 del miércoles por la madrugada, en la última llamada de su turno, volvió a sonar la sirena: una probable paciente con coronavirus en un hogar de ancianos cerca del Centro Médico de Texas.
Allí se encontraron con una mujer de unos 70 años. Tenía demencia y no podía dar mucha información, pero tenía fiebre, entre 99,3 y 101, y tos. Se pusieron sus EPP y la llevaron al hospital.
No fue sino hasta después de que se limpiaron y volvieron a la estación de bomberos que Tracy tuvo tiempo de pensar detenidamente. Se quitó el protector facial, luego la bata, moviéndose con cuidado. No quería resbalarse, quitarse los guantes mal o tocarse la cara.
Pasaron una hora y media descontaminando todo, y luego él se dirigió a su casa. Cuando llegó, se detuvo frente a la entrada y un pensamiento pasó por su mente: “necesito asegurarme de no traer el virus a casa”.