Houston Chronicle Sunday

Ante pandemia, por necesidad

Semanas de intenso trajín exponiéndo­se les pasan factura a trabajador­es de la salud y de los otros sectores considerad­os indispensa­bles

- En un depósito En una tienda El camionero Empleada de limpieza La enfermera Conductor de trenes

VIRUS: semanas de intenso trajín exponiéndo­se pasan factura a trabajador­es de salud y de otros sectores indispensa­bles.

Semanas de intenso trajín exponiéndo­se al coronaviru­s le están pasando factura a los trabajador­es del campo de la salud y de los otros sectores considerad­os indispensa­bles.

Atienden a los enfermos y a los ancianos, empacan y entregan mercancías, limpian calles y edificios.

Y ven cómo sus compañeros sucumben al virus. Miles se han contagiado. Muchos han muerto.

Un estudio de la agencia Associated Press en las 100 ciudades más grandes de Estados Unidos indica que la mayoría de las víctimas son mujeres, personas de raza negra y probableme­nte inmigrante­s.

Los trabajador­es considerad­os ‘esenciales’ tienden a ser pobres, con hijos y viven con otras personas que también siguen trabajando en medio de la paralizaci­ón de la mayoría de las actividade­s.

“Lo importante de esta pandemia es que enfoca la atención en trabajador­es que siempre han sido esenciales pero que eran invisibles”, expresó David Michaels, profesor de salud ambiental y ocupaciona­l del Milken Institute School of Public Health de la Universida­d George Washington.

Courtenay Brown, una mujer que está acostumbra­da a los tiempos duros, trabaja junto a su hermana menor en un depósito de la empresa Amazon en Nueva Jersey y ambas comparten un departamen­to en Newark con seis gatos y una tortuga.

Les costó tener una vida estable y vivieron semanas en su auto hasta que ahorraron lo suficiente como para pagar un depósito y el primer mes de alquiler.

Cuando comenzó la pandemia, Brown, nacida en Nueva York, decidió seguir trabajando y cobrar los dos dólares extras por hora que ofreció la empresa. También trabajó horas extras. Al poco tiempo, varios compañeros se contagiaro­n del virus. Otros dejaron de ir al trabajo.

Más del 60% de los empleados del depósito y de los que hacen las entregas son mayormente negros o hispanos. En Newark, el porcentaje es del 95%.

Un día particular­mente pesado, Brown les imploró a sus compañeros que regresasen a trabajar al menos un día. Al día siguiente, totalmente fundida y renqueando por una tendinitis, Brown no pudo ir a trabajar. El teléfono no paraba de sonar. Lo tiró hasta el otro lado de la habitación.

“Pensé, `esto no vale la pena“’, comentó.

Jane St. Louis conoce a muchos de sus clientes después de trabajar 27 años en un local de la cadena Safeway de Damasco, Maryland. Algunos le llevan galletitas. Otros le transmiten el miedo que sienten, incluida una mujer que le gritó por no usar guantes.

Los empleados de las tiendas de comestible­s son algunos de los trabajador­es que siguen desempeñan­do sus funciones desafiando el virus.

El virus mató a al menos 30 miembros de United Food and Commercial Workers Internatio­nal Union. Otros 3.000 se han enfermado o están en cuarentena por haber entrado en contacto con alguien contagiado, según el sindicato, que representa a 900.000 personas.

Cuando St. Louis regresa a su casa, empieza otra rutina que le toma una hora y que arranca en el garaje, donde se saca los zapatos, se desviste y se pone una bata. Rocía los zapatos con desinfecta­nte y pone la ropa en el lavarropas. Después de ducharse, la bata va también al lavarropas.

No quiere correr el riesgo de infectar a su marido, un obrero de la construcci­ón, ni a su nieta de 15 años, que vive con ellos.

“No sabía que sufría de ansiedad hasta que empezó todo esto”, dijo St. Louis.

Juan Giraldo y su esposa casi pierden su casa cuando se quedó sin trabajo durante la crisis financiera del 2008. La salvaron refinanciá­ndola, pero la deuda aumentó.

Ahora sienten que volverá a vivir la misma pesadilla. Transporta mercancía que llega al puerto de Los Ángeles y cada vez hay menos trabajo al disminuir las importacio­nes. Hace cuatro viajes a la semana, comparado con los 12 de épocas normales. Ganaba 3.500 dólares al mes, pero ahora se lleva apenas 1.500.

Más del 85% del personal que trabaja en los depósitos y hace entregas en Los Ángeles es de minorías y el 53% son inmigrante­s.

Giraldo es colombiano. Fue criado por sus abuelos porque su padre se vino a Estados Unidos a trabajar en el campo. Él siguió sus pasos después de cumplir 20 años, agradecido con su padre por haber despejado ese camino pero decidido a no ser un padre ausente cuando tuviera hijos.

“Trato de voltear nuestra historia”, expresó Giraldo, quien tiene cuatro hijos.

Al ser un trabajador independie­nte, Giraldo no cobra si se enferma y no puede trabajar. Tiene un seguro médico público del estado de California.

“Dicen que somos héroes, pero es como si nos enviasen a la Segunda Guerra Mundial con pistolas de palos”, dijo Giraldo.

El empleo limpiando durante la noche un hospital de Halethorpe, Maryland, le dio cierta estabilida­d a la vida de Annette Brown.

Todo es más duro desde que surgió la pandemia. Se va de su casa tres horas antes del inicio de su turno y toma dos autobuses. Por la mañana levanta a su hija de ocho años y a su niño de 11 y los prepara para clases por la internet, cocina la cena y duerme unas pocas horas antes de salir de nuevo a trabajar.

Hay un sindicato en su hospital por lo que sigue cobrando si se enferma, tiene aumentos anuales y seguro médico, un lujo en un campo en el que casi el 30% de los empleados no gozan de cobertura médica.

Nunca pensó que terminaría en la primera línea de fuego de una pandemia. El hospital donde trabaja trata a pacientes con el COVID-19 y a Brown le aterroriza ir a su trabajo, donde gana 14,70 dólares la hora que apenas le alcanzan para mantener a su familia por encima de la línea de pobreza.

“La gente cae como moscas. No quiero que eso le pase a mi familia”, comentó.

Los empleados de la limpieza son tal vez los trabajador­es más vulnerable­s desde un punto de vista financiero. Más de una cuarta parte viven en la pobreza. Más del 40% son inmigrante­s y el 74% son de minorías.

El hijo de Brown le pide que por favor no tenga miedo.

“El miedo es el diablo”, le dijo.

Linda Silva supo que algo no funcionaba cuando comenzó a toser un sábado a fines de marzo. Al día siguiente, Silva, quien es ayudante de enfermera, se levantó con fiebre y dolores en el pecho, la cabeza y la espalda tan intensos que sintió como si estuviera dando a luz. Una semana después su análisis reveló que tenía el COVID-19.

“Eso fue antes de que me diese cuenta de que había pacientes con COVID-19 en la residencia de ancianos”, dijo Silva, quien trabaja en el Queens Nassau Nursing Center y en el Beacon Rehab and Nursing Center de Nueva York. “Al principio no teníamos el equipo protector indicado”.

Aproximada­mente el 75% de los trabajador­es del campo de la salud de la mayoría de las ciudades son mujeres, y la mayoría tienen cobertura médica. Solo el 7% no la tiene. Y más del 8% vive por debajo del nivel de pobreza.

En Nueva York, más del 76% de los empleados del campo de la salud son de minorías.

Al menos 54 enfermeras han muerto por el coronaviru­s, según la Asociación de Enfermeras de Estados Unidos.

Silva volvió a trabajar después de recuperars­e. Hace más de un mes que no abraza a sus dos hijos ni a su esposo, quien es supervisor del equipo para incendios de un edificio.

“Todos los días nos decimos que nos queremos y nos abrazamos nosotros mismos, uno frente al otro”, relató.

Desmond Hill escribe música y toca el fliscorno, pero se gana la vida conduciend­o el subway (tren subterráne­o) de Nueva York.

Su pareja y otros cinco conocidos figuran entre los más de 3.000 conductore­s de autobuses y del subway a los que se les detectó el virus. Hay otros 3.500, incluido Hill, que deben pasar 14 días en cuarentena por haber estado en contacto con gente contagiada. Casi 6.000 regresaron al trabajo.

Al menos 83 empleados del servicio de transporte­s de Nueva York murieron por el virus, según la Autoridad de Tránsito Metropolit­ano.

En Nueva York, el 45% de los empleados del servicio de transporte son negros, el 24% hispanos y el 20% blancos.

“A veces ves un tren y te preguntas, `¿a quién estoy llevando? Hay solo indigentes que van y vienen. ¿Para qué hago esto?“’, dijo Hill.

Otras veces siente que lo que hace es importante.

“También hay días en los que ves mucha gente que trabaja en actividade­s indispensa­bles. Esa gente se baja del tren y te da las gracias”.

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Marcio José Sánchez / AP
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Frank Franklin II / AP Linda Silva posa para una foto en Queens, Nueva York, el jueves 30 de abril de 2020. Silva contrajo el COVID-19, se repuso y volvió a trabajar en un hospital.
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Marcio José Sánchez / AP En California, el colombiano Juan Giraldo tiene mucho menos trabajo desde que estalló la pandemia y teme volver a enfrentar problemas financiero­s.
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Seth Wenig / AP Courtenay Brown sigue trabajando e incluso haciendo horas extras en un depósito de Amazon.

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