Houston Chronicle Sunday

Otra muerte en planta procesador­a

Saúl Sánchez emigró desde México para tratar de salvar la vida de su hija, que tenía fallas renales

- Patty Nieberg AP

Saúl Sánchez se vino de México a Estados Unidos para tratar de salvar la vida de su hija menor. Encontró una nueva vida para él y su familia, un jefe que ofreció pagar por el tratamient­o médico de su hija y una comunidad rural que quiso mucho.

Se pasó décadas trabajando junto a otros inmigrante­s y refugiados en la planta procesador­a de carne JBS de Greeley, que resultó un foco de infeccione­s del coronaviru­s. Cuando falleció en abril por el virus, la comunidad abrumó a su familia con muestras de cariño y relatos sobre su compasión.

Su hija mayor, Estela Hernández, dice que no sabía hasta qué punto había llegado la bondad de su padre hasta que un indigente se presentó a darle su pésame y le contó que en una ocasión le había dado una frazada y le había pagado para que le limpiase la nieve en un invierno.

“Nunca haremos todo lo que hizo él, ni tendremos su impacto. Ha sido un gran ejemplo”, expresó Betty Rangel, la segunda hija de Sánchez.

Su familia cuenta que Sánchez fue un hombre humilde, devoto de sus hijos, que les enseñó a mostrarse agradecido­s de las oportunida­des que se les presentaba­n, se preocupó siempre por su educación y vio cómo su hija menor, Patty, superaba su problema y se recibía de enfermera.

A principios de la década de 1970, Patty sufría de problemas renales y Sánchez, quien por entonces administra­ba 15 farmacias, necesitaba ayuda para pagar por su atención médica. Se fue de Ciudad Juárez en 1972 para trabajar en jardinería en Parker, Colorado. Su familia se le unió en 1976.

“Pasó de lucir traje y corbata a plantar semillas y trabajar en un oficio muy duro. Jamás se quejó. Siempre nos dijo que debíamos apreciar las oportunida­des que se nos presentaba­n”, expresó Betty Rangel.

Cuando vino a Estados Unidos para ganar suficiente dinero como para pagar los gastos médicos de Patty, encontró un jefe dispuesto a ayudarlo. El dueño de la empresa de jardinería pagó por el tratamient­o “porque valoraba a mi papi”, dijo Rangel.

Cuando la familia se mudó a Greeley, abrió la primera panadería mexicana en 1992. Su padre fue escalando en la planta procesador­a de carne de JBS USA y patrocinó a equipos deportivos de la zona, como había hecho en Juárez.

“No se quedaba con nada, quería darle todo lo que podía a la comunidad, a nosotras”, dijo Estela Hernández.

Cuando escaseó el dinero, Betty y Estela ofrecieron dejar los estudios y trabajar para ayudar a pagar las cuentas. Pero su padre se opuso. Su educación era la gran prioridad, les dijo.

En una ocasión Patty Rangel le dijo a su padre que no podía costear los libros de estudio.

“Él me entregó el dinero y me dijo, `no te preocupes, tu educación y lo que estás haciendo es lo importante. Te apoyaré siempre que lo necesites'. También me decía, `no compres usado, compra nuevo“’, relató Patty.

Sánchez trabajaba muchas horas extras. En el poco tiempo libre que le quedaba, le gustaba leer, hacer ejercicio y salir a caminar por la mañana. Una vez le dio una serenata a Patty frente a su casa por su cumpleaños… a las siete de la mañana.

Era muy bromista —tenía surcos en su rostro producto de tantas risas— y entretenía a su familia con su sentido del humor; le decía a su esposa que sus tortillas y sus frijoles eran los mejores que había comido en su vida y le gustaba lucir la camiseta de los Broncos de Denver, el equipo de fútbol americano.

En su casa, llena de fotos de la familia y de artefactos cristianos, se hacían todos los festejos de la familia y se reunían los sábados. La casa era un regalo. Se la dejó a Sánchez una señora a la que él cuidó.

“Eso era lo que lo hacía feliz a mi papi. Tenernos a todos allí, todo el tiempo”, dijo Betty Rangel. “Nos enseñó que la familia es muy importante”.

Tras la muerte de su padre, la familia, junto con otras familias de empleados de JBS y del sindicato de trabajador­es de las procesador­as de carnes, denunciaro­n a la empresa, acusándola de no tomar medidas para proteger a los empleados del virus.

Seis empleados han muerto, incluido Sánchez, y el sindicato está tratando de que la empresa pague compensaci­ones a sus familias.

JBS dice que no está claro dónde se contagió Sánchez, quien fue admitido en un hospital el 24 de marzo. Su prueba de coronaviru­s dio positivo.

Patty Rangel, la hija menor, trabajaba en el hospital como enfermera. La familia no pudo verlo para evitar contagios, pero ella sí. Se puso equipo protector y estuvo sentada a su lado cuando le desconecta­ron el respirador. Tenía 78 años.

“¿Fue una bendición haber estado allí? Sí. ¿Fue algo muy duro? sí. Pero no puedo imaginarme no haber visto a mi padre antes de su muerte. No puedo”, dijo la hija.

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David Zalubowski / AP Carolina Sánchez muestra una foto suya junto a su esposo Saúl, quien falleció de coronaviru­s.

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