Regresos con realidades distintas
El circuito de golf de la PGA volvió a la actividad en Texas
Cada vez que acontece un hecho de violencia en alguna cancha del mundo, cuando se trata de encontrar alguna explicación a las conductas de la gente, sociólogos y especialistas siempre tratan de recordar que el deporte es en gran medida un fiel reflejo de la sociedad.
Esta vez, lo mismo puede quizás aplicarse a las grandes diferencias que se ven al comparar el regreso a la actividad deportiva en distintas partes del mundo en medio de la pandemia del nuevo coronavirus, que el viernes (al cierre de esta edición) acumulaba casi nueve millones de casos y más de 460.000 muertes a nivel global.
En Estados Unidos, donde ocurrieron 121.346 de esas muertes, ya habían regresado a la actividad disciplinas como las peleas de boxeo o de artes marciales mixtas y las carreras de autos. Ahora fue el turno del golf mientras ligas de deportes en conjuntos como la MLS, NBA y la MLB, entre otras, anunciaron sus planes para volver o ultiman los detalles para hacerlo con planes especiales, como jugar todos en el complejo deportivo de ESPN y Disney en Orlando, Florida.
La NFL, por su parte, tiene previsto llevar a cabo su temporada en el futuro, aunque autoridades sanitarias del país, como el doctor Anthony Fauci, pusieron en duda esa posibilidad si sigue su curso actual el nivel de contagios, que en gran parte afecta a los estados del sur, como Florida, Texas y Arizona, entre otros.
La vuelta del circuito de la PGA en Texas la semana pasada debería ser considerada una alegría, pero lamentablemente también refleja la fragilidad en la cual estamos viviendo con el COVID-19 mientras la enfermedad sigue avanzando a niveles que aumentan la preocupación.
Dentro de ese contexto, el deporte no debería ser algo primordial, sino la salud pública, algo que algunas de las autoridades no entienden, o ‘prefieren’ no entender para tratar de atenuar así las consecuencias económicas y hasta políticas de la pandemia en un año electoral.
En el campo del Colonial Country Club, en Fort Worth, Daniel Berger, hijo del tenista Jay Berger (quien llegó al séptimo puesto en el ranking de la ATP en 1990), se adjudicó el tercer título de su carrera profesional en la PGA y de esa manera también confirmó el gran nivel que había mostrado antes de la interrupción del circuito por la pandemia.
La definición fue muy emotiva ya que hasta último momento una media docena de competidores todavía tenía posibilidades de coronarse en busca del título.
Algunos hasta ya pensaban en la posible consagración de Harold Varner III, gran sensación de las primeras vueltas y uno de apenas dos jugadores de raza negra en toda la competición, pero éste bajó su nivel en la última ronda. En medio de la convulsión social del país que desencadenó la muerte de George Floyd a manos de la policía en Minneapolis hace unas semanas y las manifestaciones de protesta contra el racismo y el abuso de las autoridades, un triunfo de Varner sin dudas hubiese tenido un gran significado. Más aún en un deporte en el cual las minorías, a excepción de Tiger Woods y otros pocos consagrados, han tenido históricamente una escasa participación en comparación a otras disciplinas profesionales.
Sin embargo, más allá de la emoción por la vuelta al juego, del final expectante y de la exitosa transmisión de TV, sin público, este regreso contrastó con otros eventos deportivos realizados el mismo fin de semana en otras partes del mundo, como por ejemplo un torneo de tenis en Belgrado, donde se consagró el austríaco Dominic Thiem o el regreso del rugby en Nueva Zelandia, país que redujo a cero los casos de COVID-19 tras una fuerte campaña de salud pública impulsada por la joven primera ministra Jacinda Ardern y seguida a rajatabla por la población.
Entre las muchas veces ‘odiosas’ comparaciones, es cierto, puede explicarse también que Nueva Zelanda es un pequeño país de apenas cinco millones de habitantes y que por su geografía, a diferencia de Estados Unidos o muchas otras naciones, está prácticamente aislado de cierta manera del resto del mundo.
Pese a esas diferencias, lo importante es que en el retorno del deporte nacional por excelencia en ese país insular del Pacífico sur, la gente colmó los estadios, sin necesidad de las medidas de distanciamiento social en las tribunas o máscaras y sin temor a un posible contagio del nuevo coronavirus que sigue contando muertos en otras partes y allí apenas tuvo que lamentar 22 fallecimientos de un total de 1.507 casos, una cifra irrisoria en comparación a otros países.
Primero los neocelandeses controlaron al virus y después sí armaron la fiesta del deporte, como debe ser. Un fiel reflejo de la sociedad, como bien dirían los sociólogos.