Ira de Trump instigó el ataque
Un mensaje que el presidente aviva desde hace años
La turba que plantó asedio al Capitolio de la Nación fue el resultado de las fuerzas destructivas que el presidente Donald Trump lleva avivando desde hace años, y que culminaron con la interrupción de una formalidad democrática que habría acabado con su campaña anticonstitucional para mantenerse en el poder.
Las escenas de la jornada, con gente derribando barricadas policiales, rompiendo ventanas, irrumpiendo en oficinas y ocupando butacas de poder, eran imágenes que los estadounidenses sólo estaban acostumbrados a ver por TV en tierras lejanas con regímenes autoritarios.
Pero la violencia, que incluyó disparos en el Capitolio, cinco muertos y la ocupación armada del Senado, nació de un hombre que juró proteger las mismas tradiciones democráticas que los alborotadores intentaban deshacer en su nombre. Los agresores hicieron rememorar el dolor y la violencia de la era de la Guerra Civil. Sólo que en esta ocasión fueron alentados por un presidente que se negaba a cumplir el fundamento del traspaso pacífico del poder.
“Esto ha sido un intento de golpe de estado incitado por el presidente de los Estados Unidos”, dijo el historiador presidencial Michael Beschloss. “Estamos en un momento sin precedentes, en el que un presidente está dispuesto a conspirar con turbas para derribar a su propio gobierno. Esto va completamente en contra de la idea de la democracia que ha representado este país durante dos décadas”.
La certificación de los votos del Colegio Electoral, que finalmente formalizó la victoria del presidente electo, Joe Biden, es una ceremonia consagrada en la constitución y que sirve como una demostración de fuerza de la democracia. En esta ocasión, el proceso se vio interrumpido horas después de un incendiario llamado a la acción por parte de Trump con un discurso a sus seguidores, a los que pidió que “combatan” el “robo” de las elecciones y marcharan al Capitolio.
El discurso de Trump fue un mensaje marcado por la ira, que alentó a los que lo interpretaron como una llamada a la insurrección. Los alborotadores superaron a las fueras de seguridad del Capitolio, rompiendo ventanas, robando objetos de recuerdo y burlándose de la institución con fotos que les mostraban en puestos de poder.
Uno de los participantes en la turba se hizo con el escaño de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y otro con su oficina. Una marea de gorras rojas de “Make America Grate Again” (el lema de Trump, “Hagamos a Estados Unidos grande
de nuevo”) inundó el Salón Nacional de las Estatuas. Un hombre ondeó una bandera confederada en el mismo lugar donde se celebraron los velorios de Abraham Lincoln y, apenas el año pasado, el del congresista y líder de los derechos civiles John Lewis. Cerca de la fachada oeste del Capitolio se fotografió un nudo de horca. Y en el escenario de investidura, donde Biden pondrá la mano sobre una Biblia en unos días, la policía roció aerosol pimienta para tratar de detener a la violenta multitud.
Pocos escaparon de la indignación de Trump, ni siquiera su subalterno más leal, el vicepresidente Mike Pence, que por una vez dijo que no podía cumplir los deseos del presidente de revocar el conteo electoral porque no tenía autoridad legal.
En su mitin, Trump dijo que estaría “muy decepcionado” con su vicepresidente, que poco
después tuvo que ser evacuado por el servicio secreto cuando la masa de gente sobrepasó las barrera del Capitolio.
Pero las bases de la violencia se habían sentado mucho antes del mitin. Trump, quien eludía comprometerse a un traspaso pacífico de poder, pasó los últimos meses declarando que las elecciones estaban “amañadas” y haciendo acusaciones sin base de un fraude electoral generalizado que, según numerosas cortes federales y su exsecretario de Justicia, no existía.
El presidente contó con el apoyo de decenas de miembros de su partido republicano, que dijeron estar dispuestos a oponerse a certificar el conteo electoral, una maniobra que sabían que demoraría pero no cambiaría el resultado.
Incluso cuando quedó claro que había perdido las elecciones, Trump se negó a admitir la realidad, e insistió en reiteradas ocasiones en que había ganado abrumadoramente. Perdió ante Biden por siete millones de votos.
Pero sus partidarios estaban más que dispuestos a aceptar sus esfuerzos por revertir el veredicto de los votantes.
Hace apenas unas semanas, tuiteó: “Gran protesta en D.C. el 6 de enero. ¡Vayan, sean salvajes!“, e incluso cuando había comenzado el asedio y miembros de su propio partido -incluidos algunos atrapados y escondidos en el Capitoliole suplicaron que condenara con contundencia el acto de terrorismo interno, Trump se negó.
Pasó la mayor parte de la tarde viendo la violencia enWashington desde un televisor, aunque centró la mayor parte de su atención en la ‘deslealtad’ de Pence. A regañadientes, grabó un video en el que pidió “paz” y dijo a los alborotadores que “vayan a casa”, aunque lo hizo entre más acusaciones falsas de fraude electoral y dijo a los insurrectos: “los queremos, son muy especiales”. En lugar de criticar directamente a la turba, tuiteó una disculpa en su nombre.
“Estas son las cosas y los sucesos que ocurren cuando a grandes patriotas que han recibido un trato malo e injusto durante tanto tiempo se les arrebata una abrumadora victoria electoral sagrada de forma tan maligna y brusca”. Y les instó a “recordar” el día, indicando que en el futuro se recordaría como una celebración en lugar de un disturbio. Twitter eliminó el tuit más tarde y suspendió su cuenta.
Sus palabras marcaron un gran contraste con las del hombre que le derrotó y de uno de sus predecesores en el cargo.
“En el mejor de los casos, las palabras de un presidente pueden inspirar. En el peor, pueden incitar”, dijo Biden. “La tarea del momento, y la tarea de los próximos cuatro años, debe ser la restauración de la democracia y la recuperación del respeto al estado de derecho, y la renovación de una política que se ocupa de resolver problemas, no de avivar las llamas del odio y el caos”.
“El violento ataque al Capitolio y la interrupción de un pleno del Congreso requerido por la Constitución fueron obra de personas cuyas pasiones se vieron inflamadas por falsedades y falsas esperanzas”, dijo el ex presidente republican GeorgeW. Bush.
Trump ha tardado en condenar el extremismo violento de ultraderecha, se ha negado a condenar a supremacistas blancos y vitoreó a manifestantes armados que acudieron al capitolio de Michigan.
Este momento de división interna, avivada por el presidente, “no puede más que recordar a la Guerra Civil”, indicó el historiador presidencial Julian Zelizer.
“Esto es un ataque al gobierno”, dijo Zelizer, quien enseña en la Universidad de Princeton. “El presidente ha avivado las divisiones y pedido esta protesta, pedido este caos. Nunca antes habíamos visto esto”.