Houston Chronicle

Ira de Trump instigó el ataque

Un mensaje que el presidente aviva desde hace años

- Jonathan Lemire

La turba que plantó asedio al Capitolio de la Nación fue el resultado de las fuerzas destructiv­as que el presidente Donald Trump lleva avivando desde hace años, y que culminaron con la interrupci­ón de una formalidad democrátic­a que habría acabado con su campaña anticonsti­tucional para mantenerse en el poder.

Las escenas de la jornada, con gente derribando barricadas policiales, rompiendo ventanas, irrumpiend­o en oficinas y ocupando butacas de poder, eran imágenes que los estadounid­enses sólo estaban acostumbra­dos a ver por TV en tierras lejanas con regímenes autoritari­os.

Pero la violencia, que incluyó disparos en el Capitolio, cinco muertos y la ocupación armada del Senado, nació de un hombre que juró proteger las mismas tradicione­s democrátic­as que los alborotado­res intentaban deshacer en su nombre. Los agresores hicieron rememorar el dolor y la violencia de la era de la Guerra Civil. Sólo que en esta ocasión fueron alentados por un presidente que se negaba a cumplir el fundamento del traspaso pacífico del poder.

“Esto ha sido un intento de golpe de estado incitado por el presidente de los Estados Unidos”, dijo el historiado­r presidenci­al Michael Beschloss. “Estamos en un momento sin precedente­s, en el que un presidente está dispuesto a conspirar con turbas para derribar a su propio gobierno. Esto va completame­nte en contra de la idea de la democracia que ha representa­do este país durante dos décadas”.

La certificac­ión de los votos del Colegio Electoral, que finalmente formalizó la victoria del presidente electo, Joe Biden, es una ceremonia consagrada en la constituci­ón y que sirve como una demostraci­ón de fuerza de la democracia. En esta ocasión, el proceso se vio interrumpi­do horas después de un incendiari­o llamado a la acción por parte de Trump con un discurso a sus seguidores, a los que pidió que “combatan” el “robo” de las elecciones y marcharan al Capitolio.

El discurso de Trump fue un mensaje marcado por la ira, que alentó a los que lo interpreta­ron como una llamada a la insurrecci­ón. Los alborotado­res superaron a las fueras de seguridad del Capitolio, rompiendo ventanas, robando objetos de recuerdo y burlándose de la institució­n con fotos que les mostraban en puestos de poder.

Uno de los participan­tes en la turba se hizo con el escaño de la presidenta de la Cámara de Representa­ntes, Nancy Pelosi, y otro con su oficina. Una marea de gorras rojas de “Make America Grate Again” (el lema de Trump, “Hagamos a Estados Unidos grande

de nuevo”) inundó el Salón Nacional de las Estatuas. Un hombre ondeó una bandera confederad­a en el mismo lugar donde se celebraron los velorios de Abraham Lincoln y, apenas el año pasado, el del congresist­a y líder de los derechos civiles John Lewis. Cerca de la fachada oeste del Capitolio se fotografió un nudo de horca. Y en el escenario de investidur­a, donde Biden pondrá la mano sobre una Biblia en unos días, la policía roció aerosol pimienta para tratar de detener a la violenta multitud.

Pocos escaparon de la indignació­n de Trump, ni siquiera su subalterno más leal, el vicepresid­ente Mike Pence, que por una vez dijo que no podía cumplir los deseos del presidente de revocar el conteo electoral porque no tenía autoridad legal.

En su mitin, Trump dijo que estaría “muy decepciona­do” con su vicepresid­ente, que poco

después tuvo que ser evacuado por el servicio secreto cuando la masa de gente sobrepasó las barrera del Capitolio.

Pero las bases de la violencia se habían sentado mucho antes del mitin. Trump, quien eludía compromete­rse a un traspaso pacífico de poder, pasó los últimos meses declarando que las elecciones estaban “amañadas” y haciendo acusacione­s sin base de un fraude electoral generaliza­do que, según numerosas cortes federales y su exsecretar­io de Justicia, no existía.

El presidente contó con el apoyo de decenas de miembros de su partido republican­o, que dijeron estar dispuestos a oponerse a certificar el conteo electoral, una maniobra que sabían que demoraría pero no cambiaría el resultado.

Incluso cuando quedó claro que había perdido las elecciones, Trump se negó a admitir la realidad, e insistió en reiteradas ocasiones en que había ganado abrumadora­mente. Perdió ante Biden por siete millones de votos.

Pero sus partidario­s estaban más que dispuestos a aceptar sus esfuerzos por revertir el veredicto de los votantes.

Hace apenas unas semanas, tuiteó: “Gran protesta en D.C. el 6 de enero. ¡Vayan, sean salvajes!“, e incluso cuando había comenzado el asedio y miembros de su propio partido -incluidos algunos atrapados y escondidos en el Capitoliol­e suplicaron que condenara con contundenc­ia el acto de terrorismo interno, Trump se negó.

Pasó la mayor parte de la tarde viendo la violencia enWashingt­on desde un televisor, aunque centró la mayor parte de su atención en la ‘deslealtad’ de Pence. A regañadien­tes, grabó un video en el que pidió “paz” y dijo a los alborotado­res que “vayan a casa”, aunque lo hizo entre más acusacione­s falsas de fraude electoral y dijo a los insurrecto­s: “los queremos, son muy especiales”. En lugar de criticar directamen­te a la turba, tuiteó una disculpa en su nombre.

“Estas son las cosas y los sucesos que ocurren cuando a grandes patriotas que han recibido un trato malo e injusto durante tanto tiempo se les arrebata una abrumadora victoria electoral sagrada de forma tan maligna y brusca”. Y les instó a “recordar” el día, indicando que en el futuro se recordaría como una celebració­n en lugar de un disturbio. Twitter eliminó el tuit más tarde y suspendió su cuenta.

Sus palabras marcaron un gran contraste con las del hombre que le derrotó y de uno de sus predecesor­es en el cargo.

“En el mejor de los casos, las palabras de un presidente pueden inspirar. En el peor, pueden incitar”, dijo Biden. “La tarea del momento, y la tarea de los próximos cuatro años, debe ser la restauraci­ón de la democracia y la recuperaci­ón del respeto al estado de derecho, y la renovación de una política que se ocupa de resolver problemas, no de avivar las llamas del odio y el caos”.

“El violento ataque al Capitolio y la interrupci­ón de un pleno del Congreso requerido por la Constituci­ón fueron obra de personas cuyas pasiones se vieron inflamadas por falsedades y falsas esperanzas”, dijo el ex presidente republican GeorgeW. Bush.

Trump ha tardado en condenar el extremismo violento de ultraderec­ha, se ha negado a condenar a supremacis­tas blancos y vitoreó a manifestan­tes armados que acudieron al capitolio de Michigan.

Este momento de división interna, avivada por el presidente, “no puede más que recordar a la Guerra Civil”, indicó el historiado­r presidenci­al Julian Zelizer.

“Esto es un ataque al gobierno”, dijo Zelizer, quien enseña en la Universida­d de Princeton. “El presidente ha avivado las divisiones y pedido esta protesta, pedido este caos. Nunca antes habíamos visto esto”.

 ?? Michael Robinson Chavez / TheWashing­ton Post ?? Simpatizan­tes de Donald Trump trepan un muro durante su ataque al Capitolio enWashingt­on D.C.
Michael Robinson Chavez / TheWashing­ton Post Simpatizan­tes de Donald Trump trepan un muro durante su ataque al Capitolio enWashingt­on D.C.

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