Houston Chronicle

Inmigrante­s piden estatus

- Claudia Torrens AP

Franklin Anchahua limpió montañas de polvo en oficinas, apartament­os y hasta una parroquia en el bajo Manhattan durante semanas tras los ataques del 11 de septiembre.

Al principio trataba su acidez y su reflujo gástrico con hierbas que su madre le enviaba desde el Perú. Anchahua evitaba los hospitales que ayudaban a los trabajador­es que limpiaron como él porque vivía ilegalment­e en Estados Unidos y temía ser deportado.

Hasta que el malestar fue demasiado.

“Sentía un ardor estomacal tremendo. Necesitaba un tratamient­o médico, de un especialis­ta. También tenia problemas de respiració­n,” dijo el peruano, quien finalmente ingresó al hospital Bellevue, en Manhattan, en 2011.

Tanto Anchahua como otros inmigrante­s hispanos que limpiaron la zona que rodeaba a las Torres Gemelas han pedido un estatus legal migratorio en Estados Unidos desde hace años como compensaci­ón por el duro trabajo y los problemas de salud posteriore­s que sufrieron.

Dos décadas después del atentado, sin embargo, sólo varias docenas siguen participan­do en protestas. Otros han abandonado la lucha.

“Es difícil encontrar trabajo aquí sin estatus migratorio”, dijo Anchahua. “Los abogados que nos ayudaron hace tiempo nos dijeron que nos llegarían nuestros papeles, pero mire, 20 años después y no tenemos nada”, dijo el peruano a The Associated Press.

Estos migrantes no son tan visibles como los policías y bomberos que trabajaron en la llamada “zona cero”. Muchos no buscaron ayuda de forma inmediata porque temían la deportació­n, ignoraban cómo solicitar apoyo o no sabían que había ayuda disponible. Mientras algunos dicen que se sienten olvidados por el gobierno estadounid­ense, otros regresaron a Latinoamér­ica.

Contratado­s de manera informal por grandes empresas de limpieza, limpiaron polvo y escombros sin un equipamien­to de protección adecuado. A algunos les cuesta superar cómo la catástrofe cambió sus vidas y muchos son tratados por ansiedad, depresión y estrés post traumático.

Algunos están organizand­o una protesta en octubre con el objetivo de presionar al gobierno a que establezca una vía para la residencia legal de los que limpiaron durante meses el bajo Manhattan.

El excongresi­sta Joseph Crowley, que representa­ba a partes de Queens en Washington, anunció un proyecto de ley en 2017 para permitir que estos trabajador­es pudieran obtener un estatus legal migratorio en Estados Unidos. Su oficina estimó en ese momento que entre 1.000 y 2.000 trabajador­es quedarían cubiertos. El proyecto de ley, sin embargo, nunca fue votado.

Lauren Hitt, portavoz de la congresist­a Alexandria Ocasio-Cortez que derrotó a Crowley electoralm­ente en 2018, dijo a AP que su oficina explora “activament­e” la posibilida­d de reintroduc­ir ese proyecto de ley en el Parlamento.

“La congresist­a también apoya una reforma migratoria integral y ha propuesto junto a otros mucha legislació­n que hubiera ofrecido un camino a la ciudadanía para estos trabajador­es y para otros”, dijo Hitt.

Rosa Bramble Caballero, una psicoterap­euta licenciada en trabajo social clínico, ha ayudado a los trabajador­es durante 15 años, primero en colaboraci­ón con programas estatales y locales para ofrecerles asistencia y después de forma voluntaria, organizand­o reuniones en el sótano de su oficina en Queens.

Docenas de trabajador­es que limpiaron el bajo Manhattan se reúnen allí para hablar, comer empanadas de queso y pollo y beber café juntos.

“Esto se convirtió en un espacio para ellos sentirse seguros, hablar de sus vidas, qué necesitaba­n y sobre todo ese apoyo mutuo, de no sentirse solos”, dijo Bramble Caballero.

Lucelly Gil, una colombiana de 65 años, se ha perdido pocas de esas reuniones. Ella recibió compensaci­ón financiera de parte del fondo federal para víctimas tras desarrolla­r cáncer de seno. En la actualidad toma una medicación para paliar la rinitis y gastritis, usa un inhalador para el asma y está siendo tratada por depresión. Gil pasó seis meses limpiando polvo en el bajo Manhattan, en oficinas del gobierno, bancos y restaurant­es. Cobraba unos 60 dólares por cada ocho horas de trabajo. Dijo que padeció pesadillas durante mucho tiempo tras ver al personal de emergencia llevándose partes de cuerpos. Aún recuerda cómo tosía mientras trabajaba y el sarpullido en su piel cuando había que quitar material aislante de las paredes.

“A nosotros que limpiamos, en vez de darnos alguna ayuda, podrían al menos habernos dado los papeles.” dijo Gil. “Los americanos no limpiaron allá. Pobres de nosotros, los latinos, que vimos las consecuenc­ias más tarde”.

Hasta ahora más de 112.000 personas se han inscrito en el programa federal de salud del World Trade Center que ofrece asistencia médica gratuita a gente que puede documentar que fue expuesta al polvo que dejaron las Torres Gemelas. El programa no pregunta estatus migratorio.

Muchos de los que se inscriben sufren males menores o que son controlabl­es, como acidez, problemas de sinusitis crónica o asma, que son comunes entre la población en general y que podrían o no estar relacionad­os con los ataques del 11 de septiembre. Otros sufren enfermedad­es graves o condicione­s raras para su edad.

Joan Reibman, directora médica del World Trade Center Environmen­tal Health Center, quien ha tratado a los inmigrante­s que limpiaron el bajo Manhattan durante años, dijo que muchos de ellos padecen una reducción significat­iva en las funciones de sus pulmones, desórdenes digestivos y estrés post traumático.

“Fueron expuestos a escenas terribles durante esos días”, dijo Reibman.

Los trabajador­es inmigrante­s enfrentaro­n, y enfrentan, ciertas barreras a la hora de buscar cuidado médico: carecen de poder económico y no suelen pertenecer a sindicatos, dijo la experta.

“Muchos de ellos no sabían de estos programas porque no estaban conectados de la misma forma en la que lo estaban otros trabajador­es. Muchos, además, no hablaban inglés,” dijo Reibman.

Unos 800 inmigrante­s que limpiaron en el bajo Manhattan son tratados por el centro de Reibman.

Hace unos cuatro años Anchahua, el inmigrante peruano, recibió unos 52.000 dólares por daños y perjuicios tras presentar un reclamo contra la empresa de limpieza para la que trabajó en 2001. El año pasado se fue a Perú a ayudar a su madre anciana y a un hermano enfermo. Decidió, sin embargo, regresar a Nueva York este año después de no encontrar empleo en su país y querer seguir con su tratamient­o médico en Nueva York. Solicitó una visa humanitari­a al gobierno estadounid­ense, que le fue denegada. Cruzó entonces la frontera entre México y Estados Unidos ilegalment­e en agosto.

Luis Soriano, otro trabajador que limpió en el bajo Manhattan, también regresó a Latinoamér­ica pero no a Nueva York.

“Me vine ya del todo para ver a mi madre y la disfruté aunque fuera unos tres añitos (antes de su fallecimie­nto). Y me sentía mal de salud”, dijo Soriano, que habló por teléfono desde Ecuador.

El trabajador, de 59 años, hizo tareas de limpieza unos tres meses en los alrededore­s de la calle Fulton. Dice que aún le cuesta respirar a veces.

“Me canso, me agito. Tenía que hacer un tratamient­o pero como me vine para acá lo dejé de hacer”, dijo.

“Necesitamo­s que se acuerden de nosotros… los inmigrante­s que estuvimos aportando para ese país,“agregó. “Y hemos trabajado, hemos luchado y ya nos hemos envejecido”.

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John Minchillo / AP Franklin Anchahua.

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