La Opinión

Una luz al final del encierro

A los presos liberados de la cárcel de Santa Ana en altas horas de la noche, los esperan afuera buenos samaritano­s con un vaso de café caliente, pan y un teléfono para que se comuniquen con familiares

- Jorge Luis Macías/ Especial para La Opinión

Son las 12:20 de la madrugada de un raro jueves lluvioso cuando Alejandro Cardozo abandona el pasadizo oscuro de la Cárcel Central de Santa Ana, y sin proponérse­lo, se dirige hacia una furgoneta con las luces encendidas estacionad­a afuera.

Recién había cumplido 90 días de encierro en tres distintas cárceles, entre ellas el Centro de Detención West Valley de Rancho Cucamonga y Santa Ana.

“¿Me pueden regalar un cigarro?”, fue la primera petición de Alejandro a las personas dentro de la camioneta.

“Tu mamá dijo que ya ibas a dejar de fumar”, le advirtió Vashkin Koshkerian adentro del camión. Lo trataba como Editor de ciudad (213) 896-2161 a un amigo, como si se conocieran de toda la vida.

Alejandro sonrió. Y, a pesar del consejo, dio las primeras bocanadas al cigarro que le obsequiero­n. Y preguntó por su madre, ¿Dónde está ella?

De hecho, ni su madre, ni nadie en su familia estaba ahí para darle la bienvenida después de su encierro tras ser acusado de asalto con un arma mortal. Cardozo atacó a un sobrino esquizofré­nico que había golpeado a su abuelita.

Con el mismo bastón de su abuela, le abrió la cabeza al agresor de la anciana.

“Alguien llamó a la policía y acabé en la cárcel”, contó. Eventualme­nte, los cargos le fueron desechados, en parte porque nadie de su familia testificó en su contra.

“Créelo o no, Dios te dio una nueva oportunida­d en la vida”, le dijo Koshkerian. “Si necesitas algo, pídeselo a él”.

Una luz en la oscuridad

Tres horas antes Koshkerian y Johnny Villaseñor batallaban para armar una carpa. Junto a la furgoneta de “Lights On” debían preparar la cafetera, el pan y galletas que ofrecerían -como cada noche- a los presos liberados.

Koshkerian es un hombre oriundo de la exUnión Soviética y millonario que vivía en una mansión cercana a Newport Beach y quien un día tuvo “un sueño y decidí dejarlo todo para ayudar a los más necesitado­s”, dijo el actual presidente de Micah’s Way, una organizaci­ón sin fines de lucro de Santa Ana.

Entre las gruesas gotas de la lluvia repentina, también

corría Johnny Villaseñor quien, después de la muerte de su madre Amelia, se integró al equipo de voluntario­s del programa “Lights On” (“Luces Encendidas”) desde hace cinco años.

En 2004 surgió el programa que como un faro en la oscuridad da la bienvenida cada noche a los presos que salen de la cárcel sin nadie que los espere.

Se apostan sobre la Calle Sixth de Santa Ana, donde les prestan teléfonos a quienes salen, para que se comuniquen con sus seres queridos y pasen a recogerlos.

Es una iniciativa de la sociedad San Vicente de Paul del condado de Orange, que incluye también a expertos del Proyecto Kinship, quienes refieren a los exinternos a servicios de salud mental, programas antidrogas y de capacitaci­ón laboral.

Con paraguas en mano, Brigid Noonan, recienteme­nte elegida para estar al frente de la Sociedad de San Vicente de Paul en el condado de Orange, expresó que es inhumano liberar a los presos en medio de la noche y en el peligro de la oscuridad.

“Sé que Dios quiere que estemos aquí [para recibir a los presos] y servir con humildad y misericord­ia a los menos afortunado­s”, dijo.

Un celular que ayuda a todos

Sentada en una silla y completame­nte empapada, Corina Pérez, de 46 años fumaba un cigarrillo y bebía una taza de café.

Separada recienteme­nte del padre de sus tres hijos, esta mujer fue detenida en Anaheim durante una parada de tránsito. La persona con quien viajaba en un automóvil le “sembró” cocaína en su bolso, a fin de librarse del problema, explicó.

“Yo vivo en Los Ángeles y había venido a visitar a una amiga; quería arreglar un “ticket” que debía desde hace seis meses, pero como no conozco el área, me metí a un negocio y la policía me paró”, dijo. “Ellos hicieron una revisión y encontraro­n la droga en mi bolsa”.

Pasaban las 12:15 de la noche y Corina pidió de favor a Collin Williams que le permitiera usar su teléfono para llamar por tercera ocasión a su novio, para que fuese a recogerla.

Williams, residente de Diamond Bar, es el líder del equipo de voluntario­s en Micah’s Way. Él asegura que hace la buena obra, pensando en un amigo suyo que está encarcelad­o por robar comida.

“Mi amigo no puede pagar una fianza”, indicó. “Tiene 27 años de edad y una hija pequeña; él robaba para comer y lo dejaron seguir haciéndolo hasta que consiguier­on su objetivo [acusarlo bajo la ley de Tres delitos y fuera, que podría significar­le una sentencia de 25 años de cárcel a de por vida]”.

Decididos a cambiar

El programa “Lights On” ayuda a un promedio de 30 a 50 expresos cada noche. La mayoría cuentan sus peripecias dentro del sistema penitencia­rio y aseguran estar decididos a regenerar sus vidas.

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/FOTOS: JORGE LUIS MACÍAS, ESPECIAL PARA LA OPINIÓN Lights On ofrece café, pan y un teléfono a presos que salen de la cárcel en Santa Ana a media noche para puedan comunicars­e con sus familiares y los puedan llegar a recoger.
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