LA MUERTE DE UN PERIODISTA
La desaparición del periodista de Washington Post, Jamal Khashoggi, dentro del consulado de Arabia Saudita es una violación clara a los derechos humanos, a la libertad de prensa y a todo cuanto representa una sociedad civilizada.
Con todas las pruebas a la mano –desde videos hasta datos de los asesinos—, el presidente del actual gobierno estadounidense, Donald Trump, consideró inicialmente que la muerte de Khashoggi fue producto del salvajismo de personas no relacionadas al gobierno saudí, mucho menos de quien, en este momento, tiene los hilos de su gobierno, el príncipe Mohammed bin Salman.
Luego Trump insinuó que la monarquía se niega del hecho y, por consiguiente, no tienen nada que ver con el asesinato de Khashoggi. Así es como quiso justificar su inoperancia a la sociedad norteamericana, pero después surgieron datos contundentes relacionados a la tortura y desmembración del periodista.
Entonces, Trump cambio su versión personal. Empezó a insinuar que los medios de comunicación y los demócratas están enjuiciando a Mohammed bin Salma de la misma manera cómo trataron el caso de Brett Kavanaugh.
La intención de Trump no es encontrar justicia, su objetivo final es velar los intereses de quienes, en su momento, le salvaron el pellejo. En momentos de crisis, cuando Trump estaba a un paso a la bancarrota, los monarcas de Arabia Saudita le colaboraron con compras de inmuebles en New York y otro tipo de inversiones en su negocio de bienes raíces.
¿Por qué mataron a Khashoggi? El columnista de Washington Post empezaba a criticar abiertamente, a través de sus escritos, al príncipe Mohammed bin Salman por los atropellos contra ciudadanos de su país, incluyendo a miembros de su propia familia.
De acuerdo a Khashoggi, bin Salman reprimió los derechos de los ciudadanos sauditas a pesar de que inicialmente había presentado reformas en beneficio de las mujeres. También criticó su crueldad en la guerra con Yemen y lo comparó con el dictador ruso Vladimir Putin.
Bin Salman no aguantó la crítica del periodista. Los hechos sugieren que ordenó a un contingente de su guardia de inteligencia que se desplazara a Turquía para aniquilarlo.
Está claro que el periodista de Washington Post no solamente fue asesinado, sino también torturado y ultimado. No conformes con su atrocidad, los enviados del gobierno árabe lo descuartizaron para que cada uno de ellos pueda distribuirse las pruebas y destruirlas en algún lugar secreto.
Su muerte es un verdadero golpe a la libertad de expresión y a los derechos humanos. El gobierno norteamericano deber condenar abiertamente las acciones de la monarquía saudí y tiene que exigir una investigación internacional sobre el caso.•