LA CRISIS EXISTENCIAL DEL PARTIDO REPUBLICANO
La candidatura de Donald Trump a la presidencia desencadenó una crisis existencial en el Partido Republicano que puede perjudicarlo inmensamente después de la elección. El problema ya no es cuánto le costará a los republicanos recuperar su imagen ante un amplio sector del electorado ofendido por el magnate, sino que la integridad misma del partido está hoy en juego.
La controversial campaña divisionista que Trump manejó desde un primer momento está ahora haciendo estragos dentro del republicanismo.
La expectativa equívoca de que en algún momento alguien iba a poder controlar a Trump fue una subestimación monumental de la ambición del candidato. Creer que él tuviese alguna lealtad partidaria fue ignorar lo que ya se sabía, que lo único que le interesa es su persona.
El enfrentamiento de la dirigencia republicana con Trump tiene el potencial de dividir al partido, debilitándolo lo suficiente como para ya no sea competitivo con los demócratas. El rechazo y la deserción de un sector republicano se basa en las controversias personales del neoyorquino, y su manera de manejarlas, junto a su rechazo de algunos principios partidarios.
Son las mismas características admiradas por millones de seguidores de Trump. Y aún está en duda hoy que terminada la elección él acepte la derrota y deje la política dando la espalda a sus votantes.
El responsable de este momento es la misma dirigencia republicana que creó y alimentó un populismo de ultraderecha para usarlo contra el presidente Obama. Fue cómplice de las afirmaciones y conspiraciones ofensivas e inverosímiles, como que el mandatario era un africano musulmán. Y republicanos radicales que llegaron a la Cámara Baja paralizaron el funcionamiento de la mayoría republicana.
Ese discurso divisivo previo tomó fuerza racista y nativista con la candidatura de Trump; pero pocos republicanos se atrevieron a enfrentarlo para no ofender a sus seguidores, hasta que fue demasiado tarde y él se adueñó de la candidatura.
Algunos demócratas quizá festinen una división del Partido Republicano, pero es una triste señal de los tiempos el que surja una nueva agrupación que dé cobijo y aceptación a lo que antes era inaceptable como el racismo, el nativismo antiinmigrante y el autoritarismo, bajo el liderazgo de un egomaníaco. No hay nada que celebrar cuando el encono y el resentimiento se abren paso en el espacio político.
Un Partido Republicano tolerante y propositivo es necesario para la democracia.l