DONALD TRUMP DEBE APRENDER LA LECCIÓN
No han sido buenos días para el presidente Donald Trump. Por un lado, se confirmó la existencia de una investigación sobre el esfuerzo de Rusia para ayudar a su candidatura en detrimento de la demócrata Hillary Clinton y que todavía existe una indagación para determinar si hubo una conspiración entre el gobierno ruso y la campaña del hoy presidente.
Por el otro, el director del FBI y el Departamento de Justicia se unieron al coro de voces que no encuentran evidencia de que la administración de Barack Obama haya intervenido los teléfonos del entonces candidato republicano en la Torre Trump de Nueva York, como el presidente lo asegura.
En el primer caso, Trump alega que todo debate sobre Rusia en relación a su gente y su campaña es para desmerecer su victoria electoral. En el segundo, sigue afirmando tercamente que su teléfono y su campaña estuvieron bajo vigilancia, hasta el punto de involucrar al gobierno de Gran Bretaña y aludir a esa suposición ante la canciller alemana Angela Merkel.
Estas situaciones deben servirle a Trump para comprender que no es el dueño del gobierno como lo es de sus empresas. El poder de un presidente electo democráticamente tiene sus límites.
Hay muchos motivos para creer en la intención rusa de tener un impacto en la elección pasada, como hay varios allegados al presidente con contactos controversiales. Hay motivos para una investigación que quizá libre de toda sospecha al gobierno de Trump, pero de nada sirve culpar a los demócratas de conspirar en su contra ni querer concentrarse sólo en el tema de quién ha estado filtrando información sensible, algo desde luego importante pero no lo único o lo principal.
Si de conspiración se trata, Trump y su gente en la Casa Blanca son los únicos en el gobierno que creen que Obama intervino su teléfono.
Trump como individuo y candidato estaba acostumbrado a exagerar las cosas, para luego pasar de ellas, ya sea cambiando el tema, negando que las dijo o echándole la culpa a otro.
Este no es el caso cuando es el presidente de Estados Unidos quien acusa a su predecesor del delito federal de haberlo espiado. Trump ya debería reconocer esa diferencia. Su empecinamiento erosiona su imagen y credibilidad.
El gran error del expresidente Richard Nixon fue creer que todo lo que hace el presidente es legal porque lo hace el presidente. Esta Casa Blanca debe saber que todo lo que dice el presidente no es necesariamente real porque lo dice el presidente.
La arrogancia de Nixon le impidió reconocer que el gobierno no trabajaba para él sino para los estadounidenses. Trump está a tiempo de aprender esta lección.