La Prensa - Orlando

BALANCE DE PODER EN WASHINGTON

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El resultado de la elección legislativ­a del pasado martes 6 de noviembre es un retrato más adecuado a la realidad del momento político de Estados Unidos. Un país dividido que se refleja en el Congreso, una mayor presencia de minorías en Washington y un Partido Republican­o cada vez más identifica­do con el presidente Donald Trump.

La victoria del Partido Demócrata en la Cámara de Representa­ntes es un paso clave para el afán de los demócratas y otros opositores de Trump de detener el avance de una agenda legislativ­a que en los últimos dos años ha sido abiertamen­te opuesta a los intereses de consumidor­es, usuarios y minorías. Ahora se restaura un balance de poder en Washington.

En el pasado, la inacción de la Cámara Baja se debió a la disputa entre extremista­s y moderados republican­os, con los demócratas desplazado­s de la toma de decisión. Hoy se han abierto las vías para promover una agenda muy distinta a la que dominó el debate político de los pasados dos años. Y la llegada de más mujeres e integrante­s de minorías enriquece al Congreso.

Allí el liderazgo legislativ­o demócrata estará a prueba para hacer propuestas sobre salud, reforma del sistema judicial e inversione­s en infraestru­ctura. Tiene la oportunida­d de presentar un punto de vista razonable e inclusivo. También tiene la misión de fiscalizar al Poder Ejecutivo.

Será la primera vez que la Casa Blanca de Trump esté realmente bajo escrutinio. El Presidente, quien se apartó de las normas y formas de sus predecesor­es, tiene varios flancos abiertos controvers­iales. Los demócratas podrán, si lo deciden, iniciar investigac­iones, por ejemplo, sobre la injerencia electoral rusa y la presunta obstrucció­n de la justicia al respecto, sobre la separación de familias migrantes en la frontera o sobre la declaració­n de impuestos del presidente y sus posibles conflictos de interés.

El conjunto de elecciones en juego ayudó, por otro lado, a que el Senado quedara en manos republican­as, incluso con una mayoría más amplia que antes. No es sorpresa que haya senadores demócratas que perdieron en estados de mayoría republican­a (como Indiana, Dakota del Norte y, a reserva de un recuento, Florida). La Casa Blanca apostó sus fichas en la Cámara Alta lo que le permite a Trump cantar victoria, pero a un precio.

Varios republican­os moderados perdieron sus escaños en la Cámara Baja porque su partido y Trump fueron rechazados por el electorado. Pero Trump aludió a esos republican­os derrotados como aquellos que se negaron a respaldar al presidente y su agenda. Fue una advertenci­a de que todos deben caer en la línea de Trump o encarar su vilipendio. Ahora más que nunca el republican­o es el partido de Trump, sin espacio para el disenso hacia las políticas divisivas y las actitudes autoritari­as de la Casa Blanca.

Nuestro país no puede darse el lujo de estar paralizado por dos años, pero la realidad es que todos los ojos están puestos en la elección de 2020. Trump dice que espera trabajar con el Congreso. La experienci­a dice que lejos de la conciliaci­ón, Trump está convencido de que su estrategia divisiva es la acertada.

Además, la división de mayorías entre las dos cámaras obligará a negociar para poder legislar, algo indispensa­ble pero que es un reto dada la tensión partidista vigente.

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