Sí, llora por mí
Con la decepción de la Copa América, Argentina suma 26 años sin una corona grande y ante ello Lionel Scaloni, su estratega, parece tener el futuro decidido
El mejor partido, pero con un resultado adverso, doloroso y descorazonador, cuya consecuencia es tener ya el destino marcado.
Para Lionel Scaloni el invierno será gélido. La derrota de la selección de Argentina y su irremediable imposibilidad de ganar la Copa América pese a haber jugado quizá el mejor partido desde que el rosarino asumió el cargo como máximo responsable del banquillo en 2018 (fue ratificado en noviembre), resulta ser, pese a quedar terceros, una sentencia desoladora para el aún entrenador de la también deprimida Albiceleste.
La ya esperada destitución del entrenador significaría la caída del séptimo estratega en los últimos nueve años de uno de los conjuntos más ganadores del continente, pero perdida en una sequía que luce interminable pese a contar con Lionel Messi, quien posiblemente sea el mejor futbolista en la historia.
Son ya 26 años sin un título de jerarquía los acumulados por la Albiceleste, un período que en cada torneo fallido se vuelve una roca más sobre la espalda de quienes defienden la casaca del país sudamericano.
Fue en julio de 1993 cuando aquellos hoy ancianos eran adultos y los adultos de ahora quizás eran niños que vieron la última vuelta olímpica del equipo de su alma. Ocurrió en Guayaquil, Ecuador, bajo la conducción de Alfio Basile cuando una Argentina poderosa e imponente derrotó 2-1 a México, precisamente en la final de la Copa América y levantó el trofeo que seguramente nadie pensó sería el último en cerca de tres décadas.
Luego de aquel juego, en donde Basile sacó al campo a futbolistas de una talla hoy ausente en la Albiceleste y con una personalidad avasalladora como el arquero Sergio Goycochea, el capitán Óscar Ruggeri, el inquebrantable y triunfador Diego Simeone, además de Fernando Redondo y Gabriel Batistuta, Argentina suma seis partidos finales jugados, incluido el de la Copa del Mundo de Brasil 2014, y todos culminados con el corazón partido.
Figuras no han escaseado en las siguientes generaciones de futbolistas argentinos, pero desde aquella Copa han sido incapaces de conjuntar un plantel con esa mezcla de talento, experiencia y carácter para regresar a la Albiceleste al pedestal de las grandes potencias futbolísticas.
De hecho, ni con Messi, siempre dispuesto y entregado para dejar hasta el último aliento con su equipo nacional, la Argentina ha conseguido tener regularidad ni construir un modelo de juego para desarrollar alrededor de su mayor crack; por el contrario, Messi suele verse huérfano de acompañamiento cuando viste su casaca nacional, pese a ser un ejemplo a seguir y un futbolista total para quienes le rodean.
Justamente ése es el reto para quien llegue a sustituir a Scaloni, quien después del bronce obtenido frente a Chile espera mantenerse y ya ha iniciado el trabajo de renovación de la plantilla, pero cuya tarea, de ser sustituido como todo indica, se verá truncada para, de nueva cuenta, recomenzar.
Nombres y nombres
En Argentina también existe la hipótesis de tener una ausencia de directores técnicos con personalidad para imponer sus métodos a las estrellas europeas. De hecho, fue un secreto a voces el rompimiento ocurrido entre el grupo de pesos pesados encabezado por Messi y el estratega Jorge Sampaoli, quien llegó con ideas de orden táctico y esfuerzo para hacerse cargo del equipo en la anterior Copa del Mundo de Rusia.
Por ello es un importante grueso de hinchas el que se frota las manos cuando escucha los nombres que ya se especula podrían tomar el timón de una selección extraviada en un mar de dudas y líos federativos.
El estratega favorito para la hinchada albiceleste es Marcelo Gallardo, quien fuera un meticuloso volante de clase, picardía, fino trato de pelota y capacidad para manejar los tiempos en el campo, además de, por supuesto, ser un cerrajero capaz de abrir candados y regalar asistencias. Vaya, seguramente la vida de Messi en el equipo nacional sería muy distinta si hubiera coincidido con un futbolista con el talento y las artes del llamado Muñeco.
Bien, Gallardo tiene el respeto de quienes hoy son profesionales, además, como entrenador también es un asiduo a la victoria, así lo demuestra su palmarés con un título de liga en Uruguay, dos copas y una supercopa argentina, además de dos coronas de la Copa Libertadores, entre otros trofeos.
Por si fuera poco, el estratega nunca ha ocultado la ilusión que le hace tener la posibilidad de dirigir a Messi, a quien con mucha razón considera como un jugador fantástico. Sin embargo, el punto en contra es su pésima relación con la dirigencia del fútbol argentino, con la cual ha sido particularmente crítica.
Antes de Gallardo hay dos nombres: Diego Simeone y Mauricio Pochettino, pero ambos son sueños pueriles del alto mando del balompié argentino porque si bien los dos han reconocido lo halagados que se sienten de ser considerados y el gran placer que resultaría dirigir a su equipo nacional, también han dejado muy claro que aún no son los tiempos para emprender ese reto.
Después de Gallardo aparecen Gabriel Heinze, a quien incluso Mauricio Macri, presidente del país, considera como su preferido y así lo hizo público la semana anterior, y que hoy en día es el responsable en el campo de Vélez. Además, el veterano Ricardo Gareca, quien como carta de presentación tiene haber conseguido regresar a Perú a una Copa del Mundo luego de 36 años de ausencia y ahora llevó a los de la franja roja a disputar la final de la Copa América tras golear 3-0 a Chile y borrarlo del campo.
Otro con con menos probabilidades es el mellizo Guillermo Barros Schelotto, quien conduce los destinos del Galaxy de Los Ángeles en la MLS, pero con dos títulos de liga en Boca Juniors como estratega.
Argentina espera a diciembre para conocer a quien será el séptimo técnico en los últimos nueve años (un verdadero sinsentido) y volver a depositar su confianza en un proyecto que le regrese a los primeros planos y, por supuesto, a una cabeza que construya un equipo para que Lionel Messi aspire, para entonces a los 35 años, al título cuya ausencia le dejaría marcado en el Olimpo de los mejores.l