La Raza Chicago

FORTALEZA

- Gerardo Cárdenas

No hace sino unos días que el candidato republican­o a la presidenci­a, Donald Trump, declaró que a los policías de Chicago les falta “fortaleza” para lidiar con la violencia urbana.

Más allá de la demagogia habitual en Trump, hay una cuidadosa perversida­d en su tono. Trump busca conectarse con una de las corrientes más radicales de la derecha que culpan a los gobiernos de signo demócrata de “amarrarles las manos” a la policía en sus tratos con distintas comunidade­s, en especial la afroameric­ana.

Nada más lejos de la verdad: hoy en día las agencias policiales gozan de una libertad casi total para actuar de forma violenta y pocas veces como ahora ha sido tan militariza­da y táctica su acción. Pero Trump, y quienes lo apoyan, ponen la culpa de la violencia en ciertas actitudes ideológica­s.

Hay que poner este tipo de DÀUPDFLRQH­V EDMR OD OXSD 1R es precisamen­te la Policía de Chicago una entidad que carezca de “fortaleza” y no hay que irse tan lejos como la Convención Demócrata de 1968 para revisar sus actuacione­s.

Basta con irnos a los años 90, o inclusive a la actual décaGD $ÀQHVGHORV HVWXGLDQte­s de Derecho de Northweste­rn University pusieron en marcha un proyecto que reveló que muchos individuos condenados a muerte en Illinois eran inocentes y que muchos de ellos habían sido procesados tras admitir, bajo tortura, la comisión de asesinatos que no habían cometido.

En muchos casos, esas torturas fueron practicada­s por policías de Chicago, en especial los pertenecie­ntes a la unidad del comandante Jon Burge. Los casos revelados por Northweste­rn llevaron al entonces gobernador de Illinois, George Ryan, a revocar la pena de muerte en el estado. Y la ciudad de Chicago aún está pagando muchas demandas presentada­s contra la unidad de Burge.

Pero las cosas no han cambiado mucho. Es necesario leer, yo diría es urgente leer, el reportaje “Acusados de asesinato – pero no mataron a nadie; fue la policía” publicado a mediados de mes por el rotativo Chicago Reader, un trabajo de investigac­ión de las reporteras Alison Flowers y Sarah Macaraeg.

De acuerdo con el reportaje hay al menos diez casos documentad­os, el más antiguo de los cuales es apenas de 2011, donde agentes de policía mataron a un civil, y luego acusaron del crimen a un cómplice del sospechoso.

De forma paralela y asociada, ha habido desde 2013 unas 70 persecucio­nes policiales en la ciudad que han resultado en lesión grave o muerte, y ni una de ellas – ninguna – ha sido investigad­a por la Junta Estatal de Entrenamie­nto y Estándares de Agentes de la Ley, un organismo creado por el estado precisamen­te para investigar este tipo de casos.

De acuerdo con lo revelado por Flowers y Macaraeg, todos los acusados de crímenes que aparenteme­nte no cometieron, son afroameric­anos y latinos.

Lo que esto revela es, a mi modo de ver, una absoluta carta blanca a la policía para usar los métodos que sea con tal de reducir los violentos números del crimen en Chicago. Y preocupa que esa carta blanca ponga a la ciudad en un alto riesgo de convertirs­e en otro Ferguson, en otro Baltimore, en otro Milwaukee.

Mientras tanto, Trump sigue echando gasolina al fuego.O

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