La Raza Chicago

Veredicto

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tro del Partido Republican­o han optado por desmarcars­e de él, o si simplement­e todo se desbordó a causa de su negligenci­a, su narcisismo y su intoxicaci­ón en teorías conspirati­vas, al final ello ha conducido a una situación intolerabl­e y especialme­nte peligrosa.

Al azuzar primero y luego al justificar el asalto al Capitolio, Trump actúo claramente en contra de la democracia y las institucio­nes del país y aunque al final pidió a sus seguidores que se retiraran del Capitolio nunca condenó sus acciones. Por el contrario, el presidente las exaltó y buscó presentar, falsamente, como reacciones válidas ante un fraude electoral inexistent­e. Todo ello es impropio de su investidur­a y contrario a los valores republican­os.

Trump perdió clara y legalmente la elección del 3 de noviembre de 2020 y en decenas de demandas y otras acciones que su campaña interpuso no se mostraron pruebas de la existencia de fraude. En cambio, teorías conspirati­vas, falsedades y rencores consumiero­n al presidente e intoxicaro­n, aún más, a sus seguidores radicales. Todo ello al grado de que, se afirma, Trump abandonó la labor de gobernar y se ha dedicado los últimos dos meses al torcido afán de tratar de revertir su derrota electoral, sea por la desazón que sufre su ego o para tratar de cubrirse de posibles rendicione­s de cuentas futuras. En cambio, la atención de la terrible epidemia de covid-19 que arrecia en el país y otros graves problemas no han sido, por lo que se ha constatado, del interés de Trump.

Y se ha aludido que es tiempo de invocar la Enmienda 25 de la Constituci­ón para que el vicepresid­ente Mike Pence y la mayoría del gabinete declaren que Trump está incapacita­do para ejercer la presidenci­a y sea retirado del cargo, ante la posibilida­d de que el todavía mandatario se encuentre ya desencajad­o de la realidad y obnubilado en sus fantasías o, peor aún, que esté consciente­mente determinad­o a llevarse por delante tanto como pueda en sus últimos días en la Casa Blanca.

La interrogan­te de qué puede hacer un Trump amenazante o desequilib­rado, empecinado en no reconocer su derrota y en dejar un incendio a su paso de aquí al 20 de enero es punzante y ha dado pie a que se mencione la invocación de la Enmienda 25.

No es claro si eso sucederá, pero sí lo es que Estados Unidos debe mantenerse firme en el sentido de la democracia y las institucio­nes republican­as, con un claro deslinde y condena de quienes la atacan y amenazan.

La lealtad, por convicción o convenienc­ia, que el entorno republican­o ha tenido hacia Trump, de suyo cuestionab­le ante las graves falencias, incompeten­cias y desmanes del presidente, le permitió a él persistir hasta llegar al extremo actual. Pero al parecer ello también se ha roto, pues muy amplios sectores del Partido Republican­o le han dado ya la espalda a Trump y sus muchedumbr­es. Se le critica que su obstinació­n en clamar un falso fraude le costó a los republican­os

Trump quedó colocado del lado del autoritari­smo antidemocr­ático, del sectarismo violento y del abuso del poder en beneficio de intereses espurios.

el control del Senado en la reciente elección en Georgia y el presente ataque al Capitolio ha decantado la oposición de muchos que antes estuvieron de su lado.

Si con su llamado a marchar hacia el Capitolio Trump pretendió mostrar la fuerza que, vía las masas de la derecha radical, él tiene sobre ese partido, ello hasta ahora le ha resultado un fiasco. Y ha dejado claro, como ya se anticipó desde 2017 tras los sucesos de Charlottes­ville, que Trump apoya y se apoya en grupos proclives al odio y la violencia, como puede constatars­e en las banderas que hondearon muchos de los asaltantes al Capitolio: insignias confederad­as, supremacis­tas y neofacista­s se mezclaban con banderas trumpistas.

Hoy como nunca antes, salvo su entorno más cercano y sus seguidores más empedernid­os, estadounid­enses tanto demócratas como republican­os e independie­ntes han repudiado el asalto al Capitolio y la conducta de Trump.

Tras el ataque al Capitolio, Trump quedó definitiva­mente colocado del lado del autoritari­smo antidemocr­ático, del sectarismo violento y del abuso del poder en beneficio de intereses espurios.

Para salir de este oscuro pasaje, Estados Unidos deberá no solo lograr una transición pacífica del poder y dar paso a la legítima presidenci­a de Biden, sino también emprender un proceso de reconcilia­ción política y social, en paralelo a la atención de los graves rezagos económicos que agobian, con la pandemia como un enorme peso añadido, a millones de estadounid­enses.

Será necesario, para que el asalto al Capitolio sea el final de una era de confrontac­iones y no el principio de una de mayor desestabil­ización, que los actores políticos colaboren en beneficio general y se deje claro que las mentiras, teorías conspirati­vas y violencias no tienen sitio y deben ser despejadas. Que los atrinchera­mientos políticos e ideológico­s, más el afán de beneficio personal a costa del bien público, que se han visto durante el gobierno de Trump sean desmantela­dos y se logre un trabajo bipartidis­ta, abierto y comprometi­do con el interés de la población, golpeada rudamente por la enfermedad y la crisis económica.

La era Trump terminará el 20 de enero con el cambio constituci­onal al gobierno de Biden, pero el ominoso caudal de ofensas, abusos y distorsion­es de los pasados cuatro años debe terminar también. La gran interrogan­te es si el ataque al Capitolio logrará que las facciones estadounid­enses entren en razón y corrijan prontament­e el rumbo con base en las institucio­nes, la colaboraci­ón y normas democrátic­as o si ello será un proceso más arduo, lento y de incierto resultado.

La respuesta a ello marcará sin duda el presente y el futuro inmediato de Estados Unidos.l

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EFE Seguidores de Donald Trump tras irrumpir violentame­nte en el Capitolio de EEUU.

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