Veredicto
tro del Partido Republicano han optado por desmarcarse de él, o si simplemente todo se desbordó a causa de su negligencia, su narcisismo y su intoxicación en teorías conspirativas, al final ello ha conducido a una situación intolerable y especialmente peligrosa.
Al azuzar primero y luego al justificar el asalto al Capitolio, Trump actúo claramente en contra de la democracia y las instituciones del país y aunque al final pidió a sus seguidores que se retiraran del Capitolio nunca condenó sus acciones. Por el contrario, el presidente las exaltó y buscó presentar, falsamente, como reacciones válidas ante un fraude electoral inexistente. Todo ello es impropio de su investidura y contrario a los valores republicanos.
Trump perdió clara y legalmente la elección del 3 de noviembre de 2020 y en decenas de demandas y otras acciones que su campaña interpuso no se mostraron pruebas de la existencia de fraude. En cambio, teorías conspirativas, falsedades y rencores consumieron al presidente e intoxicaron, aún más, a sus seguidores radicales. Todo ello al grado de que, se afirma, Trump abandonó la labor de gobernar y se ha dedicado los últimos dos meses al torcido afán de tratar de revertir su derrota electoral, sea por la desazón que sufre su ego o para tratar de cubrirse de posibles rendiciones de cuentas futuras. En cambio, la atención de la terrible epidemia de covid-19 que arrecia en el país y otros graves problemas no han sido, por lo que se ha constatado, del interés de Trump.
Y se ha aludido que es tiempo de invocar la Enmienda 25 de la Constitución para que el vicepresidente Mike Pence y la mayoría del gabinete declaren que Trump está incapacitado para ejercer la presidencia y sea retirado del cargo, ante la posibilidad de que el todavía mandatario se encuentre ya desencajado de la realidad y obnubilado en sus fantasías o, peor aún, que esté conscientemente determinado a llevarse por delante tanto como pueda en sus últimos días en la Casa Blanca.
La interrogante de qué puede hacer un Trump amenazante o desequilibrado, empecinado en no reconocer su derrota y en dejar un incendio a su paso de aquí al 20 de enero es punzante y ha dado pie a que se mencione la invocación de la Enmienda 25.
No es claro si eso sucederá, pero sí lo es que Estados Unidos debe mantenerse firme en el sentido de la democracia y las instituciones republicanas, con un claro deslinde y condena de quienes la atacan y amenazan.
La lealtad, por convicción o conveniencia, que el entorno republicano ha tenido hacia Trump, de suyo cuestionable ante las graves falencias, incompetencias y desmanes del presidente, le permitió a él persistir hasta llegar al extremo actual. Pero al parecer ello también se ha roto, pues muy amplios sectores del Partido Republicano le han dado ya la espalda a Trump y sus muchedumbres. Se le critica que su obstinación en clamar un falso fraude le costó a los republicanos
Trump quedó colocado del lado del autoritarismo antidemocrático, del sectarismo violento y del abuso del poder en beneficio de intereses espurios.
el control del Senado en la reciente elección en Georgia y el presente ataque al Capitolio ha decantado la oposición de muchos que antes estuvieron de su lado.
Si con su llamado a marchar hacia el Capitolio Trump pretendió mostrar la fuerza que, vía las masas de la derecha radical, él tiene sobre ese partido, ello hasta ahora le ha resultado un fiasco. Y ha dejado claro, como ya se anticipó desde 2017 tras los sucesos de Charlottesville, que Trump apoya y se apoya en grupos proclives al odio y la violencia, como puede constatarse en las banderas que hondearon muchos de los asaltantes al Capitolio: insignias confederadas, supremacistas y neofacistas se mezclaban con banderas trumpistas.
Hoy como nunca antes, salvo su entorno más cercano y sus seguidores más empedernidos, estadounidenses tanto demócratas como republicanos e independientes han repudiado el asalto al Capitolio y la conducta de Trump.
Tras el ataque al Capitolio, Trump quedó definitivamente colocado del lado del autoritarismo antidemocrático, del sectarismo violento y del abuso del poder en beneficio de intereses espurios.
Para salir de este oscuro pasaje, Estados Unidos deberá no solo lograr una transición pacífica del poder y dar paso a la legítima presidencia de Biden, sino también emprender un proceso de reconciliación política y social, en paralelo a la atención de los graves rezagos económicos que agobian, con la pandemia como un enorme peso añadido, a millones de estadounidenses.
Será necesario, para que el asalto al Capitolio sea el final de una era de confrontaciones y no el principio de una de mayor desestabilización, que los actores políticos colaboren en beneficio general y se deje claro que las mentiras, teorías conspirativas y violencias no tienen sitio y deben ser despejadas. Que los atrincheramientos políticos e ideológicos, más el afán de beneficio personal a costa del bien público, que se han visto durante el gobierno de Trump sean desmantelados y se logre un trabajo bipartidista, abierto y comprometido con el interés de la población, golpeada rudamente por la enfermedad y la crisis económica.
La era Trump terminará el 20 de enero con el cambio constitucional al gobierno de Biden, pero el ominoso caudal de ofensas, abusos y distorsiones de los pasados cuatro años debe terminar también. La gran interrogante es si el ataque al Capitolio logrará que las facciones estadounidenses entren en razón y corrijan prontamente el rumbo con base en las instituciones, la colaboración y normas democráticas o si ello será un proceso más arduo, lento y de incierto resultado.
La respuesta a ello marcará sin duda el presente y el futuro inmediato de Estados Unidos.l