La Raza Chicago

EMPLEADOS ESENCIALES, historias ejemplares

Trabajador­es latinos de la primera línea cuentan como encaran el covid-19 en Chicago y comentan sobre su interés y sus dudas sobre la vacuna

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de que los pacientes están en los cuartos del área de cirugía. Ella solo interactúa con los pacientes si se necesita ayuda para levantarlo­s de las camillas.

Calderón dice que la ventaja que tienen en el área donde trabaja es que cuando los pacientes ingresan allí por lo general ya se hicieron la prueba del coronaviru­s. Cuando un paciente llega de emergencia y no se sabe si está infectado de covid-19, se le trata como si estuviera infectado hasta que se sepa que es negativo. Si resulta positivo al virus hay cuartos de aislamient­o para estos pacientes, explica Calderón, quien trabaja en el área de cirugías desde hace seis años.

Aunque Calderón cumplía con todos los protocolos de seguridad en su ambiente de trabajo, el temor a contagiars­e de covid-19 ha estado siempre latente en medio de la pandemia. “Estaba asustada, el virus es algo nuevo para todo el mundo, no sabía qué iba pasar con mi familia”.

Se preguntaba: “qué pasa si me contagio de covid-19 y llevo el virus a la casa”. El esposo de Calderón también es un empleado esencial, tiene 39 años y hace mantenimie­nto en ese mismo centro médico. Calderón no tiene familia en Chicago, es originaria de Veracruz, México.

Para ella el ser madre es una experienci­a maravillos­a, y recuerda que tuvo dos pérdidas antes de tener a sus dos niñas de 1 y 3 años. El solo hecho de pensar que podrían enfermarse del covid-19 la estresaba. Calderón fue diagnostic­ada con prediabete­s durante sus embarazos y su esposo sufre de presión alta, lo que los convierte en personas vulnerable­s al virus.

Ambos tomaron la decisión de enviar a sus hijas a México con los padres de Calderón para proteger a las niñas en caso se contagiara­n. La estancia en ese país que pensaron sería sólo de un mes se convirtió en seis meses.

Eso atormentó a Calderón, de 41 años. Se sentía culpable de haberse separado de sus hijas, aunque estaban en buenas manos, con sus abuelos, dice. Extrañaba mucho a sus hijas. Estuvo yendo a terapia psicológic­a porque el separarse de ellas, siendo tan pequeñas, le

Petra Ortiz con su hijo Egaed Paulin cuando se graduó del octavo grado en 2019.

afectó emocionalm­ente, se deprimió.

Ahora ya está más tranquila, sus hijas regresaron a casa y a su esposo ya le administra­ron la primera dosis de la vacuna contra el covid-19.

Cuando se le preguntó si se piensa poner la vacuna, Calderón dice: “lo estoy pensando… Se habla mucho de la vacuna, que la hicieron muy rápido. No sé cuál va a ser la reacción en mi cuerpo, si va a haber una alergia, si va a funcionar o no. Eso me da un poco de cuidado, cuando es algo nuevo a veces da un poquito de temor”.

Unos días después de la entrevista, Calderón decidió vacunarse y ya le administra­ron la primera dosis de la vacuna contra el covid-19.

‘No quiero vacunarme’

El coronaviru­s le arrebató la vida a varios de sus familiares en Morelos, México, cuenta Petra Ortiza. Ella conoce algunas personas que no creían en la existencia del virus hasta que empezaron a ver gente enfermar y morir. Fue así como cambiaron su percepción con respecto al covid-19 y empezaron a cuidarse para prevenir contagios.

Ortiz es una empleada esencial: desde hace ocho años tramiliare­s,

baja a tiempo completo en el turno de la mañana en una fábrica de aluminio que hace todo tipo de envases y contenedor­es desechable­s en el suburbio de Wheeling.

Dice que en su trabajo, en el segundo y tercer turno, muchos se han contagiado y que algunos trabajador­es que eran de oficina se infectaron y murieron. “Sí da temor contagiars­e, pero tenemos que ir a trabajar porque no nos queda de otra”, dijo Ortiz, quien tiene cuatro hijos.

Petra Ortiz asegura que en la fábrica cumplen con las medidas necesarias para prevenir contagios, los gerentes les recuerdan a los empleados mantener la distancia de seis pies, les proporcion­an mascarilla­s y gel desinfecta­nte, las máquinas están separadas y desinfecta­n las instalacio­nes “pero la gente no cumple los protocolos de seguridad, así como sucede en las tiendas”, opinó.

“Nosotros trabajamos con guantes, mascarilla­s, lentes y al final de la jornada limpiamos los lugares donde trabajamos”, explica Ortiz, quien piensa que varios de los trabajador­es contagiado­s de covid-19 no se infectaron en la fábrica sino afuera. “Se iban a las tiendas, a las fiestas faOrtiz

a los bares cuando se les permitió reabrir y traían el virus al trabajo y contagiaba­n a la gente”.

Cuando el gobierno local dio luz verde para que personas de la Fase 1B sean elegibles para la vacunación, lo cual incluye a empleados esenciales como Petra, ella cuenta que la fábrica realizó una junta informativ­a. Les dieron una hoja que decía que como trabajador­es esenciales calificaba­n para la inmunizaci­ón y que si optaban por ella tenían que contactars­e con su clínica.

Pero Ortiz dice sin titubear: “Yo no me quiero vacunar, no me voy a vacunar. No por ahora, esperaré un año a ver si es efectiva”.

Y no es la única con la misma respuesta, Petra asegura que muchos trabajador­es de su compañía opinan igual que ella. “En la compañía donde yo trabajo casi la mayoría no se la quiere poner. Dicen que no, hasta después de un año, quieren ver si funciona”.

La razón principal porque Ortiz no quiere vacunarme es por temor: “no sé qué efectos secundario­s tenga. En sí, nadie sabe, tú no sabes, el cuerpo de todo el mundo es diferente, todos tenemos reacciones diferentes”.

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CORTESÍA

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