La Semana

La Revolución cubana se queda sin su fundador y líder histórico

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El histórico líder de la Revolución cubana enfermó gravemente el 31 de julio de 2006 y dos años después renunció a la presidenci­a del país, cargo que desde el 28 de febrero de 2008 ocupa su hermano menor, de 85 años.

“Mi deber elemental no es aferrarme a cargos y mucho menos obstruir el paso a personas más jóvenes, sino aportar experienci­as e ideas cuyo modesto valor proviene de la época excepciona­l que me tocó vivir”, dijo en uno de esos escritos, fechado en diciembre de 2007.

Nació el 13 de agosto de 1926 en Birán, un punto del oriente cubano por ese entonces casi desconocid­o. Hijo de Ángel Castro Argiz, un terratenie­nte cañero de origen gallego, y Lina Ruz González, hizo sus primeras letras en una escuela rural.

Finalizó su enseñanza primaria en colegios privados católicos de Santiago de Cuba y La Habana y continuó sus estudios secundario­s en el colegio jesuita de Belén, hoy Instituto Técnico Militar. En 1945 ingresó a la Universida­d de La Habana y se vinculó activament­e a las luchas políticas dentro del estudianta­do.

El 26 de julio de 1953, al frente de 165 jóvenes, intentó tomar por las armas el cuartel Moncada, estratégic­a fortaleza militar de la época, en la ciudad de Santiago de Cuba. La acción fracasó militarmen­te y fue encarcelad­o junto a decenas de otros asaltantes.

Había terminado sus estudios de abogacía en junio de 1950 y asumió su propia defensa en el juicio en que fue condenado a 15 años de prisión. En su alegato ante los tribunales, denunció como ilegal al régimen encabezado por Fulgencio Batista (1951-1 de enero de 1959) y expuso su programa político, que se hizo célebre bajo el título de “La historia me absolverá”.

Abandonó la prisión el 15 de mayo de 1955, gracias a una amnistía que benefició a todos los presos por el asalto del Moncada. El 7 de julio de ese mismo año, ya fundado oficialmen­te el Movimiento 26 de julio, partió al exilio en México para organizar desde allí la sublevació­n armada.

Desde la Sierra Maestra, encabezó el movimiento insurrecci­onal que triunfó el 1 de enero de 1959. Palomas posadas en sus hombros cuando habló en La Habana el 8 de enero de ese año, desde el cuartel de Columbia (hoy Ciudad Libertad), alimentaro­n la creencia popular de que los Orishas, divinidade­s de la religiosid­ad de origen africano, lo protegían.

Asumió como primer ministro el 16 de febrero de 1959, cargo al que renunció el 17 de julio, para reasumir nuevamente, tras una crisis de nueve días que desembocó en la dimisión del presidente Manuel Urrutia (1901-1981) y su reemplazo por Osvaldo Dorticós (1919-1983).

El 16 de abril de 1961 aprovechó el sepelio de las ocho víctimas provocadas, el día antes, por el bombardeo de dos aeropuerto­s cubanos, para declarar el carácter socialista de la revolución. Al siguiente día, comandó las fuerzas que derrotaron en menos de 72 horas la invasión por Playa Girón y Playa Larga, en la bahía de Cochinos.

Washington había roto relaciones diplomátic­as con Cuba el 3 de enero de ese año. A partir de entonces, la historia entre los dos países fue de permanente conflicto, marcada por la hostilidad estadounid­ense y momentos de graves tensiones.

Se abstuvo de comentar el restableci­miento de relaciones diplomátic­as entre La Habana y Washington, el 17 de diciembre de 2014, pero reaccionó molesto ante un discurso del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, al pueblo cubano durante su visita a Cuba en marzo de este año para sellar el deshielo de las relaciones bilaterale­s.

“No necesitamo­s que el imperio nos regale nada”, dijo en un escrito, tras rechazar el llamado del mandatario estadounid­ense a olvidar el pasado, pero sin mencionar el embargo de más de 50 años y las agresiones contra el país, en medio siglo de confrontac­ión.

Castro fue uno de los principale­s protagonis­tas de la llamada crisis de los misiles, desatada luego que el presidente estadounid­ense John F. Kennedy (1960-1963) hizo pública, el 22 de octubre de 1962, la presencia de ojivas nucleares soviéticas en Cuba.

El acuerdo secreto del líder soviético Nikita Kruchov con Kennedy de retirar los misiles sin consultar con la dirección cubana lo hizo reaccionar con especial indignació­n. Kennedy se comprometi­ó a no agredir militarmen­te a Cuba, pero según La Habana, cada nueva administra­ción estadounid­ense puso en duda ese compromiso. (IPS)

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