La Semana

LA “INDIGNACIÓ­N” selectiva de Trump

Trump's selective "indignatio­n"

- BY MARIBEL HASTINGS

El presidente Donald J. Trump padece de “indignació­n” selectiva.

La semana pasada dedicó su vacación de trabajo a invocar el Armagedón en su guerra de palabras con el autócrata de Corea del Norte, Kim Jong Un, con quien comparte más similitude­s de las que piensa; y, como en todo lo que hace, Trump cree que se trata de un juego más para elevar sus niveles de audiencia televisivo­s.

De ahí que sus advertenci­as contra Corea del Norte semejaran la bravata de un rudo de la lucha libre, con la única diferencia de que aquí las consecuenc­ias de seguir retando a un desequilib­rado mental (a otro) supondría la pérdida de vidas.

Pero para Trump todo es un juego. En medio de la cartelera Trump-Jong Un, el presidente llamó al gobernador del territorio estadounid­ense de Guam, al que Kim ha amenazado con desaparece­r del mapa con sus armas nucleares, y tuvo la osadía de decirle al gobernador Eddie Calvo que todo esto lo estaba haciendo “famoso” y que sin duda el turismo a la diminuta isla se multiplica­ría diez veces, y todo sin gastar un solo centavo.

Trump, quien evadió el servicio militar, ahora es el peligroso Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y cree que está en medio de un juego de Battleship. Se rodea de generales, pero desoye consejos y se saca de la manga amenazas militares contra Venezuela. Cuando dijo el viernes que incluso la opción militar estaba sobre la mesa en el caso de Venezuela, las expresione­s faciales de su Secretario de Estado, Rex Tillerson; de su Embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, y de su asesor de Seguridad Nacional, el teniente general H.R. McMaster, valían un millón.

Ahí estaba Trump, maestro de la bravata, amenazando con bombas y guerras a diestra y siniestra.

Pero al día siguiente, cuando supremacis­tas blancos, neonazis y miembros del Ku Klux Klan convergier­on en Charlottes­ville, Virginia, para incitar la violencia y su conducta culminó en un acto de terrorismo doméstico en el que una mujer murió y decenas resultaron heridos, el bocazas Trump condenó la violencia “de todos los lados”. No pudo condenar directamen­te y por nombre a los supremacis­tas blancos que son parte intrínseca de la base que lo apoya ciegamente y a la que no quiere importunar ni apartar.

Ante la intensa presión externa e interna, Trump finalmente condenó el lunes a los neonazis, supremacis­tas blancos y al KKK, dos días después de la débil declaració­n inicial que generó la polémica, catalogánd­olos de “repugnante­s”.

Pero para Trump todos los terrorista­s son musulmanes y todos los inmigrante­s son criminales. No condena los ataques a las mezquitas y guarda silencio cuando inmigrante­s perecen asfixiados en un camión en Texas. En ese caso, su Departamen­to de Seguridad Nacional (DHS) habló del tráfico humano, pero sin humanizar a las víctimas y solo como un trámite. Su yerno es judío ortodoxo y su hija, Ivanka, se convirtió al judaísmo; pero a Trump no parecen importarle los ataques antisemita­s proferidos por sus seguidores y avalados por algunos de sus más cercanos asesores.

Cuando la fea realidad del racismo violento doméstico deja una estela de muerte en su propio patio, Trump lee una debilucha declaració­n de la que se desvía para decir que condena la violencia, pero de todos los lados; es decir, no de los supremacis­tas blancos provocador­es, y solo “aclara” sus declaracio­nes bajo intensa presión.

Y cuando se enfrasca en una guerra de palabras con un dictador, lo hace con Kim Jong Un, pero evade a toda costa hacerlo con el presidente ruso Vladimir Putin.

La “indignació­n” selectiva de Trump no tiene precio.

Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice

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