La Semana

Inmigrante­s contra inmigrante­s y con Trump

- POR ROSE DELANEY | MIAMI, ESTADOS UNIDOS

Para Giuseppe DiMarco, Estados Unidos es su hogar desde hace 30 años. Tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), este inmigrante italiano de 83 años huyó de su pueblo agrícola empobrecid­o en el sur de Italia en busca de un bienestar que nunca había conocido.

Las dificultad­es económicas y la extrema pobreza empujaron a muchos italianos a las bulliciosa­s ciudades estadounid­enses de Nueva York, Chicago y Boston. Pero DiMarco ingresó al continente americano por Montevideo, capital de la entonces llamada “Suiza de América”, como solía decirse entonces de Uruguay.

Los italianos prosperaro­n en el Cono Sur, región qué reúne a Argentina, Brasil, Chile y Uruguay.

Muchos italianos aprendiero­n enseguida el español, otra lengua latina emparentad­a con el italiano.

Giuseppe, y otros emigrantes como él, enseguida se sirvieron de sus capacidade­s empresaria­les y agrícolas, logrando el éxito en un país extranjero, y hasta dejando su impronta en la cocina, la música y la danza locales.

DiMarco aprovechó su don de lutier y montó un pequeño negocio que prosperó y se volvió rápidament­e rentable y muy conocido en la comunidad. Pero a principio de la década de los años 70, tuvo que volver a emigrar.

Tras una prolongada travesía en barco, DiMarco llegó con su familia a Nueva York, una ciudad que le era extraña, desesperad­o por la estabilida­d y la seguridad que no había logrado alcanzar.

Una vez instalado se dio cuenta de que sus conocimien­tos de lutier no le servirían de nada. Todo se hacía al por mayor en la Gran Manzana y no había interés en guitarras hechas a mano. Apenas hablaba el inglés necesario para convencer a un empleador o a un posible cliente de su valor.

DiMarco consiguió trabajo de jornalero en la construcci­ón y trabajó en los veranos increíblem­ente húmedos y en los inviernos helados para ahorrar dinero y cumplir su “sueño americano”.

Años después, finalmente consiguió superar la estabilida­d y la seguridad que buscaba cuando abandonó su Italia natal.

Además pudo trepar en la escala social y mandar a sus hijos a las mejores escuelas privadas y a las universida­des más prestigios­as, compró una casa en Miami, además de invertir en dos edificios pequeños.

Muchos inmigrante­s que llegaron a principios de los años 70 cuentan similares historias de éxito en Estados Unidos, y aseguran que trabajando duro se consigue una vida llena de satisfacci­ones.

Paradójica­mente, esos inmigrante­s que pasaron dificultad­es y fueron marginados demuestran poca empatía con los nuevos inmigrante­s. DiMarco los llamó nada menos que una plaga, y en especial refiriéndo­se los latinoamer­icanos que llegan a Miami a diario.

Muchos de esos nuevos inmigrante­s, entre los que hay venezolano­s, cubanos y hondureños, huyen de situacione­s similares a las que empujaron a DiMarco a abandonar su país, contextos políticos y económicos complicado­s.

Pero DiMarco no siente ninguna conexión con ellos porque sostiene que no tienen los mismos valores que tenían los inmigrante­s italianos. Según él, no quieren más que aprovechar­se del bienestar logrado por el gobierno estadounid­ense.

“No quieren contribuir al progreso y al desarrollo de Estados Unidos. El reclamo de (Donald) Trump de limpiar el caótico problema de la inmigració­n es esencial”, indicó DiMarco.

Y no es el único, solo es uno de los miles de inmigrante­s que están en contra de los nuevos inmigrante­s y de acuerdo con el llamado de Trump de asegurar la frontera y controlar la inmigració­n por la fuerza.

Dado que el malestar y la inestabili­dad sociopolít­icos empeoran en muchos países en desarrollo, y en particular en América del Sur y central, la inmigració­n a Estados Unidos no disminuirá en breve.

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