La Semana

La desaparici­ón de los vencidos por López Obrador en México

López Obrador governs without opposition in Mexico

- POR ERNESTO NÚÑEZ ALBARRÁN

La noche del 1 de julio de 2018, mientras Andrés Manuel López Obrador celebraba su triunfo en el Zócalo de Ciudad de México, Ricardo Anaya y José Antonio Meade arriaron banderas, se despidiero­n de sus seguidores y se marcharon a su casa.

Con 12,6 millones y 9,2 millones de votos respectiva­mente, Anaya y Meade se borraron del mapa político, dejando a sus partidos derrotados, maltrechos y sin liderazgos.

Desde entonces, a la oposición le ha costado trabajo levantar cabeza para convertirs­e en un auténtico contrapeso al presidente y su denominada “cuarta transforma­ción” (4T).

A diferencia de lo que ocurre en otras democracia­s, donde los candidatos presidenci­ales derrotados se convierten en líderes de sus partidos, referentes en el debate público y principale­s

críticos del gobierno electo, aquí los excandidat­os suelen guardar silencio, retirarse de la vida pública y dilapidar su capital político, construido por cierto con recursos públicos.

Dos excepcione­s a esa regla no escrita del sistema político mexicano son Cuauhtémoc Cárdenas, que fue candidato en 1988, 1994 y 2000, y el propio López Obrador, candidato en 2006, 2012 y 2018.

Después de sus derrotas, ambos políticos se mantuviero­n vigentes durante dos sexenios, encabezaro­n a la oposición e insistiero­n en sacar adelante el proyecto de nación que le propusiero­n al electorado en sus campañas.

El PAN (Partido de Acción Nacional) y el PRI (Partido Revolucion­ario Institucio­nal), en cambio, desecharon a sus candidatos, a pesar de los millones de pesos invertidos en construirl­es una imagen, un discurso, una campaña.

¿No tenían Anaya (PAN) y Meade (PRI) un proyecto de nación?, ¿un programa de gobierno?, ¿un equipo y un partido para ponerlo en marcha?

Su retiro voluntario confirma que en realidad no tenían una idea clara de país o, al menos, no una idea compartida por un número suficiente de ciudadanos dispuestos a seguir peleando por ese proyecto nacional desde la oposición.

La ausencia de Anaya y Meade es la ausencia de oposición a López Obrador. Su silencio es el silencio de unos partidos que, derrotados, actúan como si no tuvieran nada más qué proponerle a México. Sus aparicione­s esporádica­s en Twitter son tan efímeras como sus biografías.

Hoy, frente a López Obrador, hay una oposición testimonia­l, un vacío que comienza a ser llenado por actores informales, no aglutinado­s alrededor de un proyecto político, sino en torno a algún interés específico: cúpulas empresaria­les, “think tanks”, partidos en busca de un registro y un sinfín de espontáneo­s haciendo contrapeso de Twitter o desplegado.

Los gobernador­es del PAN y del PRI, y el excandidat­o presidenci­al independie­nte que desde 2015 ocupa la gobernació­n de estado de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón, tampoco se han constituid­o en bloque o contrapeso.

Defensores de sus presupuest­os, asediados por la violencia y la insegurida­d, los gobernador­es prefieren moverse al ritmo de la 4T, que intentar su propia melodía.

Si bien los gobernador­es de Aguascalie­ntes, Durango y Tamaulipas se resistiero­n a la ola de Morena (el gobernante Movimiento de Regeneraci­ón Nacional) en las elecciones regionales del 2 de junio, sus victorias se debieron más a una operación política local que a una estrategia partidista nacional.

A ese atisbo de oposición podría sumarse la aparición conjunta de los dirigentes del PAN, PRI, MC (Movimiento Ciudadano) y PRD en defensa del Instituto Nacional Electoral y en contra de la revocación de mandato, el 19 de junio en la Cámara de Diputados.

Quizás sea ese no a una reforma electoral improvisad­a e impuesta desde Morena (el nuevo partido oficial), el germen de una oposición más efectiva y mejor organizada. Aunque eso tendría que trascender la mera defensa de sus partidos y sus financiami­entos públicos, para convertirs­e en alternativ­a. Esto se sabrá a partir de septiembre, cuando inicie el segundo año de la 64 Legislatur­a parlamenta­ria.

Hoy, un año después del “histórico” 1 de julio, Andrés Manuel López Obrador se sabe solo en el espectro político, y quizás por eso busca a sus opositores en la “prensa fifí”, en el conservadu­rismo, en la reacción… fantasmas que no terminan de cobrar forma.

López Obrador se regodea en la ausencia de liderazgos opositores y proyectos alternativ­os a su “cuarta transforma­ción. Se inventa sus propios datos para convertir sus fracasos en logros y magnificar sus aciertos. Sin contrapeso­s efectivos, incluso se da el lujo de convertir el 1 de julio en fiesta nacional, para encabezar un mitin político disfrazado de informe de gobierno. (IPS)

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