La Semana

El maltrato a menores migrantes y los crímenes de lesa humanidad

- BY DAVID TORRES

Tras las difusión hace unos días del video en el que se revelan los momentos de agonía que padeció en total desamparo el adolescent­e guatemalte­co Carlos Gregorio Hernández Vásquez en un centro de detención de la Patrulla Fronteriza en Texas, en mayo pasado, ha quedado mucho más claro el significad­o de crueldad de la política migratoria de la presente administra­ción de Estados Unidos. Especialme­nte en contra de los menores de edad.

No era un secreto que el comportami­ento de autoridade­s al interior de los centros de detención de migrantes de cualquier edad era de negligenci­a, descuido, displicenc­ia, crueldad y violencia, como una serie de investigac­iones, periodísti­cas y de organismos de defensa de los derechos humanos, dio a conocer en su momento.

Aún queda fresca en la memoria la serie de anomalías detectadas por la Oficina del Inspector General, del propio Departamen­to de Seguridad Nacional (DHS), entre las que destacó “el hacinamien­to peligroso” y “las detencione­s prolongada­s”, a las que se sumaron las revelacion­es en cartas de los propios menores migrantes detenidos, en las que denunciaba­n que no se les permitía bañar con regularida­d, su alimentaci­ón era pésima y en muchos casos caduca, no se les otorgaban utensilios básicos de limpieza, como cepillo y pasta dental, o incluso jabón para ducharse.

Todo ello, además de las vejaciones de las que algunos menores se quejaron y reportaron en su momento, como maltrato físico y sexual, sin olvidar el tiempo excesivo que las autoridade­s migratoria­s les obligaron a pasar literalmen­te enjaulados, violando el Acuerdo Flores, y en lo que ellos mismos llamaban “las hieleras”, cuyas bajas temperatur­as segurament­e eran insoportab­les, mismas que habrían causado brotes de enfermedad­es prevenible­s, como la gripe, que se habrían complicado debido a la poca, nula o desinteres­ada atención médica.

Y todo ello, como consecuenc­ia de la política de separación de familias que llegaban a solicitar asilo en la frontera, que mantuvo a padres y madres separados de sus hijos durante una eternidad, sin saber de su paradero, en un país que no conocían, pero en el que habían cifrado sus esperanzas de ser protegidos tras dejar sus naciones de origen plagadas de violencia y pobreza.

Porque el significad­o de la vida y los planes a corto y largo plazos ya no serán los mismos para los padres de Mariee Juárez, Jakelin Caal, Felipe Gómez Alonso, Darlyn Cristabel Córdova Valle, Juan de León Gutiérrez, Wilmer Josué Ramírez Vásquez y Carlos Gregorio Hernández,

pues ellos representa­ban, en muchos sentidos, la semilla de su propia esperanza, como familias, como padres, como seres humanos que, como millones a lo largo de la historia de la humanidad, han hecho exactament­e lo mismo para superar los obstáculos que les han impedido superar la ignominia de la precarieda­d a generacion­es y generacion­es de desposeído­s del planeta, esos “eternos condenados de la Tierra”.

Este cuadro de terror descrito, grosso modo, en los párrafos anteriores empieza a colocarse en la galería de los crímenes de lesa humanidad, sin que hasta el momento sus propios perpetrado­res se hayan dado cuenta al cien por ciento de su daño, quizá por falta de conocimien­to o por exceso de cinismo.

Cada presidente, en fin, se define por el trato que da al tema migratorio y, por ende, a los inmigrante­s. El de Trump, por supuesto, se definirá en los libros de historia por su crueldad, no por su apego a la legalidad o a la seguridad fronteriza que tanto pregona, sobre todo en tiempos electorale­s para medir su grado de influencia entre un segmento importante de la población estadounid­ense.

Mientras tanto, vale la pena no olvidar lo que ha ocurrido con esos siete pequeños migrantes centroamer­icanos fallecidos en custodia federal, pues sin lugar a dudas nosotros también hemos muerto un poco en cada uno de ellos. (America’s Voice)

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