¿MILAGRO O ESPEJISMO? Pandillas y el desplome de la violencia en El Salvador
Miracle or Mirage? Gangs and Plunging Violence in El Salvador
GUATEMALA-- Después de décadas de una atroz violencia de pandillas, las tasas de homicidios se han desplomado en El Salvador bajo la administración de presidente Nayib Bukele. Ante el crecimiento de las pandillas MS-13 y Barrio 18, los gobiernos anteriores recurrieron a políticas de “mano dura” para someterlas, solo para encontrar que incrementaban la violencia. Desde su elección en 2019, el presidente Bukele, un autodenominado político alternativo, ha ganado un gran respaldo público por una caída de 60 por ciento en las tasas de homicidios.
Sin embargo, hay dudas sobre las posibilidades de que este logro perdure. La caída de las tasas de homicidios puede deberse no solo a las políticas de seguridad pública del gobierno, sino también a la decisión de las pandillas de detener el derramamiento de sangre, posiblemente a raíz de un frágil acuerdo de no agresión con las autoridades. Además, el estilo beligerante de Bukele, que se ha exacerbado durante la pandemia de covid-19, pone en riesgo sus reformas de seguridad al enredarlas en batallas políticas.
En cambio, esfuerzos ampliamente respaldados para apoyar a las comunidades afectadas, ayudar a quienes desean salir de las pandillas e incentivar la construcción de paz a nivel local tienen mayores probabilidades de poner un fin definitivo al ciclo de violencia de El Salvador. La administración de Bukele sostiene que el desplome en los homicidios, actualmente con la tasa diaria de más baja desde el final de la guerra civil del país (1980-1992), es el logro supremo de una nueva estrategia de seguridad.
En teoría, el Plan Control Territorial del gobierno combina la política de mano dura con esquemas de prevención de violencia. Ha robustecido el patrullaje conjunto de la policía y el ejército en los 22 municipios con mayores tasas de delincuencia, al tiempo que ha endurecido las medidas de confinamiento en las cárceles en un intento de cortar las comunicaciones entre los reclusos y el mundo exterior. Simultáneamente, el objetivo del gobierno de construir docenas de “cubos” (centros recreativos y educativos de diseño moderno, con paredes de vidrio), representa su iniciativa más emblemática para mejorar la vida de los jóvenes que crecen bajo el dominio de las pandillas y evitar el reclutamiento en sus filas.
Las razones exactas para la caída de las tasas de homicidios a nivel nacional son difíciles de precisar. Estudios estadísticos muestran que el Plan Control Territorial probablemente no sea la única causa; la caída de las tasas locales de homicidios no corresponden precisamente a aquellas áreas donde se ha implementado el plan.
Más bien, en gran parte, las pandillas parecen haber decidido disminuir el uso de la violencia letal. El control indiscutible de las pandillas sobre las comunidades, la disminución de la rivalidad entre pandillas y el liderazgo cada vez más autónomo de los mareros que están fuera de las cárceles pueden explicar esta decisión más que el Plan Control Territorial.
Sin embargo, otras políticas gubernamentales podrían haber jugado un papel importante: numerosos analistas y activistas locales atribuyen la decisión de las pandillas a un acuerdo informal entre ellas y con las autoridades, quienes presuntamente les han ordenado a las fuerzas de seguridad reducir sus enfrentamientos con estos grupos.(ips)
ENGLISH
GUATEMALA CITY-AFTER decades of harrowing gang crime, homicides have plunged in El Salvador on the watch of the new president, Nayib Bukele. Faced with the growth of the MS-13 and 18th Street gangs, previous governments resorted to “iron fist” policies to crush them, only to find these fuelled a backlash.
Since his 2019 election, President Bukele, a self-styled outsider, has won huge public support by presiding over a 60 per cent fall in murders. Yet prospects that this achievement will endure are in doubt. The collapsing homicide rate may stem not only from the government’s public security policies, but also from the gangs’ own decision to curb bloodshed, possibly due to a fragile non-aggression deal with authorities. In addition, Bukele’s confrontational style, which has been exacerbated during the COVID-19 pandemic, risks entangling his security reforms in political battles. Broadly backed efforts to support affected communities, assist members wishing to leave gangs and encourage local peacebuilding are more likely to end definitively El Salvador’s cycle of violence.
The Bukele administration argues that the plummeting murder rate – with daily killings now standing at their lowest rate since the end of the country’s civil war (1980-1992) – represents the crowning achievement of a new security strategy. In theory, the government’s Territorial Control
Plan couples robust law enforcement with violence prevention schemes.
It has reinforced joint police and military patrols in 22 municipalities suffering high rates of crime, while toughening confinement measures in jails in a bid to sever communications between inmates and the outside world. At the same time, the government’s goal of building dozens of “cubes” – glass-walled recreational and education centres – represents the flagship effort to brighten the lives of young people growing up under gang dominion and prevent recruitment into their ranks.
The precise reasons for the nationwide drop in homicides are hard to pin down. Statistical studies show that the Territorial Control Plan is most likely not the sole cause; specific local falls in murder rates do not correspond precisely to those areas where the plan has been implemented. Instead, in large part, gangs appear to have themselves decided to scale back their use of lethal violence. Unassailable control over communities, declining gang rivalry and increasingly autonomous gang leadership outside jails may explain this decision more than the Territorial Control Plan. Yet other government policies might have played a role: numerous analysts and local activists ascribe the gangs’ move to an informal understanding between them and the authorities, who have allegedly ordered security forces to dial back their clashes with these groups.
A sudden killing spree attributed to MS-13 in April illustrated just how precarious the gangs’ commitment to reducing violence can be. Bukele’s reaction to the attacks, which left over 80 dead in a fiveday span, reaffirmed his inclination to adopt punitive measures to force gangs into submission.
Images shared around the world from inside El Salvador’s high-security jails revealed inmates huddled together or forced into shared cells without any access to daylight. Although murder rates have since fallen again, the risk remains that gangs, now short of extortion income due to lockdown measures and indignant at the government’s crackdown, will once again resort to extreme violence. (IPS)