San Diego Union-Tribune

HABRÁ MÁS RESTRICCIO­NES A LA CONSTRUCCI­ÓN LOCAL

Crean 2 zonas de regulación contra la falla de Rose Canyon

- GARY ROBBINS Robbins es reportero del U-T.

Pronto será más difícil urbanizar muchas propiedade­s en San Diego debido a la creciente evidencia de que la falla sísmica de Rose Canyon, que pasa por debajo de la ciudad, es más grande y más activa de lo que los científico­s pensaban.

El Servicio Geológico de California (CGS) está creando zonas de fallas reglamenta­rias en las que los promotores de edificios residencia­les, comerciale­s y públicos podrían tener que demostrar que sus proyectos no se asientan sobre fallas activas o están situados a una distancia segura de dichos sistemas.

Las zonas, que se espera que se aprueben este verano, forman parte de la llamada Ley Alquist-Priolo, que pretende minimizar el tipo de muerte y destrucció­n que puede producirse cuando un terremoto rompe la superficie de la Tierra.

Unos 7000 predios situados en La Jolla, Old Town, el aeropuerto internacio­nal de San Diego y el centro de la ciudad, y sus alrededore­s, se encuentran en las nuevas zonas de falla.

En general, la ley no afecta a las estructura­s menores, como los muros de contención y las piscinas. Pero el CGS dice que la normativa se aplicará a los proyectos importante­s que se están consideran­do actualment­e, pero que aún no han sido autorizado­s, como la remodelaci­ón de Seaport Village.

El CGS quiere reducir las posibilida­des de que la gente resulte herida o muera a causa de la falla de Rose Canyon, que llega a la costa de La Jolla, atraviesa la ciudad y vuelve a la costa a lo largo de Silver Strand.

La falla no es tan peligrosa

como el infame sistema de San Andrés, al este. Pero Rose Canyon produjo un terremoto de magnitud 6.0 en San Diego en 1862 que causó daños locales y que se sintió hasta Los Ángeles.

El sistema de deslizamie­nto es capaz de producir un terremoto de 6.9 que podría dañar 100 mil viviendas en el área metropolit­ana de San Diego y desplazar 36 mil hogares, de acuerdo con un estudio de 2020 realizado por la sección de San Diego del Instituto de Investigac­ión de Ingeniería Sísmica. En un sistema de deslizamie­nto, un lado de la falla se desplaza horizontal­mente con respecto al otro cuando se produce un terremoto.

“Un terremoto de 6.0 grados puede producirse en cualquier momento y uno

mucho mayor —algo en el rango de 6.8 a 6.9— parece ocurrir cada 700 a 800 años”, dijo Tom Rockwell, un sismólogo de San Diego State University que ha estado estudiando el sistema de Rose Canyon durante décadas.

“El último realmente grande ocurrió entre 1700 y 1750, pero no debemos relajarnos. Rose Canyon es un sistema activo que podría producir algo grande durante nuestra vida”.

Antes se pensaba que toda la falla estaba inactiva. Pero los científico­s han aprendido lo contrario, en parte gracias a la realizació­n de estudios geológicos relacionad­os con el desarrollo del sistema de tranvías de la ciudad, la renovación y ampliación del aeropuerto y las revisiones de Seaport Village,

que está destinada a una importante remodelaci­ón.

Las nuevas zonas de fallas reguladora­s que se están creando en San Diego tienen su origen en una catástrofe ocurrida este mes hace 50 años: el terremoto de 6.6 en San Fernando Valley en el condaod de Los Ángeles, que mató a 64 personas, dañó gravemente las autopistas e infligió al menos 500 millones de dólares en pérdidas. El temblor también provocó el espectacul­ar derrumbe del Olive View Community Hospital en Sylmar.

El terremoto rompió la superficie de la tierra en muchas zonas, lo que dejó claro que había que hacer más para evitar la construcci­ón de edificios —sobre todo los que albergan personas— en

la cima de las fallas activas.

En 1972, la tragedia llevó a la aprobación de la Ley Alquist-Priolo, que identifica las zonas donde se sabe o se cree que existen fallas activas.

El estado creó una de las zonas en La Jolla en 1991 y otra en Point Loma en 2003. La ciudad de San Diego creó su propia zona de fallas en el centro de la ciudad hace unos 20 años.

Las leyes no han frenado el crecimient­o.

Desde el año 2000, la población de San Diego ha crecido unas 175 mil personas, hasta alcanzar aproximada­mente 1.4 millones. Durante ese mismo periodo se han construido 60 edificios de más de ocho pisos en el centro de San Diego y otros siete están en construcci­ón, según el Departamen­to de Servicios de Desarrollo de la ciudad.

Hasta cierto punto, este crecimient­o ha sido una bendición para la ciencia, lo que ha llevado a realizar estudios geológicos en toda la ciudad, incluida la zona donde se construyó el Petco Park.

“Hemos aprendido que la falla de Rose Canyon está más extendida, más distribuid­a, de lo que sabíamos y que algunos de sus ramales están activos”, dijo Rockwell.

Es imposible cuantifica­r con precisión la amenaza que supone la falla. Los científico­s no pueden predecir con exactitud cuándo y dónde se romperá la falla, cuánto durará la ruptura y si desencaden­ará otras fallas, empeorando la situación.

Pero eso no les impide elaborar estimacion­es. Y la que emitió la sección de San Diego del EERI en 2020 es escalofria­nte.

Los ingenieros ejecutaron programas informátic­os que simulaban un terremoto de 6.9 en el sistema de Rose Canyon. Los algoritmos llevaron a los científico­s a creer que un terremoto de este tipo podría dejar sin servicio de gas y agua entre La Jolla y Silver Strand durante meses, cerrar el puente San Diego-Coronado y provocar el derrumbe de importante­s edificios municipale­s. En algunos lugares, la superficie se desplazarí­a de 2 a 3 metros y partes de Mission Bay se hundirían unos 30 centímetro­s.

“Llevamos cinco años trabajando en este estudio, y ha sido una auténtica llamada de atención para los interesado­s”, declaró Jorge Meneses, presidente de EERISan Diego, al Union-Tribune el pasado mes de marzo.

“Pero están a tiempo de hacer que San Diego sea más resistente al tipo de daños que podrían producirse”.

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GARY ROBBINS U-T La falla sísmica de Rose Canyon, que pasa por debajo de la ciudad de San Diego, es más grande y más activa de lo que los científico­s pensaban.

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