San Diego Union-Tribune

LOS VECINOS PREVIENEN QUE LA BASURA LLEGUE A SD

- JOSHUA EMERSON SMITH TIJUANA, México — Smith es reportero del U-T.

Las lluvias arrojan miles de libras de basura al año a través del Cañón de los Laureles de Tijuana y hacia el condado de San Diego. Las botellas de plástico y los neumáticos de los coches obstruyen el estuario de Imperial Beach y contaminan el litoral de la ciudad, donde los desechos pueden causar daño a aves, langostas, delfines y hasta a ballenas grises.

En respuesta, la organizaci­ón local sin ánimo de lucro Wildcoast ha construido una red flotante de casi 60 pies de largo, conocida como pluma de basura, en un canal de control de inundacion­es de hormigón que serpentea por uno de los barrios más empobrecid­os de Tijuana. El dispositiv­o se despliega desde un tubo de plástico negro que sube con el nivel del agua.

El grupo informó esta semana que hasta ahora ha atrapado aproximada­mente 73 mil libras de basura en la pluma, gran parte de la cual se ha vendido a una empresa de reciclaje que cuenta con el apoyo de Coca-Cola.

Un miércoles reciente, los trabajador­es contratado­s por la organizaci­ón sin ánimo de lucro sacaron del canal de aproximada­mente 25 pies de profundida­d zapatos viejos, camisetas, balones de futbol desinflado­s y las omnipresen­tes botellas de plástico de agua y refrescos.

“Cuando trabajamos aquí por primera vez, mucha gente dijo: ‘Dos meses y se van. Y no volveremos a verlos’”, dijo Juan Benítez, un residente local que ha ayudado a Wildcoast con el proyecto durante más de un año.

“Ahora, después de seis u ocho meses, la gente sabe que estamos trabajando aquí. La gente empieza a ayudar”, explicó Benítez, de 58 años, que llevaba un chaleco reflejante de color naranja y amarillo para la construcci­ón mientras supervisab­a a un equipo de personas que clasificab­an las botellas de plástico en grandes sacos de nailon bajo una estructura de sombra con la marca Wildcoast.

Se calcula que más de 65 mil personas viven en el Cañón de los Laureles, un barrio no autorizado de casas color rosa, naranja y verde azulado, muchas de las cuales están construida­s con puertas de garaje y bloques de hormigón. En el fondo del barranco, el canal de control de inundacion­es de hormigón está flanqueado por dos carreteras muy transitada­s con cafés, pequeñas tiendas

de comestible­s y una escuela.

Miles de emigrantes pobres han acudido a la zona en las dos últimas décadas en busca de trabajo, a menudo atraídos a la región por sus numerosas maquilador­as, fábricas dirigidas por empresas como Coca-Cola, Toyota, Sony y Samsung.

El miércoles reciente, niños sonrientes jugaban futbol y perseguían a perros desaliñado­s por calles llenas de basura, mientras los gallos cantaban al mismo tiempo que sonaba música pop mexicana. A lo largo de la calle principal, un agente de la policía federal armado con una

metralleta registraba a un hombre tendido sobre un auto, mientras los vehículos pasaban sobre el pavimento agrietado.

La mayoría de las casas de la zona tienen poco o ningún acceso a los servicios de recolecció­n de basura. Ninguna está conectada a las cañerías de la ciudad, que vacían las aguas residuales a través de largas tuberías de plástico directamen­te en el canal.

Los camiones municipale­s, que hacen rondas semanales en el Cañón de Los Laureles, solo recogen alrededor del 2 por ciento de toda la basura producida en la zona, dijo Fay Crevoshay, directora de comunicaci­ones y política de Wildcoast.

"¿Qué harías si nadie recogiera tu basura?”, preguntó Crevoshay, de 64 años, oriunda de la Ciudad de México, y quien ayudó a encabezar el esfuerzo de limpieza. “Así que la gente la pone en pequeñas bolsas de plástico. La ponen en la esquina cuando van al trabajo, en esta esquina, en aquella esquina. Es un desastre”.

Crevoshay sabe que la pluma de la basura de Wildcoast no está recogiendo todos los residuos de la comunidad. Pero dice que el esfuerzo está teniendo un gran impacto, especialme­nte en la contaminac­ión transfront­eriza. También ha inspirado a los residentes a empezar a llevar su reciclaje al centro de recolecció­n de la organizaci­ón sin ánimo de lucro.

Wildcoast también ha utilizado neumáticos y otros materiales recuperado­s por la pluma para construir un parque infantil cercano con columpios, pistas de tetherball y un pequeño campo de futbol.

Pilar Márquez, que vive con su marido y sus seis hijos en una casa situada encima del canal, dijo que el proyecto ha supuesto una gran diferencia para la comunidad.

Antes de que se instalara la red, el canal se tapaba con basura, explicó la mujer de 38 años a través de un traductor: “Había accidentes. Los niños se quedaban flotando en el agua”.

Márquez dijo que está contenta de haberse trasladado al cañón a los 18 años desde un pequeño pueblo agrícola al sur. Dijo que le gusta el ambiente “tranquilo”, aunque en los últimos años ha aumentado la delincuenc­ia.

Dijo que a menudo tiene que gritar a los drogadicto­s que intentan robar piezas metálicas de la pluma.

“Tenemos que vigilar y asegurarno­s de que la gente no la vandalice”, dijo. “No quiero que la basura llegue al océano”.

La financiaci­ón del proyecto, cuya instalació­n costó unos 60 mil dólares, procedió de la Iniciativa Oceánica Benioff y de la Fundación CocaCola. La Administra­ción Nacional Oceánica y Atmosféric­a también proporcion­ó ayuda para las operacione­s y el mantenimie­nto en curso.

Wildcoast espera ahora instalar otras dos barreras contra la basura en las comunidade­s cercanas de Camino Verde y Cañón del Matadero para 2024.

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NELVIN C. CEPEDA U-T En el Cañón de Los Laurele, Fay Crevoshay inspeccion­ó la pluma de basura.

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