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Los Hijos de la Monja Azul

Capítulo XXIA: Sor María se aparece en varias partes cuando fallece

- Por LARRY TORRES

Los demonios vengativos habían huido juntos de toda prisa, hasta las meras trancas del inframundo. Allí se reunieron para cogitar en cómo podrían atacar a Sor María otra vez en la primera ocasión posible.

Entretanto, Sor María estaba en su ataúd inmóvil, pensando en cómo el mundo sigue caminando después de la muerte, insensible a los que ya no gozan de él. Sor María se puso a pensar en San Lorenzo, el diácono de Roma, quien fue inmolado vivo en una parrilla por haberle rehusado los tesoros terrestres al prefecto de Roma. En vez, le entregó los “tesoros” celestes – quienes eran los desposeído­s, maltratado­s y golpeados del mundo.

Recostada allí en el silencio, se puso a meditar en el milagro que ocurre en el tránsito de la muerte a la vida eterna. Se puso a componer un himno, recontando la vida del santo. Sola entre sí dijo: “Concédenos viento, más viento San Lorenzo barras de oro.”

Pausó por un momento y pronto se le ocurrió la historia de su muerte en Dios:

“Una vez allá en Roma en una sagrada loma, el prefecto, por extenso llamó al diácono Lorenzo. Le pidió por todo el oro; de la iglesia el tesoro, que se lo trajera pronto; San Lorenzo se hizo el tonto. En vez de traerle joyas a montones en las ollas, recogió por los caminos a los leprosos e indignos.

“‘Éstas son nuestras riquezas las traemos a las mesas, ofrecidas al sagrario, como el más santo rosario.’ El prefecto rabia y jura y a Lorenzo pues, tortura por las bromas que ha gastado, a la muerte es condenado.

“De una vez ya lo quemaron. En el fuego lo acostaron bien atado a la parrilla, a rostizarlo todo el día. Desde el fuego se reía, de ese gusto que tenía. ‘Doy mi vida por los ciegos. Por los pobres corro riesgos. Por los cojos y los mudos, sufro penares tan duros. De ellos es este martirio, como un celestial delirio. Ya yo estoy bien cocinado; bien blandito mi costado, el corazón rete-asado: Denme vuelta al otro lado’. Y de allí con toda el alma, se fue a recibir su palma, a orar allá en el cielo, por los pobres en el suelo.”

Aun mientras que cantaba los loores de San Lorenzo, Sor María sentía que se repetía toda su vida en muchos lugares sin salir del ataúd. Veía aquellas tierras lejanas que había visitado cienes de veces en el Nuevo Mundo. Su espíritu se les apareció a los penitentes de las moradas en el Sudoeste. Se veía hablando con los indios Júmanos en la misión en el Pueblo de Isleta.

Miraba, con mucho cariño a los lugares visitados por sus hijos espiritual­es: Sor Blandina Segale,

Sor Francisca Xavier Cabrini, Sor Catarina Drexel, el Padre Eusebio Kino y el Sacerdote Herido Junípero Serra. Se vio a sí misma volando por arriba de los grandes desiertos, bendiciend­o a todas las tribus con la señal de la Santa Cruz cual es el símbolo de la Zea.

El momento cuando falleció Sor María, muchos de sus devo

tos reportaron milagros por todos los rincones del mundo. Los agonizante­s cristianos sanaron de sus afliccione­s o murieron en los brazos de San José de la Muerte Dichosa, según la voluntad de Dios, los afligidos de cuerpo y alma recibieron un consuelo, y las almas en el Purgatorio sintiendo que las visitaba un bál

samo fresco dándole un toque de esperanza.

En su ataúd, Sor María sonreía porque ella sabía que no era acción por medio de ella, sino era la misma Inmaculada Concepción de la Madre de Dios que se servía de la muerte de María para manifestar su propia gloria por medio de la Monja Azul.

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COURTESY IMAGE ‘Martyrdom of St. Lawrence,’ 1592, por Pellegrino Tibaldi, Monasterio de San Lorenzo, El Escorial

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