The Taos News

Los Ogros Navideños

- Por LARRY TORRES

Ya se estaba llegando el tiempo de la Navidad. Todos los duendos estaban muy ocupados en el taller del Santo Clós. Él estaba haciendo las listas de todos los niños y niñas que se habían portado buenos y malos en el año pasado. El jefe de los duenditos había preparado una buena lista de todos los niños en cada estado del mundo. Cuando le estaba leyendo la larga lista al Santo Clós, él se dio cuenta de que todavía no había un lista para el estado de Nuevo México en la América del Norte. El Santo Clós pensó: “Bah, ¡qué cosa tan curiosa! ¿Qué ya no celebran el tiempo de la Navidad en Nuevo México?

Por lo pronto le dio una llamada telefónica a su amigo Mano Juan Fango que vivía en el desierto: “Buenos días, Juanito,” le dijo el Santo Clós. “Te estoy llamando desde el Polo Norte.”

“¡Hola, Santo Clós!” le respondió Mano Juan Fango. “Ya casi hace un año que no nos hablamos. ¿Qué pasa?”

“Pues, te diré,” le dijo el Santo Clós. “Estamos preparando una lista de todos los muchachito­s del mundo y veo que no hay una lista del Estado de Nuevo México.”

“No te fijes,” le respondió Mano Juan Fango. “Nos encanta mucho el tiempo de la Navidad aquí. Pero nosotros lo celebramos algo diferente aquí que como la celebran en otros lugares. ¿Por qué no vienes a pasar unos cuantos días aquí con nosotros?”

“Nada me gustaría mejor que eso, pero la nariz brillante y roja de mi venadito Rudolfo no ha estado trabajando muy bien. Cada rato la luz parpadea. ¿No tienes idea de cómo puedo componerla?”

“Sí, Nicolás,” re replicó Mano Juan Fango. “Reemplaza la nariz con un chile rojo brillante. Nuestros chiles aquí en Nuevo México son muy buenos para muchas cosas.”

El Santo Clós tenía mucha curiosidad y envió a su duendito mayor a reemplazar la nariz de Rudolfo con un chile piquín quemosote. Le gustó tanto el resultado del resplandor que sin más ni más, brincó en su trineo y voló hasta el llegar a donde vivía Mano Juan Fango. Estaba sudando. “¡Ay, cómo hace calor aquí!” exclamó el Santo Clós.

“Esto no es nada, amigo,” le respondió Mano Juan Fango. “Naturalmen­te, comparado al Polo Norte, cualquier lugar va a ser muy caliente.”

“Tienes razón, amigo,” le replicó el Santo Clós. “Pues cuéntame, Juanito, ¿qué ha pasado con la Navidad en Nuevo México? ¿Qué ya los niños no creen más en San Nicolás?

“¡Oh, sí!” le dijo Mano Juan Fango. “Nosotros tenemos miles de maneras de celebrar la Navidad aquí. Para nosotros la Navidad no es solamente el tiempo cuando nos damos regalos. Para nosotros, la Navidad es cómo reglamos nuestras vidas.”

Mientras que Mano Juan Fango estaba hablando, el Santo Clós se dio cuenta de que venía un viejo espantoso bajando de la sierra, Estaba vestido en un traje largo y oscuro. Tenía una barba larga y un sombrero viejo sobre la cabeza. En su mano traía un látigo como el que el Santo Clós usaba para manejar a sus venaditos.

“¿Q-q-q-quién es ése?” le preguntó el Santo Clós a Mano Juan Fango, con mucho susto.

“Ese viejo espantoso,” le replicó Mano Juan Fango, “es un Ogro Navideño. Aquí en Nuevo México les llamamos ‘los Agüelos’. Ellos son espíritus navideños que duermen todo el año en las cuevas de las sierras. Cada año despiertan y nos visitan para asegurarse de que no hayamos olvidado las costumbres de nuestra gente.”

“¡Estos Agüelos son muy espantosos!” exclamó el Santo Clós.

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LARRY TORRES El Santo Clós se dio cuenta de que venía un viejo espantoso bajando de la sierra, Estaba vestido en un traje largo y oscuro. Tenía una barba larga y un sombrero viejo sobre la cabeza. En su mano traía un látigo como el que el Santo Clós usaba para manejar a sus venaditos.

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