The Taos News

Cuentos de Mano Juan Fango

Capítulo 3b: Todo lo que Relumbra

- Por Larry TORRES

Aunque se veían muy bonitas las perlas relumbrand­o en el sol, se calentaban mucho en la luz del día.

“Con razón que las perlas crecen en las conchitas de las Ostras de las Montañas Rocosas debajo del agua, donde hace más fresco,” se dijo Mano Juan Fango. Pronto se las quitó todas y montó sus caballo. Siguió caminando a través del silencio las Montañas Rocosas. Iba tan cansado que en todas partes veía mirajes: se le hacía que veía charcos de agua fresca por todos lados pero cuando llegaba a ellos, se desaparecí­an. Una vez hasta creyó que vio una plaza muy grande más allá de las Montañas Rocosas. “¡Eso no puede ser!” exclamó a solas. “¿Cómo puede ser que haya una plaza entre las montañas y el desierto?” Pero entre más y más se iba acercando, vio que en verdad era una plaza llamada “Las Vegas.” Habían muchas luces iluminando la calle pero no había ninguna gente.

El momento de que se puso el sol y salió la luna, mucha gente salió a celebrar afuera en la calle. Las estrellas relumbraba­n en el cielo como tantos diamantes. El cielo nocturno sobre Las Vegas, se veía muy glamorosa. Cuando la gente vio que Mano Juan Fango traía muchos sacos de oro, todos querían ser sus amigos. La gente era ansiosa de invitarlo a que entrara a sus casinos a gastar su oro y hacerlos más ricos a ellos también. Mano Juan Fango miraba para adentro de los casinos y las cantinas a distancia. Había pasado mucho tiempo en el calor del día pero ahora tenía mucho oro y hasta más perlas. Mano Juan

Fango tenía ganas de entrar a los casinos para apostar algo; posiblemen­te podiera aumentar sus riquezas. Entró por unas puertas oscilantes e inmediatam­ente un hombre gordo avanzó a recibirlo, dándole la bienvenido a su casino.

Había dos hombres pícaros jugando a la baraja en una de las mesas. Estaban jugando un juego de barajas llamado “La Solterona.” Cuando vieron que Mano Juan Fango tenía mucho dinero, lo invitaron para la mesa para apostar con ellos. El más alto se llamaba “Fulano.” El más chopito se llamaba “Mangano.” En dos por tres, los dos pícaros le habían la pelagartea­do todo el oro a Mano Juan Fango y todavía querían apostar más para ver cuál otra cosa podían quitarle. Mano Juan Fango se puso a pensar por un momento.

“Yo les apuesto todo lo que tienen allí en la mesa,” les propuso él, “que yo me puedo morder uno de mis propios ojos. Si ustedes ganan, yo les daré el doble de todas sus ganancias.” Los dos pícaros se miraron uno and otro solapadame­nte porque ellos sabían que no era posible que un hombre podiera morderse su propio ojo.

Los dos hombres pícaros, Fulano y Mangano, apostaron todo lo que tenían en la mesa tratando de aumentar todas sus riquezas. Estaban seguros de que iban a ganar mucho y vivir contentos toda la vida. Pero Mano Juan Fango no tenía miedo del todo. Lo que los pícaros no sabían era que Mano Juan Fango tenía un secreto. Él se paró ante los dos pícaros y se sacó un ojo postizo de vidrio que tenía y, sin más ni más, se lo metió en la boca y lo mordió con los dientes. Los pícaros Fulano y Mangano nunca habían pensados que él tuviera un ojo postizo de vidrio. Estaban furiosos con él. ¡Mano Juan Fango los había engañado! Tenían que recuperar todo

su dinero otra vez. Rápidament­e pusieron unas barras de oro en la mesa y le gritaron: “Ahora vamos a apostar y el que gane, recibirá el triple de las riquezas. “¿Qué tienes tú para apostar?” Él les respondió:

“Tengo muchas perlas que saqué de unas ostras en las Montañas Rocosas.

Fulano y Mangano nunca habían visto tantas perlas de las Ostras de las Montañas Rocosas.

Con todas esas perlas iba a quedar más ricos que reyes. Sin más ni más, decidieron que iban a dejar a Mano Juan Fango que apostara lo que quisiera.

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POR LARRY TORRES Los dos hombres pícaros, Fulano y Mangano, apostaron todo lo que tenían en la mesa tratando de aumentar todas sus riquezas. Estaban seguros de que iban a ganar mucho y vivir contentos toda la vida.

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