Cuentos de Mano Juan Fango
Capítulo 4B: Donde las Búfalas Vagan, Parte II
El carro de caballos se iba hundiendo más y más en el lodo. “Yo no tengo bastante cabestro para poder sacarlo,” se dijo él. Comenzó a pensar. Primero miraba al lodo y luego al carro de caballos, luego a los cueros. “¡Tengo una buena idea!” exclamó. “Tengo unos cueros de más. Yo estoy pensando cortar unos pocos de cueros y los tejeré en una faja. Entonces podré atarla a los caballos y al carro. Así podré sacarlo del lodo.”
Mano Juan Fango trabajó mucho tiempo cortando los cueros. Era muy difícil, siendo que todavía estaban frescos. Ya se estaba haciendo tarde. Las búfalas habían ido al mercado y se habían hecho trajes frescos de verano. Se pusieron a mirar a Mano Juan Fango a distancia. Vieron que todavía estaba tejiendo una faja de los cueros. Se miraban unas a las otras y meneaba la cabeza. Se decían: “¡Ay, las cosas que hace un hombre por amor de una mujer!”
Por fin Mano Juan Fango acabó de tejer su faja de los cueros de las búfalas. Ató una orilla de la faja a sus caballos y la otra orilla al carro de caballos. “¡Vamos, caballos!” les gritó. Pronto los caballos comenzaron a jalar y jalar. Comenzaron a retirarse de Mano Juan Fango.
“Ya debería de haber salido mi carro del lodo,” se dijo él. Cuando volteó a mirar, vio que el carro de caballos no se había mudado ni una sola pulgada. La faja estaba tan fresca que se había estirado más y más. ¡No servía para nada!
¡Pobrecito Mano Juan Fango! Había trabajado por tanto tiempo. Había hecho todo eso por nada. Los cueros se estiraron y se estiraron pero el carro todavía estaba sumido en el lodo. “¿Qué haré ahora?” se preguntó Mano Juan Fango. El día se puso muy caloroso. Cuando ya no pudo hace más, el pobre de Mano Juan Fango tomó su cabeza entre sus manos y se puso a llorar. “¿Ahora cómo le llevaré los cueros a Mana Panchita?” lloraba. “Ella se miraría tan bonita en un traje de búfalas y yo la amo tanto.”
Mano Juan Fango lloró hasta que se durmió. Los caballos se cansaron de esperar y se durmieron también. El día se puso más y más caliente. Mano Juan Fango no sentía nada. Un pájaro grande voló y se paró cerca de Mano Juan Fango y le picó sobre la cabeza. Él no lo vio; solo dormía en el solecito.
Mientras que el sol calentaba más y
más, algo curioso estaba pasando. La faja que Mano Juan Fango había tejido de los cueros de las búfala, comenzó a secarse. Entre más se secaba, más encogía. Encogió tanto cuando se iba secando que poco a poco comenzó a sacar al carro de caballos del lodo. “¡Despierta!” le gritaba el pájaro a Mano Juan Fango. Pero él seguía dormiendo. El carro de caballos solito fue saliendo del lodo poco a poquito.
Cuando por fin la faja de cuero de las búfalas acabó de secarse, encogió hasta que ya no podía encoger más. El carro de caballo había salido solito del lodo. Los caballos estaban esperando a que Mano Juan Fango despertara para continuar su camino. El pájaro comenzó a gritar: “¡Despierta! ¡Ya tu carro está listo!” Mano Juan Fango se estiró en el solecito.
¡Bah, pues ya el carro de caballos no está sumido en el lodo!” exclamó él. “¿Qué pasaría? Puede ser que yo mismo sacara al carro de caballos solito mientras que dormía. Sus caballos nomás se miraban uno al otro y se cerraban un ojo; ellos sabían la verdad. “Pues vámonos!” les dijo a sus caballos, subiéndose en el carro.
Mano Juan Fango viajó todo el día. Tenía muchas ansias de llegar al pueblo. Nomás en cuanto que se iba poniendo el sol, llegó a la orilla de la plaza. Podía ver a Mana Panchita LaPingüis esperándolo en el techo de la cantina. Lo saludaba muy contenta. “¡Chú! ¡Juanito! ¡Aquí estoy!” le gritaba. Mano Juan Fango le saludó también, sonriéndose. Ella iba a estar muy alegre con su traje de búfalas nuevo.