The Taos News

Los Marcianos llegaron ya

- Por LARRY TORRES

Había sido una tarde tranquila allá en el desierto. Mano Juan Fango había pasado todo el santo día arreando su atajo de vacas, tratando de hacerlas llegar a la Senda de Santa Fe antes del amanecer. Ya había anochecido y las estrellas centellaba­n en el cielo y la luna llena esparcía su luz por todo el lugar. Era una noche perfecta para pastear el ganado con las vacas paseándose de mesquite en mesquite. Mano Juan Fango las dejaba tomar su tiempo, gozando del silencio del altiplano. Casi se había adormentad­o sentado de la mera silla.

Estaba chiflando la tonadita “Felices sendas te doy,” así como la chiflaba su vaquero favorito, Gene Autry: “Felices sendas te doy, hasta el vernos otra vez. Felices sendas te doy, hasta el vernos más aquí. Algunas sendas son alegres, y otras son tristes. Lo que cuenta es cómo las sigues. Sed alegre hasta entonces. Aquí te doy una feliz. Felices sendas te doy hasta el vernos aquí. Sed contento hasta cuan. Nada importan las nubes, estando juntos. Canta para atraer el buen tiempo. Felices sendas de doy, hasta el vernos aquí.”

En ese momento sucedió que levantó la mirada hacia el cielo estrellado e interrumpi­ó una luz extraña que volaba a través del cielo su rato gustoso con un gran sonido y parecía caer más allá de la colina y aterrizar en el próximo valle. Su caballo Pinto levantó las orejas y volteó la cabeza hacia el sonido. Ya hacía algo que Mano Juan Fango había pasado un pueblecito llamado ‘Roswell’, Nuevo México de manera que sabía que fuera lo que fue, no podía haber venido de allí. Hasta las vacas solían asustarse con el gran ruido y el silencio extraño. Mano Juan Fango no tenía la menor idea adónde mirar pero de repente alcanzó a ver a un resplandor inmundo que pulsaba en el otro valle.

Le clavó las espuelas a su caballo, urgiéndole a que caminase hacia la vislumbre. Su caballo como que quería caminar adelante pero a la misma vez como que estaba nervioso. Era la temporada del medio verano en 1947 y había muy pocas luces en esos alrededore­s remotos como a setenta y cinco millas al norte de Roswell, en el Condado de Lincoln. Mano Juan Fango se le acercó al resplandor inmundo. Parecía emanar de algo que se había choqueado al lado de una colina. Cuando se le acercó más aún, Mano Juan Fango alcanzó a ver a alguien tratando de sacar a un objeto del lado de la colina. Sin más ni más reconoció que era su amito W.W. “Maque”

Brazel, que había llegado allí antes de él. Adivinó que el Señor Maque había hallado el choque en su vasta propiedad.

Cuando vio a Mano Juan Fango, le gritó: “¡Ei, Juanito, ven ayúdame aquí! Seguí el choque y hallé una variedad de escombros del choque destendido­s por todo el suelo del desierto y también hallé algo que parece humano tirado entre los pedazos metálicos. Figuré que había habido dos de ellos. El segundo todavía puede estar adentro de esta tortilla metálica choqueada.”

“He oído hablar de objetos volantes no-identifica­dos,” Man Juan Fango le replicó. “Se me hacer que les llaman ‘platillos volantes.’ ” Se le acercó a Mano Maque y miró a la cara del ser en el platillo volante. Tenía dos ojos muy grandes con hechura de dos almendras, y boca pequeña y también tenía su piel un color verdión-gris. Era más pequeño que ambos Señores Mano Juan Fango o Mano Maque y parecía que estaba tratando de decir algo. Pero lo que era más extraño en esa noche era que, aunque ambos Juanito y Maque podían oir lo que el ser estaba pensando, no podían ver que se le movieran los labios.

Parecía que el extraterre­stre estaba comunicánd­ose con ellos solo con sus pensamient­os. Ellos comprendía­n que él quería que regresaran al desierto a buscan a su compañero alienígena. También quería que ellos fueran a recoger cuantos pedazos de su nave espacial como posible antes del amanecer. Les aseguró que él mismo estaría bien, si lo dejaban solo.

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LARRY TORRES ‘He oído hablar de objetos volantes no-identifica­dos,’ Mano Juan Fango le replicó. ‘Se me hacer que les llaman ‘platillos volantes.’

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