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El Joven Que Nunca Fue aprende algo sobre Transilvan­ia

- Por LARRY TORRES

El Joven Que Nunca Fue se paró asombrado delante de la belleza alpestre de la tierra. Aquí que allí, entre los pinos, podía discernir vistas de escombros reconstrui­dos de antiguos castillos de piedra y dachas humildes. Algunos de ellos estaban perchados precariame­nte, prendidos a riscos montañeros. Una escarpada senda solitaria se torcía a través de las alturas serranas.

“Por muchos siglos la gente en esta parte del mundo han luchado por estos rincones codiciados,” le dijo el Yeti Pie Grande. Había una encrucijad­a ubicada entre Moldova, Hungría y Romania. Había formado parte de un país más antiguo llamado Valaquia y muchos regentes lo codiciaban, especialme­nte of sultanes del Imperio Otomano.”

“¿Qué significa el nombre ‘Transilvan­ia’ Maestro?” de preguntó el Joven Que Nunca Fue.

“En Latín significa ‘lugar más allá de la floresta.’ Se refiere al ‘Schwartzwa­ld’ o ‘Floresta Negra’ de Alemania,” le replicó el Yeti Pie Grande. “Era en esa floresta que muchos de los cuentos folclórico­s y leyendas de la tradición Europea, comenzaron.”

“Es decir que cuentos como el de Hansel y Margarita, a quienes los capturó la bruja caníbal y los impresionó porque los pescó royendo de su casa de pan de jengibre?” preguntó el Joven Que Nunca Fue. “Yo siempre le temía a ese cuento.”

“Sí,” el Yeti replicó. “Pero ese cuento no vino de la Floresta Negra. Los cuentos de este recinto son mucho más viejos. The bruja de este área se llamaba ‘Baba Yagá y vivía en una casa, no hecha de pan de jengibre pero más bien de huesos y cráneos humanos. Además, la casa la seguía en patas de gallina. Solía volar por en una tinaja y barría sus huellas con su escoba.”

“¿Le temía la gente, Maestro?” el Joven Que Nunca Fue, le preguntó.

“Algunos sí le temían, m’hijo,” replicó el Yeti. “Unos emisarios pensaban que porque el regente era el joven Vladimir, a quien le ayudaba su hermanita Radú, podían tratarlo con desrespect­o. Pues, una día los emisarios Otomanos se presentaro­n adelante del Rey Vladimir, sin quitarse los turbantes de la cabeza. Para mostrarles que era un gran rey, Vladimir les clavó los turbantes a sus cabezas para que nunca lo olvidasen. Pronto Vladimir se ganó la reputación de ser un regente despiadado.”

“¿Qué no significa el nombre de ‘Vladimir’ algo como ‘Príncipe de la Paz’, Maestro?” le preguntó el Joven Que Nunca Fue.

“Claro que sí, m’hijo,” le replicó el Yeti. “El Príncipe Vladimir llegó a conocerse como caudillo sangriento con muy poco cuidado no por amigos o enemigos. Algunos de sus enemigos juraban que el Príncipe Vladimir era la reencarnac­ión del Zar Iván el Terrible de Rusia.”

“¿Verdaderam­ente era tan cruel, Maestro?” el Joven Que Nunca Fue le preguntó.

“Quería mucho a una dama amada llamada María Elizabeta. Ella era su prima hermana porque en esos días, las familias contraían matrimonio unos con los otros con manera de resguardar todo el poder entre familia. Pues, los enemigos de Vladimir asesinaron a Elizabeta, arrojándol­a de un reliz.

El Príncipe Vladimir era muy religioso, habiendo leído la sagrada escritura desde muy tierno. Él conocía e imitaba la vida de Cristo como cualquier buen discípulo. Sabía que Jesús había sido crucificad­o. Así era como los Romanos humillaban a sus enemigos y los hacían sufrir por varios días. Él recibía la Eucaristía todos los días y rezaba ante los antiguos iconos que eran reliquias familiares. La muerta de su amada lo volvió loco. Hizo voto de venganza en contra de sus enemigos y quería castigarlo­s por crímenes reales e imaginario­s. Lanzó una campaña de terror que le ganó el apodo de “Vladimir el Empalador.”

“¿Qué significa el nombre ‘Empalador,’ Maestro? el Joven Que Nunca Fue, le preguntó.

“Empalar a alguien, significa clavarles una estaca por el corazón mientras estén vivos.”

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