Beef!

ASÍ COCINAN ELLAS. ASÍ LO HACEN ELLOS.

¿Hombre o mujer, cavernícol­a o dama del castillo? En ningún sitio se marca tanto la diferencia como junto al fogón. Hoy: Organizar una cocina

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ELLA

Primero coge papel y lápiz, y diseña la cocina de sus sueños. Busca un par de lápices de colores y dibuja ramos de flores, coloreando cada superficie con delicadeza. Sostiene el papel ante la cocina vacía, suspira y dice: “¡Cómo me gustaría verla acabada!” Va a la tienda de muebles, se pone a mirar superficie­s de trabajo y no puede decidirse entre la madera de bambú y el mosaico de azulejos. Al final compra el modelo “Terracota Toscana” y hace que se lo envíen a casa y se lo monten. Se queda mirando el rebaje cuadrado en el que se ha de instalar el horno y considera que una superficie de vitrocerám­ica es la que mejor se puede mantener limpia. Se mantiene en vela varias noches para elegir el color más adecuado para las cortinas. Atornilla en la pared un estante sobre la superficie de trabajo para que ver sus preciosos botecitos de especias. Coloca bajo los armarios colgantes una fila de ganchos, porque sería una pena tener que ocultar los bonitos utensilios de cocina en un cajón. Encuentra en el Rastro una vieja máquina de cocinar, se la lleva con esfuerzo a casa y la coloca sobre la superficie de trabajo. Llena las últimas esquinas con frescos de hierbas. Cuelga su lámpara roja preferida del techo, la enciende por la noche y pasea su mirada por el caos poco iluminado. Ahora es cuando se siente verdaderam­ente en casa.

EL

Primero coge su taladrador­a y hace un par de agujeros en la pared. Busca una espátula y arranca los restos del papel de pared con florecitas del inquilino anterior. Mira la cocina vacía, entrecierr­a los ojos y gruñe: “¡Esta va a ser mi cueva!” Va al cantero, se hace el entendido hablando de tipos de roca magmática mientras pasa la mano por trozos de pizarra y cuarcita. Encarga que le corten una plancha de granito y la monta en la cocina con un amigo. Le gustaría montar una parrilla bajo el orificio de la piedra, pero se decide por una variante de horno con superficie­s de calentamie­nto por gas. Se mantiene en vela varias noches porque no puede decidirse entre ollas de acero inoxidable o de cobre. Coge sus botes de plástico para especias rotulados y los coloca en el armario colgante izquierdo. Coge el sifón, la piedra de afilar, el rallador y la cortadora universal y coloca todo el el armario colgante derecho. Encuentra en el Rastro una vieja máquina de cocinar, duda, pero no se la lleva. Vuelve a casa y vacía a manotazos el bote de masa de levadura sobre la superficie de trabajo. Atornilla y maldice durante tres días hasta que las lámparas bajo los armarios colgantes quedan cableadas y cada centímetro queda iluminado como si fuera un quirófano. Ahora es cuando se siente verdaderam­ente un hombre.

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