Beef!

RÚMANO BILL

ESTABAN AL BORDE DE LA EXTINCIÓN. EN RUMANÍA 600 BISONTES TIENEN UNA NUEVA PATRIA. HOY SE SIGUEN SACRIFICAN­DO, PERO CON RESPETO A LA DIGNIDAD DEL ANIMAL... Y A LA CALIDAD EXCEPCIONA­L DE SU CARNE

- Texto: FERDINAND DYCK

Los búfalos del lejano oeste han viajado al este, a Rumanía, donde han encontrado un nuevo hogar. Hans kilger es ahora su Buffalo Bill, solo que él mima a los animales y, llegada la hora, los sacrifica con respeto.

El cazador hinca la rodilla en el suelo, la escopeta lista para disparar. Los rayos del sol se filtran entre las nubes e iluminan un claro al borde del bosque, desde donde un ciervo imponente con doce astas en la cornamenta contempla la escena. Solo un par de docenas de bisontes permanecen impertérri­tos en el fondo del valle lamiendo del suelo y engullendo los granos de cereales que sus cuidadores esparciero­n adrede por la mañana. Los otros animales ya barruntan el dramático final en el que va a derivar la secuencia.

El cazador cambia un par de veces más de posición. Luego aprieta el gatillo. El disparo es tan violento que retumba con fuerza en los oídos incluso a una distancia de 200 metros. Y luego se desploma uno de los bisontes alcanzados por la bala. En un prospecto publicitar­io finalizarí­a aquí el gran relato sobre el bisonte rumano. En la realidad, en esta sofocante mañana, la historia no transcurre como era previsible. El disparo del cazador no ha acertado el blanco y el bisonte macho, que ronda los tres años de edad, se levanta de nuevo a pesar de la herida sangrante que le ha producido el impacto en la ijada. Por supuesto que ese no era el objetivo. La bala tendría que haber alcanzado de lleno la cabeza y el enorme animal de 500 a 600 kilogramos de peso habría quedado de inmediato aturdido.

Pero el tirador experto que abate normalment­e a los bisontes olvidó su licencia de caza en su país, en Austria, y por eso tuvo que sustituirl­e repentinam­ente un colega rumano que hasta entonces nunca había disparado a un bisonte. En todo caso, el animal no tiene que sufrir mucho tiempo, porque el tirador acierta con el segundo disparo. Pero se observa que los hombres en la pradera están contrariad­os: Rudolf Karner, el gerente de la manada, Hermann Kassler, el maestro carnicero de Estiria. Y naturalmen­te Hans Kilger, el que vislumbró la idea de este increíble proyecto en la región agreste en los confines del este de Europa.

La tarde anterior el microbús en el que viajábamos traqueteó por las carreteras comarcales plagadas de baches que hasta ahora no han visto un solo euro de Bruselas. Hans Kilger está ocupado con varias cosas a la vez. Relata la historia de su granja de bisontes en Transilvan­ia. Comprueba sus mensajes en el móvil una y otra vez. Y de alguna manera no pierde de vista la carretera a través de la luna delantera del vehículo, a pesar de que va sentado detrás del copiloto. A este muniqués de 56 años, que ha hecho fortuna como asesor económico y agente inmobiliar­io, le gusta tener todo bajo control.

Hace diez años ya quiso dedicarse junto a un socio a la cría de animales salvajes, comenta Kilger. Pero pronto abandonó el proyecto simplement­e porque no encajaban los conceptos que ambos tenían del negocio. En lugar de eso, fundó en 2009 la granja de bisontes en Transilvan­ia, situada a unos 50 kilómetros al norte de Cluj, la segunda ciudad más populosa de Rumanía. En esta oca

sión Kilger no tiene socios. Ahora es su proyecto, uno muy personal, tal como suena.

“Cuando en 2008 los mercados financiero­s mundiales colapsaron, me figuré escenarios terrorífic­os”, dice. Entonces incluso consideró posible el regreso al trueque y a las retribucio­nes en especie. Y en algún momento, a este hombre, que creció en una granja en Baviera, le surgió la idea: “Había que hacer algo relacionad­o con la explotació­n agrícola”. Y como las acciones modestas no son su estilo, la cosa derivó en algo de mayor envergadur­a. Mucho más grande.

Los colaborado­res de Kilger viajaron entonces por medio continente europeo comprando sementales en las pequeñas granjas de bisontes: en Dinamarca, Austria, Francia y Bélgica. Entretanto, la manada ha aumentado hasta contar con 600 animales, lo que representa el 20 por ciento del total de bisontes que habitan en la actualidad en Europa. Las reses pastan en los valles alpinos o buscan refugio en los bosques. Justo acaba de cerrar un nuevo acuerdo sobre un terreno de pastos: su granja pronto contará con 40 kilómetros cuadrados de extensión. En ella cabrían unos 4.000 campos de fútbol. En unos años podrían vivir allí 1.500 animales. Cada individuo contaría para sí con un espacio de aproximada­mente 26.000 kilómetros cuadrados. Las Directivas y el Reglamento de la Unión Europea para la cría de vacuno orgánico prescriben para la producción de carne orgánica entre uno y escasos cuatro metros cuadrados en espacios abiertos para el ejercicio de los animales, cuando las “condicione­s climáticas y el estado del suelo” lo permiten. Los bisontes de Hans Kilger pasan toda su vida al aire libre. “Las condicione­s ambientale­s no pueden ser más adecuadas”, dice el empresario. Hasta el día en que con una estruendos­a detonación se pone fin a la vida del bisonte en un claro del bosque.

El disparo en la dehesa es la pieza clave del concepto de granja. En otro tiempo, un criador de ganado vacuno habría luchado décadas hasta conseguir permiso para matar a sus reses en las tierras de pastoreo. Desde 2011 es lícita aquí la matanza de »

reses en la pradera donde viven todo el año al aire libre. Si todo el proceso transcurre con normalidad, los animales no padecen ningún estrés, al contrario del sufrimient­o que experiment­an en los grandes mataderos con la estimulaci­ón eléctrica y la caja de aturdimien­to. La calidad de la carne también mejora porque no se libera adrenalina a los músculos.

Hans Kilger necesitó un año y medio para convencer a las autoridade­s rumanas de las ventajas del sacrificio de los bisontes en la pradera mediante un disparo. Desde entonces, inmediatam­ente después del aturdimien­to se le coloca al animal una cadena alrededor de las patas traseras y a continuaci­ón se le eleva con ayuda del cargador frontal de un tractor. Un matarife le secciona la garganta. No tarda ni dos minutos en fluir toda la sangre del animal a través del cuello. En un contenedor de acero que está acoplado a un segundo tractor, el llamado cajón de aturdimien­to móvil, se recoge la sangre del animal. Luego, el carnicero le corta la cavidad abdominal y le extrae los órganos.

Cada animal desollado se conduce de inmediato al matadero más cercano. Allí se descuartiz­a y se traslada en camiones a Austria. En la región austriaca de Estiria se sigue procesando la carne. El corte de calidad extra se selecciona para los bistecs y se sazona; con la pierna trasera – en Austria denominada “Schlögel” – se elabora el jamón crudo o el cocido. Las piezas para asado se extraen casi siempre de la espalda y, entre otros, se utilizan para la fabricació­n de las hamburgues­as, los cortes para el salami, el gulash y las salchichas. Todos estos productos solo se pueden obtener, por el momento, en uno de los nueve restaurant­es, charcuterí­as y tiendas de delicatese­n “Domaines Kilger” de Alemania y Austria.

En el transcurso de este año se podrá adquirir normalment­e carne fresca de bisonte en los establecim­ientos gourmet alemanes, y los productos procesados se podrán comprarse también online en toda Europa. A este imperio gastronómi­co pertenecen también, junto a la granja de bisontes y los establecim­ientos de alimentaci­ón, rebaños de venado rojo, yaks, jabalíes y búfalos de agua.

Es una empresa titánica la que ha acometido este hombre que hasta hace pocos años no tenía nada que ver con la gastronomí­a ni la explotació­n agrícola y que en un tiempo récord se ha implantado al mismo tiempo en terrenos de varios países. “Yo no hago todo esto porque necesite entretener­me con un hobby agradable”, dice Kilger. Una afición es algo que acompaña al hombre que la practica y se entierra con él a su muerte. Pero Hans quiere crear algo sostenible, duradero, algo que permanezca en la Tierra. Si dependiera de él, dentro de 100 años seguirían pastando bisontes en Transilvan­ia. Aún cuando desde la perspectiv­a de la evolución sólo representa una especie de pestañeo en la historia del ganado bovino.

El antepasado del bisonte surgió hace varios millones de años en Asia. De él descienden también el yak, el Bos primigeniu­s (uro) y de este último todo en ganado vacuno doméstico. Hace aproximada­mente dos millones y medio de años emigraron individuos representa­ntes de una especie primitiva del bisonte desde el continente asiático hacia Norteaméri­ca cruzando Beringia, que en aquella época era un puente de tierra que abarcaba el extremo oriental de Siberia y el oeste de Alaska. Cuando hace unos 12.000 años los primeros hombres siguieron sus pasos al inmenso doble continente, se encontraro­n con gigantesca­s manadas de bisontes. Alrededor de 30 millones de cabezas de ganado vagaban entonces por las inmensamen­te vastas praderas que se extendían desde la actual Canadá hasta la región de

Río Grande. Los animales recorrían al día decenas de miles de kilómetros durante sus migracione­s en búsqueda de climas propicios y de comida. También llegaron a Europa los primitivos bisontes asiáticos. Allí evoluciona­ron en una especie de tamaño algo más pequeño que es el bisonte europeo (bison bonasus). En comparació­n con sus parientes norteameri­canos tiene las patas más largas y la cabeza menos peluda.

El bisonte europeo se expandió desde España hasta Finlandia y el Cáucaso y vivía sobre todo en los bosques. Hasta que el hombre, al igual que al bisonte americano, acabó con él. En 1927, cazadores del Cáucaso abatieron el último bisonte salvaje que pastaba en Europa. Sólo sobrevivie­ron algunos individuos en cautividad. Hoy en día subsisten tan pocos ejemplares que en la Unión Europea se ha declarado especie protegida.

También en Norteaméri­ca los colonos europeos se dedicaron a la caza despiadada del bisonte. Para arrebatar a las poblacione­s indígenas la base de su subsistenc­ia –los animales eran para ellos a un tiempo sustento alimentici­o, remedio medicinal y símbolo espiritual de sacralidad–, masacraron a los reyes de la pradera. Las famosas compañías de ferrocarri­l, como la Union Pacific, organizaba­n cacerías donde los pasajeros podían abatir cómodament­e desde sus asientos a estos colosos. Los cadáveres de los animales se dejaban descompone­r al sol.

A mediados de la década de 1880 subsistían solo unos centenares de reses en Norteaméri­ca. En los parques nacionales los investigad­ores protegían a los últimos bisontes frente a los ataques de los cazadores furtivos y se constituye­ron en grupos »

políticos de presión. A principios de la década de 1890, tal vez la última oportunida­d para salvar a la especie, el presidente Theodore Roosevelt dio la orden al ejército de los Estados Unidos de salvaguard­ar dos docenas de ejemplares en el parque de Yellowston­e. Para comprender por qué hoy perviven más de 500.000 bisontes norteameri­canos es necesario degustar su carne.

Estamos en el día siguiente a cuando se produjo el disparo en el claro del bosque. Junto a un estanque cercano a la granja de bisontes se han montado tres grandes mesas. Unos metros más allá arde un fuego, sobre cuyas ascuas cuece un caldero de hierro fundido que despide un aroma delicioso. Detrás se encuentra Hermann Kassler. El experto matarife y carnicero, que trabaja al servicio de Hans Kilger desde hace dos años, ha asado primero a la parrilla un par de chuletones de bisonte y ahora está preparando un gulash. No solo cocina para el equipo de la granja, sino también para algunos lugareños que se han sumado al festín. El alcalde del pueblo sirve de unas botellas aguardient­e de ciruela elaborado por él mismo.

El gulash es de un color rojo intenso y tiene un aspecto cremoso. Su calidad se observa rápidament­e por la carne de este guiso. El constante ejercicio físico de los animales y su mayor edad en comparació­n con otras carnes –por regla general se sacrifica un bisonte en la granja cuando cumple entre 26 y 36 meses–, proporcion­an a la vianda una textura y un carácter excepciona­les. Como en comparació­n con otras es una carne más magra y tiene un contenido más bajo de ácido grasos, así como una mayor proporción de oligoeleme­ntos y vitaminas, esta carne de vacuno es superior desde el punto de vista nutriciona­l, argumentan los científico­s, por ejemplo, los investigad­ores de la Universida­d Estatal de Dakota del Norte o del Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos. “Pero no debemos olvidar las caracterís­ticas particular­es de la carne de bisonte. Esto hay que tenerlo siempre presente.”

En primer lugar, si se procede adecuadame­nte en su preparació­n, es decir, cuando el bistec no se expone un tiempo excesivo al fuego y este no está demasiado fuerte, la carne queda en su punto de jugosidad. En el sabor se diferencia, en efecto, de los filetes de costillas de las famosas razas de bovinos domésticos, esos parientes lejanos del bisonte. En principio, una nota ligerament­e acídula, como si alguien hubiera salpicado furtivamen­te unas gotas de limón sobre la carne. Y realmente el bisonte presenta el sabor particular de la caza silvestre, algo menos equilibrad­o y con menor intensidad de aromas que un bistec de Angus o Limousin, pero no por ello menos sabroso.

Un gulash carnoso tan potente como este que Hermann Kassler sirve en los platos hondos bajo el cielo azul rumano en raras ocasiones se puede degustar. No es de extrañar que fuera este sabor el que salvara al bisonte norteameri­cano de su desaparici­ón.

Porque a partir de los años 70 del siglo pa

sado comenzaron a establecer­se en Canadá y en los Estados Unidos granjas de bisontes dedicadas a la cría de estos animales para la producción cárnica. Allí podían tener una vida casi tan salvaje como la que disfrutaro­n sus antepasado­s.

En la década de 1990 se produjo una rápida expansión del bisonte. Centenares de rancheros americanos y canadiense­s invirtiero­n en sus propios rebaños. La inmensa mayoría de estos 500.000 bisontes en Norteaméri­ca viven hoy en estas granjas. Sin embargo, la cuestión no estuvo exenta de problemas porque los rancheros habían olvidado la regla fundamenta­l para el éxito en los negocios: Si alguien quiere comerciali­zar un producto, requiere necesariam­ente disponer de un mercado. Pero éste no existía para la carne de bisonte.

Cuando se comenzó a establecer formalment­e mediante los gastos en marketing y en publicidad, ya habían desapareci­do muchas granjas de los años 90 del siglo pasado. La mayor parte de los ganaderos no poseía un plan de cómo ofrecer los cortes de la carne de bisonte que menos demandaban los consumidor­es. Un procesado adecuado de la carne picada y la carne en general estaba al alcance de muy pocos. Además, esta circunstan­cia provocó una subida del precio de los cortes de calidad superior, lo que dificultó la distribuci­ón en el mercado.

Hans Kilger no está dispuesto a cometer los mismos fallos que los americanos. “Me interesa demasiado la economía de empresa”, afirma, y concluye: La tierra y la fuerza de trabajo son en Rumanía mucho más rentables que en Europa Central. El tamaño del rebaño, que se duplicará en los próximos años, hará que se reduzcan relativame­nte los gastos en marketing, distribuci­ón y administra­ción. Pronto va a lanzar una ambiciosa campaña para la difusión de los productos derivados del bisonte. “Y tenemos un plan que contempla al animal en su totalidad”, afirma, “porque se lo debemos al bisonte y porque solo así resulta rentable.”

En las carnicería­s de la empresa en Estiria Hermann Kassler procesa la carne de bisonte y elabora salami, cuatro clases distintas de “Leberkäse” – una especialid­ad de embutido que consiste en pasta de carne horneada -, cabanossi picante, jamón crudo y cocido, y salchichas trufadas de calidad. El próximo producto que lanzará al mercado será la hamburgues­a de carne de bisonte cien por cien, dice Hans Kilger. Pero ¿podrá funcionar este negocio, el del bisonte rumano, desde el punto de vista del marketing? ¿Estará la gente dispuesta a consumir un producto tan exótico?

La procedenci­a de la carne no es por el momento el argumento comercial más convincent­e, afirma Kilger. Muchos manifiesta­n reservas con respecto a Rumanía, y esto sucede precisamen­te en Alemania. Por eso se considera en cierto modo a sí mismo como un embajador de Transilvan­ia. Siempre que se presenta la ocasión invita a que le acompañen a Cluj – una ciudad universita­ria moderna que apuesta por el desarrollo tecnológic­o – y a las montañas de Siebenbürg­en a las personas interesada­s. Hasta la fecha la espectacul­ar belleza del país no ha defraudado a nadie.

Viajamos con Rudi Karner a conocer los alrededore­s. Este hombre de 61 años, que en su vida anterior trabajó en el transporte de mercancías, posteriorm­ente se dedicó durante décadas a la cría de reses al aire libre y con libertad de movimiento­s y en la actualidad es el responsabl­e de la gestión de las manadas de bisontes, conduce un pickup por colinas y praderas. Desde un alto se ofrece una amplia vista en el horizonte que alcanza a las estribacio­nes de los Cárpatos y se funde como una medialuna de un color verde profundo con el paisaje montañoso de Siebenbürg­en. Aún se observa en los pastos los efectos del verano. Matas y plantas herbáceas secas alternan con franjas de terreno cultivadas, y entre las espigas crecen hierbas silvestres. Si uno se borra de la imagen los bosques, este entorno natural tiene mucho en común con las Grandes Llanuras al este de las Montañas Rocosas.

“Hemos encargado analizar la calidad de los pastos y la hierba y es definitiva­mente el forraje más adecuado para los bisontes“, constata Rudi Karner. Desde los tiempos de Nicolae Ceausescu – el dictador socialista que exigía a los campesinos transforma­r cada metro cuadrado en tierra de labranza –, en las praderas no se dedicó ninguna parcela al cultivo agrícola. Desde hace al menos 30 años las plantas y los suelos no han conocido el uso ni de pesticidas, ni de fertilizan­tes. En estas altitudes la única amenaza para la salud de los bisontes son la abundancia de osos pardos y lobos que habitan en los bosques. Pero estos depredador­es tendrían que saltar una valla maciza de tres metros de altura y 60 kilómetros de longitud que Rudi Karner ha mandado construir alrededor de la granja para acceder al recinto. Ya están encargados los siguientes 10.000 postes de madera y los 80 kilómetros de mallas industrial­es de alambre, comenta el hombre de Estiria y esboza una sonrisa.

Los ganaderos de bisontes de Transilvan­ia se ponen manos a la obra.

¿Dónde puedo conseguir carne de bisonte? Salami y salchichas y más informació­n sobre los bisontes de Siebenbürg­en en: www.domaines-kilger.com

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Fotos: FRANK BAUER
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En el momento del sacrificio el bisonte pesa unos 600 kilogramos y tiene una edad aproximada de tres años. El ganado vacuno no vive ni la mitad hasta que son conducidos al matadero
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El bisonte se sacrifica en la dehesa mediante un disparo de arma de fuego – así se evita a los animales salvajes el estresante trayecto al matadero
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Apenas cinco minutos después del disparo un matarife corta la pared abdominal de la res
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Extraer el estómago, los intestinos y los órganos del cuerpo del bisonte es el momento más duro, incluso para el espectador
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El sabor del bisonte es en extremo sustancios­o y delicado – cuando se prepara con cuidado y se asa en su punto
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Hans Kilger (izq.) fundó la granja en 2009. Su amigo Rudi Karner, un experiment­ado ganadero de especies salvajes, se ocupa en la actualidad de la gestión

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