Clara

CÓMO NO TOMARTE LAS COSAS A PECHO

- Por Rafa Santandreu

QueríaQuer­ía hablaros de algo que es sumamente fre-cuente fre-cuente en nuestra vida social: la susceptibi­li-dad susceptibi­li-dad o de cómo no tomarse las cosas a pecho. Es un tema interesant­ísimo ya que en nuestras relaciones con los demás, ya sea en conversaci­ones de dos minutos o largas charlas de ho-ras, ho-ras, puede haber un momento en el que alguien se sienta ofendido. Se-guro Se-guro que en algún momento sucede. Ahora bien, hay personas, como mi amigo Felipe, a las que esto les pasa demasiado seguido…

¿Todo el mundo, en contra de mi amigo Felipe?

Mi amigo no atravesaba una buena época, estaba estaba muy neurótico y muy quejica, prácticame­nte prácticame­nte todo le molestaba, y claro, hablar con los demás se estaba convirtien­do convirtien­do en ofensa segura para él. Así que los que le rodeaban estaban empezando empezando a cansarse de estas reacciones y cada vez se iba quedando más solo. Lo que al principio principio era comprensió­n se fue convirtien­do convirtien­do en pesadez.

Un sentimient­o que reconocía, pero no podía controlar

Felipe estaba neurótico, pero no era tonto, se daba cuenta pero no podía remediarlo. Eso se decía a sí mismo. Como psicólogo, podía comprender comprender lo que le pasaba; pero como amigo, reconozco que cada vez era más costoso estar cerca de él, cualquier cosa era motivo de conflicto, aunque fueras con pies de plomo. Así que un día, por el afecto enorme que le tengo a mi amigo, decidí hablarle muy claro, aunque se enfadase.

Le hablé con cariño y con claridad, seguro de que de ahí podía salir escaldado. Quedamos en su casa, para que pudiera reaccionar como le diese la gana. Le dije que era importante importante que me escuchara y que asumía que pudiera enfadarse o no, pero mi misión no era hacer que no se enfadase, sino apoyarle y decirle lo que creía que le iba a ayudar.

¿Quiénes son los responsabl­es, tú o los demás?

Le dije que le veía triste, neura y muy susceptibl­e. Me contestó que ya lo sabía, y me soltó que si no tenía ninguna novedad que contarle. Así de majo estaba Felipe. Le pregunté que por qué pensaba que le pasaba todo esto. Y aquí comenzó a verse lo que ya se sospechaba: Felipe empezó empezó a hablar sin parar, que si estaba estaba fatal, que si nadie le entendía, que todos le juzgaban, que qué sabían ellos, que lo comprensiv­o que siempre era con los demás y fíjate ahora cómo me tratan… Toda Toda una retahíla de quejas en las que justificab­a su mala leche creyendo realmente que eran los demás los responsabl­es.

Lo que nos hace feliz no es que todos nos traten bien todo el rato, hay otras cosas. Un poco de humildad sí nos hace felices.

¿Y si eres tú quien malinterpr­eta sus intencione­s?

“Felipe, tu problema no son los demás. demás. Es tu coco. Todo lo interpreta­s como ofensivo, como un ataque. Crees que todos deberían tratarte tratarte siempre de forma adecuada, educada y correcta, y si no es así ¡es terrible! Ese es el verdadero problema, problema, deja de quejarte y de exigir a los demás. Crees que necesitas que todo el mundo te trate bien todo el tiempo, sobre todo si no te sientes muy fino; y si no, te dices que no lo puedes soportar. Ese es el auténtico problema. Mira, lo que esperas que pase, no pasará. Es una realidad de la vida que todos tenemos nuestros días, ni siquiera tú eres tan agradable agradable todo el rato con todo el mundo. La verdad es que con que te traten bien algunas personas de tu círculo círculo más íntimo es suficiente; y ni siquiera siquiera necesitas que te traten bien todo el tiempo. Todos fallamos y tú también”. Felipe no respondía e interpreté ese silencio como un permiso para seguir. “Lo más importante, importante, amigo, es que no lo necesitas”. necesitas”. Alzó la cabeza y me preguntó: “Muy bien, psicólogo, y eso, ¿cómo lo hago?”. “Tienes que cambiar tu filosofía de vida. Todos fallamos y hasta los muy fallones son personas personas maravillos­as, como tú”, le dije. Cuando me despedí, nos abrazamos y vi que ya empezaba a “descongela­r” “descongela­r” esa creencia y que ya asomaba de nuevo la persona fantástica que era. Me miró y me dijo “creo que vas a tener razón, tampoco lo necesito tanto si he podido escuchar todo lo que me has dicho”. Tiene un humor peculiar mi amigo, me encanta.

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