Dossier mente
Explorar la vida interior no es replegarse sobre uno mismo, es una manera de acoger el mundo y luego regresar a él, enriquecido. Es como la ruta de un viajero que no duda en abandonar las carreteras principales y tomar veredas y caminos para descubrirse e
Cómo conocerse mejor
La vida interior es todo ese f lujo continuo de pensamientos, imágenes, recuerdos, proyectos, vivencias emocionales y corporales, toda esa infinidad de fenómenos impalpables pero que tienen una influencia inmensa, que surgen y se desvanecen constantemente dentro de nosotros.
Una fuente de enseñanzas.
Puede no ser más que un lejano ruido de fondo en nuestra vida, como un «murmullo confuso de nuestras aguas», según la bella expresión del filósofo André Comte-Sponville; un murmullo discreto al que podemos decidir no prestar atención. Pero también puede convertirse en una fuente de enseñanzas y recursos para poder comprender y manejar mejor nuestra existencia. Basta para ello con abrirnos regularmente a esa vida interior que está siempre ahí, a nuestro alcance, desplegando sus meandros dentro de nosotros, de forma silenciosa y tranquila.
Percepción y acción.
Si le prestamos atención con calma y cierta regularidad, descubriremos que la vida interior no consiste en replegarse dentro de uno mismo, ni en encerrarse dentro de una intimidad hermética y protectora frente a un mundo enfurecido y absurdo. O al menos no consiste solo en eso. La vida interior es ante todo una forma de acoger en nosotros al mundo, es la manera como percibimos, comprendemos y digerimos sus lecciones; y esa manera es única, porque está ligada a todo lo que somos, a todo lo que nuestra vida ha hecho de nosotros. Supone, por lo tanto, un primer movimiento de apertura y recepción, supone detenernos para comprender y sentir; y luego implica dejar que se origine en nosotros un segundo movimiento de regreso al mundo. La vida interior no es una estancia, sino más bien un desvío entre la percepción y la acción, entre la comprensión y la toma de decisiones... Y ese desvío es fecundo y esencial. Ese desvío caracteriza a nuestra humanidad. Nos hace únicos.
Esa interioridad elaborada, esa capacidad de «sentir con el pensamiento y pensar con la sensibilidad», según la fórmula sutil del poeta Fernando Pessoa, no nos diferencia de los animales, que a su modo tienen su propia vida interior, sino de los robots. Es lo que nos hace libres y no programables, únicos, imprevisibles y creativos. Plenamente humanos.
A contracorriente.
Las amenazas que pesan sobre nuestra vida interior son muchas, pero la más importante reside en la contaminación mental que va ligada de forma insidiosa a nuestro modo de vida contemporáneo. Nuestras sociedades tienen prisa y nos empujan a la aceleración; pero la vida interior requiere tiempo: escuchar, observar, sentir, ref lexionar, dudar, decidir
actuar o no hacer nada…
Nuestra riqueza.
Nuestras sociedades son materialistas y nos incitan a buscar fuera de nosotros la satisfacción de nuestras necesidades fundamentales: comprar para ser felices, consumir para tranquilizarnos, conectarnos para dialogar; pero la vida interior supone explorar primero nuestras riquezas de «dentro» antes de perseguir las de fuera... Nuestras sociedades están estandarizadas, y por razones comerciales y políticas sueñan con vernos a todos admirando las mismas casas, pensando lo mismo, riéndonos de lo mismo; pero la vida interior es el espacio privilegiado de nuestra creatividad y de nuestra individualidad.
El desafío.
Así pues, la amenaza es clara; radica en la externalización de nuestro espíritu. Ya no hace falta pensar, sentir ni elegir por nosotros mismos, basta con seguir lo que nos muestran y adoptar lo que nos proponen. Esa externalización es el preludio de una alienación: un empobrecimiento y una servidumbre. Nuestra vida interior es nuestro principal espacio de libertad en una sociedad en la que nuestros gustos son almacenados y analizados, nuestros pensamientos y nuestras emociones manipulados, nuestros comporta
NUESTRA libertad INTERIOR ES NUESTRA FORTALEZA
mientos anticipados y programados. De ahí su importancia para el equilibrio y el desarrollo de las personas y de las sociedades.
Más allá de la ciencia.
La vida interior no es un concepto científico puesto que abarca un campo demasiado amplio como para ser percibido en su totalidad. Los investigadores prefieren estudiar por separado cada uno de sus componentes: pensamientos, emociones, vivencias corporales, interacciones entre esas diferentes dimensiones. Sin embargo, son muchos los trabajos científicos que nos ofrecen una exploración indirecta de la vida interior.
En primera persona.
El enfoque introspectivo de nuestra vida interior (observar nosotros mismos con detenimiento lo que ocurre en nosotros mismos) corresponde a lo que a veces se denomina «psicología en primera persona». Durante mucho tiempo esa fue la única vía posible para acceder a nuestro psiquismo, explorado principalmente por filósofos y escritores: las confesiones de San Agustín o de Rousseau, así como la obra de Proust, son buenos ejemplos de ella.
AL DIVAGAR SE ACTIVA UNA RED DE consciencia MENTAL
Regreso al subjetivismo.
El ideal científico contemporáneo, en cambio, se encarna más bien en una «psicología en segunda persona» (el funcionamiento psíquico del individuo se estudia en el marco de un diálogo con un experto, psicoterapeuta o investigador) o, mejor aún, en una «psicología en tercera persona» (basada en la observación exterior de comportamientos o modificaciones biológicas, poco susceptible de verse sesgada por la subjetividad del sujeto). Sin embargo, la psicología en primera persona está recuperando un estatus privilegiado.
Explorar sin caer en rumiaciones.
Es obvio que existen límites en la autoexploración de nuestra vida interior, ya que a veces no somos los más indicados para comprendernos a nosotros mismos. También están las trampas, como las rumiaciones, esos pensamientos y emociones centrados en lo que nos preocupa en cada momento, que capturan nuestra atención durante mucho rato y nos hacen dar vueltas sobre un mismo tema, y que, a la postre, resultan estériles.
Emociones dolorosas.
Las rumiaciones son uno de los fracasos de la introspección, sobre todo cuando hay sufrimiento; cuando las emociones dolorosas inundan nuestra mente, la vida interior es muy intensa, sin duda, pero en un registro autocrítico y autocentrado.
Neuroimágenes.
A pesar de los obstáculos mencionados, la psicología en primera persona y la introspección han sido reivindicadas en trabajos recientes, que han demostrado que nuestras percepciones subjetivas están efectivamente correlacionadas con los datos obtenidos con las técnicas de neuroimagen. Esta tecnología es capaz de detectar las oscilaciones de la atención con tanta precisión como los registros de un encefalograma. Un estudio reciente parece indicar también que los pacientes epilépticos formados en la meditación y en la observación atenta de sus vivencias psicológicas y fisiológicas pueden anticipar las crisis y, en cierta medida, limitar su frecuencia e intensidad.
La red cerebral de la divagación.
Otra corriente de trabajos actuales versa sobre lo que se denomina la «red por defecto». Dicho término designa un conjunto de regiones del cerebro que se activan al mismo tiempo (y son detectables sobre todo por la presencia de f luctuaciones sincrónicas de baja frecuencia) cuando estamos despiertos, pero sin una actividad concreta (ni acción, ni distracción); simplemente estando presentes, conscientes de lo que ocurre en nosotros y a nuestro alrededor. Esta red por defecto caracteriza un determinado estado de divagación de nuestra mente, que puede asociarse con la ensoñación, pero también con simulaciones
mentales de situaciones pasadas o futuras, reflexiones espontáneas sobre nuestra vida social, elaboración de hipótesis sobre lo que piensan los demás, visionado de lo que hemos vivido con ellos… En suma, serían esos momentos de «divagación» en los que nuestra mente procede por sí misma a un conjunto de ajustes entre nuestros mundos interior y exterior. Este funcionamiento «por defecto» termina en cuanto orientamos nuestra atención hacia algo concreto (que puede ser información, acción o distracción).
Riesgo de desequilibrio.
La movilización regular de nuestra red por defecto podría estar asociada a numerosas ventajas, como el desarrollo de la empatía, del sentido moral, de la intuición y de la creatividad, entre otras. Y por tanto, un modo de vida que esté exclusivamente orientado hacia el exterior (da lo mismo que sea al mundo real o al digital); un modo de vida en el cual se rehúyen todos los momentos de aburrimiento, de espera, de inactividad; un modo de vida en el que ya no se pasa tiempo sin hacer nada o abandonándose, simplemente, a la propia vida interior; un modo de vida en el que, en definitiva, esta red cerebral por defecto se emplea de una forma insuficiente, representa, no cabe duda de ello, un gran riesgo de desequilibrio interior a largo plazo.
Meditación de conciencia plena.
Por último, otra manera de comprender la verdadera importancia de cultivar nuestra vida interior es la que nos recuerdan los trabajos científicos realizados sobre la meditación, especialmente sobre la denominada meditación de la conciencia plena, que consiste en estar presentes y atentos a lo que estamos viviendo, haciendo y sintiendo en el momento. La conciencia plena es una forma elaborada de observación ecológica de nuestra propia vida interior: mediante ella no se busca modificar los pensamientos y las sensaciones, sino que se empieza, ante todo, observándolos, comprendiendo su verdadera naturaleza, así como sus causas y sus consecuencias.
Una respuesta inteligente.
¿Con qué finalidad? Para progresar y ser mejores personas, más sabias y más serenas. En todo caso, ¡para esforzamos en serlo lo más a menudo posible! La meditación, como toda práctica de vida interior, no consiste en replegarse en uno mismo, sino en abrirse al mundo, en acogerlo y comprenderlo, para luego volver a él más tranquilos y más lúcidos; es decir, la meditación de conciencia plena es una manera de responder inteligentemente a las situaciones que la vida nos presenta y de no reaccionar de manera impulsiva.
Comprender y aceptar.
La vida interior no debe concebirse como un refugio o una fortaleza, sino como una casa acogedora y abierta a la vida «de fuera». El objetivo de la vida interior no es la vida interior en sí misma, sino abrirse al mundo y recibirlo, comprenderlo mejor y luego regresar a la vida «exterior». Este desvío por nosotros mismos resulta transformador y fecundo. En una primera fase, representa una manera de ajustamos a la realidad y, posteriormente, en una segunda fase, es una manera de habitar mejor la realidad o de transformarla, pero no de una forma estereotipada, porque se alimenta de lo que somos realmente, de nuestra historia y de nuestra sensibilidad.
Lo que nos podemos perder.
La atención que prestamos a nuestra vida interior tal vez presente alguna otra ventaja: la de aumentar nuestra receptividad a toda la belleza del mundo, a sus gracias y a sus muchos dones. Podemos perfectamente perdernos todo esto si permanecemos «encerrados fuera», en esa vida exterior contemporánea tan rica y apasionante, sin duda, pero también absorbente, que solicita y consume la mayor parte de nuestra atención y de nuestra energía.
LA ATENCIÓN INTERIOR NOS REVELA LA belleza DEL MUNDO
Estar en casa.
Permanecer regularmente en presencia de uno mismo permite recibir alguna gracia imprevista, como la de la que habla el Maestro Eckhart: «Dios nos visita con frecuencia, pero la mayor parte de las veces no estamos en casa».
La vida, simplemente.
Y si no es Dios quien nos visita, son sus múltiples rostros: el cielo, las nubes, los humanos, las f lores, los animales y todo lo que hace que el mundo sea tan bello; todo lo que consigue que, pase lo que pase, merezca la pena vivir la vida. Y en esos instantes ya no hay dentro ni fuera, ni vida interior ni vida exterior. Queda la vida, simplemente.