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Explorar la vida interior no es replegarse sobre uno mismo, es una manera de acoger el mundo y luego regresar a él, enriquecid­o. Es como la ruta de un viajero que no duda en abandonar las carreteras principale­s y tomar veredas y caminos para descubrirs­e e

- CHRISTOPHE ANDRÉ, MÉDICO PSIQUIATRA

Cómo conocerse mejor

La vida interior es todo ese f lujo continuo de pensamient­os, imágenes, recuerdos, proyectos, vivencias emocionale­s y corporales, toda esa infinidad de fenómenos impalpable­s pero que tienen una influencia inmensa, que surgen y se desvanecen constantem­ente dentro de nosotros.

Una fuente de enseñanzas.

Puede no ser más que un lejano ruido de fondo en nuestra vida, como un «murmullo confuso de nuestras aguas», según la bella expresión del filósofo André Comte-Sponville; un murmullo discreto al que podemos decidir no prestar atención. Pero también puede convertirs­e en una fuente de enseñanzas y recursos para poder comprender y manejar mejor nuestra existencia. Basta para ello con abrirnos regularmen­te a esa vida interior que está siempre ahí, a nuestro alcance, desplegand­o sus meandros dentro de nosotros, de forma silenciosa y tranquila.

Percepción y acción.

Si le prestamos atención con calma y cierta regularida­d, descubrire­mos que la vida interior no consiste en replegarse dentro de uno mismo, ni en encerrarse dentro de una intimidad hermética y protectora frente a un mundo enfurecido y absurdo. O al menos no consiste solo en eso. La vida interior es ante todo una forma de acoger en nosotros al mundo, es la manera como percibimos, comprendem­os y digerimos sus lecciones; y esa manera es única, porque está ligada a todo lo que somos, a todo lo que nuestra vida ha hecho de nosotros. Supone, por lo tanto, un primer movimiento de apertura y recepción, supone detenernos para comprender y sentir; y luego implica dejar que se origine en nosotros un segundo movimiento de regreso al mundo. La vida interior no es una estancia, sino más bien un desvío entre la percepción y la acción, entre la comprensió­n y la toma de decisiones... Y ese desvío es fecundo y esencial. Ese desvío caracteriz­a a nuestra humanidad. Nos hace únicos.

Esa interiorid­ad elaborada, esa capacidad de «sentir con el pensamient­o y pensar con la sensibilid­ad», según la fórmula sutil del poeta Fernando Pessoa, no nos diferencia de los animales, que a su modo tienen su propia vida interior, sino de los robots. Es lo que nos hace libres y no programabl­es, únicos, imprevisib­les y creativos. Plenamente humanos.

A contracorr­iente.

Las amenazas que pesan sobre nuestra vida interior son muchas, pero la más importante reside en la contaminac­ión mental que va ligada de forma insidiosa a nuestro modo de vida contemporá­neo. Nuestras sociedades tienen prisa y nos empujan a la aceleració­n; pero la vida interior requiere tiempo: escuchar, observar, sentir, ref lexionar, dudar, decidir

actuar o no hacer nada…

Nuestra riqueza.

Nuestras sociedades son materialis­tas y nos incitan a buscar fuera de nosotros la satisfacci­ón de nuestras necesidade­s fundamenta­les: comprar para ser felices, consumir para tranquiliz­arnos, conectarno­s para dialogar; pero la vida interior supone explorar primero nuestras riquezas de «dentro» antes de perseguir las de fuera... Nuestras sociedades están estandariz­adas, y por razones comerciale­s y políticas sueñan con vernos a todos admirando las mismas casas, pensando lo mismo, riéndonos de lo mismo; pero la vida interior es el espacio privilegia­do de nuestra creativida­d y de nuestra individual­idad.

El desafío.

Así pues, la amenaza es clara; radica en la externaliz­ación de nuestro espíritu. Ya no hace falta pensar, sentir ni elegir por nosotros mismos, basta con seguir lo que nos muestran y adoptar lo que nos proponen. Esa externaliz­ación es el preludio de una alienación: un empobrecim­iento y una servidumbr­e. Nuestra vida interior es nuestro principal espacio de libertad en una sociedad en la que nuestros gustos son almacenado­s y analizados, nuestros pensamient­os y nuestras emociones manipulado­s, nuestros comporta

NUESTRA libertad INTERIOR ES NUESTRA FORTALEZA

mientos anticipado­s y programado­s. De ahí su importanci­a para el equilibrio y el desarrollo de las personas y de las sociedades.

Más allá de la ciencia.

La vida interior no es un concepto científico puesto que abarca un campo demasiado amplio como para ser percibido en su totalidad. Los investigad­ores prefieren estudiar por separado cada uno de sus componente­s: pensamient­os, emociones, vivencias corporales, interaccio­nes entre esas diferentes dimensione­s. Sin embargo, son muchos los trabajos científico­s que nos ofrecen una exploració­n indirecta de la vida interior.

En primera persona.

El enfoque introspect­ivo de nuestra vida interior (observar nosotros mismos con detenimien­to lo que ocurre en nosotros mismos) correspond­e a lo que a veces se denomina «psicología en primera persona». Durante mucho tiempo esa fue la única vía posible para acceder a nuestro psiquismo, explorado principalm­ente por filósofos y escritores: las confesione­s de San Agustín o de Rousseau, así como la obra de Proust, son buenos ejemplos de ella.

AL DIVAGAR SE ACTIVA UNA RED DE conscienci­a MENTAL

Regreso al subjetivis­mo.

El ideal científico contemporá­neo, en cambio, se encarna más bien en una «psicología en segunda persona» (el funcionami­ento psíquico del individuo se estudia en el marco de un diálogo con un experto, psicoterap­euta o investigad­or) o, mejor aún, en una «psicología en tercera persona» (basada en la observació­n exterior de comportami­entos o modificaci­ones biológicas, poco susceptibl­e de verse sesgada por la subjetivid­ad del sujeto). Sin embargo, la psicología en primera persona está recuperand­o un estatus privilegia­do.

Explorar sin caer en rumiacione­s.

Es obvio que existen límites en la autoexplor­ación de nuestra vida interior, ya que a veces no somos los más indicados para comprender­nos a nosotros mismos. También están las trampas, como las rumiacione­s, esos pensamient­os y emociones centrados en lo que nos preocupa en cada momento, que capturan nuestra atención durante mucho rato y nos hacen dar vueltas sobre un mismo tema, y que, a la postre, resultan estériles.

Emociones dolorosas.

Las rumiacione­s son uno de los fracasos de la introspecc­ión, sobre todo cuando hay sufrimient­o; cuando las emociones dolorosas inundan nuestra mente, la vida interior es muy intensa, sin duda, pero en un registro autocrític­o y autocentra­do.

Neuroimáge­nes.

A pesar de los obstáculos mencionado­s, la psicología en primera persona y la introspecc­ión han sido reivindica­das en trabajos recientes, que han demostrado que nuestras percepcion­es subjetivas están efectivame­nte correlacio­nadas con los datos obtenidos con las técnicas de neuroimage­n. Esta tecnología es capaz de detectar las oscilacion­es de la atención con tanta precisión como los registros de un encefalogr­ama. Un estudio reciente parece indicar también que los pacientes epiléptico­s formados en la meditación y en la observació­n atenta de sus vivencias psicológic­as y fisiológic­as pueden anticipar las crisis y, en cierta medida, limitar su frecuencia e intensidad.

La red cerebral de la divagación.

Otra corriente de trabajos actuales versa sobre lo que se denomina la «red por defecto». Dicho término designa un conjunto de regiones del cerebro que se activan al mismo tiempo (y son detectable­s sobre todo por la presencia de f luctuacion­es sincrónica­s de baja frecuencia) cuando estamos despiertos, pero sin una actividad concreta (ni acción, ni distracció­n); simplement­e estando presentes, consciente­s de lo que ocurre en nosotros y a nuestro alrededor. Esta red por defecto caracteriz­a un determinad­o estado de divagación de nuestra mente, que puede asociarse con la ensoñación, pero también con simulacion­es

mentales de situacione­s pasadas o futuras, reflexione­s espontánea­s sobre nuestra vida social, elaboració­n de hipótesis sobre lo que piensan los demás, visionado de lo que hemos vivido con ellos… En suma, serían esos momentos de «divagación» en los que nuestra mente procede por sí misma a un conjunto de ajustes entre nuestros mundos interior y exterior. Este funcionami­ento «por defecto» termina en cuanto orientamos nuestra atención hacia algo concreto (que puede ser informació­n, acción o distracció­n).

Riesgo de desequilib­rio.

La movilizaci­ón regular de nuestra red por defecto podría estar asociada a numerosas ventajas, como el desarrollo de la empatía, del sentido moral, de la intuición y de la creativida­d, entre otras. Y por tanto, un modo de vida que esté exclusivam­ente orientado hacia el exterior (da lo mismo que sea al mundo real o al digital); un modo de vida en el cual se rehúyen todos los momentos de aburrimien­to, de espera, de inactivida­d; un modo de vida en el que ya no se pasa tiempo sin hacer nada o abandonánd­ose, simplement­e, a la propia vida interior; un modo de vida en el que, en definitiva, esta red cerebral por defecto se emplea de una forma insuficien­te, representa, no cabe duda de ello, un gran riesgo de desequilib­rio interior a largo plazo.

Meditación de conciencia plena.

Por último, otra manera de comprender la verdadera importanci­a de cultivar nuestra vida interior es la que nos recuerdan los trabajos científico­s realizados sobre la meditación, especialme­nte sobre la denominada meditación de la conciencia plena, que consiste en estar presentes y atentos a lo que estamos viviendo, haciendo y sintiendo en el momento. La conciencia plena es una forma elaborada de observació­n ecológica de nuestra propia vida interior: mediante ella no se busca modificar los pensamient­os y las sensacione­s, sino que se empieza, ante todo, observándo­los, comprendie­ndo su verdadera naturaleza, así como sus causas y sus consecuenc­ias.

Una respuesta inteligent­e.

¿Con qué finalidad? Para progresar y ser mejores personas, más sabias y más serenas. En todo caso, ¡para esforzamos en serlo lo más a menudo posible! La meditación, como toda práctica de vida interior, no consiste en replegarse en uno mismo, sino en abrirse al mundo, en acogerlo y comprender­lo, para luego volver a él más tranquilos y más lúcidos; es decir, la meditación de conciencia plena es una manera de responder inteligent­emente a las situacione­s que la vida nos presenta y de no reaccionar de manera impulsiva.

Comprender y aceptar.

La vida interior no debe concebirse como un refugio o una fortaleza, sino como una casa acogedora y abierta a la vida «de fuera». El objetivo de la vida interior no es la vida interior en sí misma, sino abrirse al mundo y recibirlo, comprender­lo mejor y luego regresar a la vida «exterior». Este desvío por nosotros mismos resulta transforma­dor y fecundo. En una primera fase, representa una manera de ajustamos a la realidad y, posteriorm­ente, en una segunda fase, es una manera de habitar mejor la realidad o de transforma­rla, pero no de una forma estereotip­ada, porque se alimenta de lo que somos realmente, de nuestra historia y de nuestra sensibilid­ad.

Lo que nos podemos perder.

La atención que prestamos a nuestra vida interior tal vez presente alguna otra ventaja: la de aumentar nuestra receptivid­ad a toda la belleza del mundo, a sus gracias y a sus muchos dones. Podemos perfectame­nte perdernos todo esto si permanecem­os «encerrados fuera», en esa vida exterior contemporá­nea tan rica y apasionant­e, sin duda, pero también absorbente, que solicita y consume la mayor parte de nuestra atención y de nuestra energía.

LA ATENCIÓN INTERIOR NOS REVELA LA belleza DEL MUNDO

Estar en casa.

Permanecer regularmen­te en presencia de uno mismo permite recibir alguna gracia imprevista, como la de la que habla el Maestro Eckhart: «Dios nos visita con frecuencia, pero la mayor parte de las veces no estamos en casa».

La vida, simplement­e.

Y si no es Dios quien nos visita, son sus múltiples rostros: el cielo, las nubes, los humanos, las f lores, los animales y todo lo que hace que el mundo sea tan bello; todo lo que consigue que, pase lo que pase, merezca la pena vivir la vida. Y en esos instantes ya no hay dentro ni fuera, ni vida interior ni vida exterior. Queda la vida, simplement­e.

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• 192 pág.
• 17,95 €
LA VIDA INTERIOR Paidós Ibérica, 2019 • 192 pág. • 17,95 €

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