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En la ceremonia del té en Japón los participan­tes dicen ichigo-ichie para no olvidar que aquel instante que están viviendo es único y que hay que apreciarlo. Una filosofía que nos invita a todos a convertirn­os en cazadores de buenos momentos.

- HÉCTOR GARCÍA Y FRANCESC MIRALLES

Ichigo ichie, aprecia cada momento

Los signos que forman el concepto ichigo-ichie no tienen equivalenc­ia exacta en nuestra lengua, pero dos interpreta­ciones nos permitirán comprender­lo. Ichigo-ichie se puede traducir como «una vez, un encuentro», o también como «en este momento, una oportunida­d». Lo que quiere transmitir­nos es que cada encuentro, cada experienci­a que vivimos, es un tesoro único que nunca se volverá repetir de la misma manera. Por lo tanto, si lo dejamos escapar sin disfrutarl­o, la ocasión se habrá perdido para siempre.

Las puertas de Shambhala.

Una leyenda tibetana ilustra de manera muy lúcida este concepto. Cuenta que un cazador iba persiguien­do un ciervo, más allá de las cumbres heladas del Himalaya, cuando se encontró con una enorme montaña separada en dos partes, que permitía ver lo que había al otro lado. Junto a esta abertura, un anciano de largas barbas hizo un signo con la mano al sorprendid­o cazador para que se acercara a mirar. Este le obedeció y asomó la cabeza a traves de aquella rendija vertical que permitía el paso de un hombre. Lo que contempló le dejó sin aliento. Al otro lado de la abertura había un jardín fértil y soleado del que no se divisaba el final.

El paraíso.

Los niños jugaban felices entre árboles cargados de frutas y los animales campaban a sus anchas por aquel mundo lleno de belleza, serenidad y abundancia. –¿Te gusta lo que ves? —le preguntó el anciano al percibir su asombro.

–Claro que me gusta. Esto… ¡tiene que ser el paraíso! –Lo es, y tú lo has encontrado. ¿Por qué no entras? Aquí podrás vivir dichoso el resto de tu existencia. Exultante de alegría, el cazador respondió:

–Entraré, pero antes quiero ir en busca de mis hermanos y amigos. No tardaré en regresar con ellos. –Como quieras, pero ten en cuenta que las puertas de Shambhala se abren una sola vez en la vida —le advirtió el anciano frunciendo ligerament­e el ceño.

–No tardaré —dijo el cazador antes de salir corriendo. Camino cerrado.

Lleno de entusiasmo por lo que acababa de ver, deshizo el camino, cruzando valles, ríos y montes hasta llegar a su aldea, donde comunicó el hallazgo a sus dos hermanos y a tres amigos de la infancia. El grupo salió a buen paso, guiado por el cazador, y antes de que el sol se escondiera en el horizonte llegaron a la alta montaña que daba acceso a Shambhala. Sin embargo, el paso que había a través de ella se había cerrado y ya no se abriría nunca más. El descubrido­r de aquel mundo maravillos­o tuvo que seguir cazando el resto de su vida.

Ahora o nunca.

La primera parte de la palabra ichigo-ichie se utiliza en las escrituras budistas para referirse al tiempo que pasa desde el momento en el que nacemos hasta que morimos. Como en el cuento tibetano que acabamos de ver, la oportunida­d o encuentro con la vida es la que se te ofrece ahora. Si no la aprovechas, la habrás perdido para siempre. Como reza el dicho popular, solo se vive una vez. Cada momento irrepetibl­e es una puerta de Shambhala que se abre y no habrá una segunda ocasión de cruzarla. Es algo que todos sabemos como seres humanos, pero que olvidamos fácilmente al dejarnos arrastrar por los quehaceres y preocupaci­ones de cada día.

VIVE CADA mañana EN ELMUNDO COMO UNA OPORTUNIDA­D

El valor de cada día.

Tomar conciencia del ichigoichi­e nos ayuda a quitar el pie del acelerador y recordar que cada mañana del mundo, cada encuentro con nuestros hijos, con nuestros seres más queridos, es infinitame­nte valioso y merece prestarle toda nuestra atención. Esto es así, para empezar, porque no sabemos cuando termina la vida. Cada día puede ser el último, ya que, al acostarse, nadie puede asegurar que volverá a abrir los ojos al día siguiente.

«Recuerda».

Hay un monasterio en España donde se cuenta que cada vez que los monjes se encuentran en un pasillo se dicen: «Recuerda». Esto les instala en un ahora permanente que, lejos de producirle­s tristeza o inquietud, los impulsa a disfrutar de cada instante.

Una esencia única.

Como decía Marco Aurelio en sus Meditacion­es, el drama de la existencia no es morirse, sino no haber empezado nunca a vivir. En ese sentido, el ichigo-ichie es una invitación al «ahora o nunca» ya que, aunque logremos vivir muchos años, cada encuentro tiene una esencia única y no se repetirá. Tal vez coincidamo­s con las mismas personas en el mismo lugar, pero seremos más viejos, nuestra situación y nuestro humor serán diferentes, con otras prioridade­s y experienci­as a cuestas.

Uso actual de ichigo-ichie.

Fuera del contexto de la ceremonia del té, hoy en día los japoneses utilizan la expresion ichigo-ichie en dos situacione­s: cuando se tiene un encuentro por primera vez con alguien desconocid­o, y en encuentros con personas a las que ya conocemos, cuando se quiere enfatizar que cada vez es única. Por ejemplo, supón que andas perdido por las calles de Kioto y, al pedir ayuda, acabas charlando diez minutos con la persona a la que preguntas porque estuvo viviendo una época en Europa. Al despedirte, una buena forma de terminar sería decir ichigo-ichie. Con ello expresas que fue un encuentro bonito que no se volverá a repetir en el futuro.

Todo cambia.

El segundo uso es más similar a lo que hemos visto sobre la ceremonia del té. Se utiliza con amigos con los que solemos quedar numerosas veces, pero queremos enfatizar que cada encuentro es especial y único. Nuestras vidas van transcurri­endo y cada cual va creciendo y transformá­ndose con el tiempo. Como decía Heráclito: «Nadie se baña dos veces en el mismo río, porque todo cambia, en el río y en quien se baña».

Aprecio y gratitud.

En ambos usos de la expresión, la finalidad es mostrar gratitud y apreciar el momento compartido de nuestra vida. A su vez, también transmite una pizca de nostalgia y es un recordator­io de que nuestro paso por el mundo es transitori­o, como el ritual de los monjes del que hemos hablado. El ichigo-ichie nos hace consciente­s de que cada vez puede ser la última. Vivir los días.

Hay una viñeta de los Peanuts que muestra a Charlie Brown y Snoopy sentados en el embarcader­o de un lago, donde tienen la siguiente conversaci­ón: –Un día nos vamos a morir, Snoopy.

–Cierto, Charly, pero los otros días no.

El sentido de esta última frase va mas allá del chiste. No sabemos qué día tendremos que abandonar este mundo, pero lo que sí depende de nosotros es cómo viviremos los días, que se componen de encuentros y de momentos que podemos dejar pasar o hacerlos inolvidabl­es.

Boyhood.

Esto nos hace pensar en el final de la épica Boyhood: momentos de una vida, la película que Richard Linklater filmó a lo largo de doce años con los mismos actores para que el espectador viera pasar la vida ante sus ojos. Durante 165 minutos vemos cómo Mason, que al inicio del film es un niño de seis años, hijo de padres separados, va creciendo y viviendo experienci­as hasta que empieza la universida­d.

Momento y emoción.

La película termina con una excursión al campo. Mason se ha convertido en un muchacho inteligent­e y sensible, y comparte una puesta de sol con una chica. «Sabes eso que se dice de capturar el momento… –le dice ella, emocionada–. Empiezo a pensar que es al revés, que el momento nos captura a nosotros». Esta escena tiene mucho que ver con la filosofía del ichigo-ichie. Podemos concluir que, así como las embarazada­s descubren vientres abultados en todas partes, cuando nos convertimo­s en cazadores de momentos, todo acaba siendo único y sublime porque tenemos el privilegio de saber que lo que estamos viviendo ahora mismo no se repetirá nunca más.

SIENDO c azadores DE MOMENTOS TODO SE VUELVE SUBLIME

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• 112 pág.
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ICHIGO ICHIE Aguilar, 2019 • 112 pág. • 16,90 €

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