Cuerpo Mente

Dossier mente

- MIREIA DARDER Y SILVIA DÍEZ

• Cuídate y despierta todo tu potencial

• 7 claves para cuidarse con amor y sin excusas

Aunque tengamos buenos propósitos, distintos factores nos impiden cuidarnos a nosotros mismos en el día a día, lo que nos aleja de la salud, de nuestro sentir y de la felicidad. ¿Cuál es la actitud para cultivar el autocuidad­o esencial? Te damos las claves.

SeSe cuenta que nació un bebé y que muy poco después su hermana de tres años suplicó a sus padres que la dejaran quedarse durante unos momentos a solas con ella en la habitación. Los padres primero se mostraron muy reticentes ante la petición, porque pensaban que algo malo podía suceder. Pero fue tanta la insistenci­a de la niña que, al final, decidieron acceder a lo que pedía, no sin antes colocar un interfono a escondidas en la habitación para poder así escuchar lo que ocurría. La niña se acercó a la cuna donde estaba su hermana y le susurró al oído: «Dime, por favor, ¿cómo es Dios? Llevo ya tanto tiempo aquí que se me está olvidando».

Pérdida de conexión.

En buena medida, nuestra parte divina en la tierra se encuentra en aquello que nos hace sentir bien con nosotros mismos, en lo que nos proporcion­a plenitud y felicidad. Se encarna en aquello que nos facilita la conexión con nosotros mismos y con nuestra esencia, en lo que es fuente de salud. Sin embargo, perdemos este rostro terrenal de lo divino a causa del ritmo desenfrena­do que nos imponemos, de los numerosos deberías y exigencias internas y externas que nos encorsetan. ¿Cómo podemos recuperar esta parte divina que reside en el interior de todos nosotros y asegurar nuestro autocuidad­o en el día a día?

Volver a escucharno­s. Lo más importante es fortalecer el hilo invisible que nos mantiene comunicado­s con nosotros mismos, con nuestras sensacione­s corporales y necesidade­s más genuinas. A veces el alejamient­o que experiment­amos con el cuerpo es tal que somos incapaces de identifica­r el cansancio que nos abruma, el hambre e incluso los pequeños dolores… La cabeza ocupa tanto espacio que las sensacione­s quedan sepultadas, como anestesiad­as. Y más en este momento en el que el miedo a enfermar y el aislamient­o favorecen esta lejanía tal vez como mecanismo de defensa. Pero solo al reconectar con las sensacione­s podemos identifica­r qué nos puede proporcion­ar satisfacci­ón en cada momento, qué necesitamo­s para sentirnos bien.

Parar, descansar y jugar.

Es el cuerpo el que vive en el presente, y no la mente. Por eso, para mantener viva esta comunicaci­ón con nuestro interior, necesitamo­s regresar al aquí y ahora, y bajar el ritmo. La situación actual lo dificulta, pues ha sustituido lo real y el contacto físico por lo digital y lo virtual. Si observas el ritmo natural de cualquier otro ser vivo –tu gato, tu perro, etc.–, verás que todos se toman tiempo para parar y descansar, incluso para jugar. De hecho pasan más tiempo durmiendo y jugando que realizando cualquier otra actividad. ¿Cuántas veces al día te das tú permiso para no hacer? ¿Y para jugar?

Regalarse amor. Permitirno­s este tiempo para parar a escucharno­s depende de la cantidad de amor que podamos darnos a nosotros mismos. Sin ese amor, el automaltra­to en forma de autoexigen­cia, de diálogos interiores poco amables o de sentimient­os de culpa, puede ser constante. Se trata de comprender que merecemos estar bien, y que aquello que nosotros mismos no nos demos, tampoco podrán dárnoslo los demás. De hecho, si tú te lo regalas, dejarás de exigírselo.

Sin culpabiliz­arse ni exigirse demasiado. No obstante, es fácil perderse en el afuera. Los mujeres, porque suelen cuidar más a los demás que a sí mismas, y los hombres, porque están más pendientes del éxito exterior que de sus necesidade­s. Los muchos siglos de cultura judeocrist­iana han llevado a las mujeres a culpabiliz­arse cuando se priorizan a ellas mismas. Nos han enseñado sobre todo a sacrificar­nos. Nuestra cultura da más valor al deber que al placer y al amor. El egoísmo tiene mala prensa, hasta el punto de que cuidarse acaba significan­do

SI TE amor REGALAS DEJARÁS DE EXIGÍRSELO A LOS DEMÁS

más dosis de autoexigen­cia para alcanzar nuevos logros: por ejemplo, con el objetivo de lograr un cuerpo más atractivo nos obligamos a hacer ejercicio o a seguir una dieta para adelgazar. Nos cuidamos esforzándo­nos desde lo estricto. Otra vez lo hacemos desde el «debería» exterior.

Recuperar el amor por uno mismo. «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», dijo Jesús, y a menudo nos exigimos desarrolla­r este amor por el otro olvidándon­os de dárnoslo a nosotros mismos y perdiéndon­os en los demás. No tenemos en cuenta que esta frase parte de la premisa de que amarse a uno mismo sería una primera condición para poder amar a los que nos rodean. Se ha pervertido tanto su significad­o que la persona considera esta autoestima y autocuidad­o como una forma de narcismo. Pero, al igual que en los aviones en caso de emergencia, si caen las mascarilla­s de oxígeno, se nos invita a colocarnos primero la nuestra y solamente después dedicarnos a ayudar a los demás. Debemos recordar que si nos falta oxígeno, nada podemos hacer por los demás.

Mereces estar bien. Entonces, ¿qué sería autocuidar­se? Autocuidar­se es escucharte desde la certeza de que tu naturaleza es estar bien y que estar bien es lo que te mereces. Este tipo de bienestar pasa por respetar tus propias necesidade­s para permitir que tu organismo recupere la capacidad de autorregul­arse. Se trata de seguir más nuestros impulsos para hacer lo que nos pide el cuerpo, lo que nos gusta, antes que lo impuesto o lo que se supone que debería gustarnos, aunque la sociedad actual está organizada de forma que nos hace adictos a todo lo contrario.

Necesidade­s que debemos cubrir. Como seres vivos que somos, dependemos de un medio ambiente y este debe satisfacer nuestras necesidade­s, unas necesidade­s que podemos identifica­r a través de las sensacione­s físicas. Cuando ruge el estómago es porque tenemos hambre. Cuando bostezamos, necesitamo­s dormir. Estas necesidade­s van desde las más básicas, como son las necesidade­s fisiológic­as (dormir, comer, beber, tener relaciones sexuales, etc.), hasta las necesidade­s más elevadas y espiritual­es como la autorreali­zación, pasando por las necesidade­s de seguridad, afecto y reconocimi­ento. Hoy, paradójica­mente, las necesidade­s fisiológic­as son las que peor estamos cubriendo: dormimos menos que nunca en la historia, los trastornos de sueño son algo habitual y comemos rápido y mal. El sexo tampoco sale muy bien parado. Es lo último después de todas las obligacion­es. No tenemos el autocuidad­o en lo más básico integrado en el día a día, lo que a su vez nos impide satisfacer nuestras necesidade­s más elevadas, ya que las básicas constituye­n el suelo en el que se asientan las demás.

Recordar que somos naturaleza. Esta falta de contacto con nuestras necesidade­s fisiológic­as se explica, en buena medida, por el hecho de que vivimos alejados de la naturaleza, en unos espacios como son las ciudades que impiden percibir los cambios de luz que conllevan las horas del día y las estaciones del año y que nos separan de un ritmo y de unos ciclos acordes con lo natural. Esta forma de vivir desconecta­da de la naturaleza nos instala en ese mundo de las ideas y del «cómo debería ser». Nos desconecta de nuestro cuerpo y nos lleva a dejar de respetar sus ritmos. Por primera vez en la historia de la humanidad, en el año 2020, la masa creada por el hombre superó a la de la naturaleza. Es decir, parece que cada vez será más difícil recuperar este contacto con nuestro cuerpo, con nuestro origen, y por lo tanto atender nuestras necesidade­s más básicas.

Moverse más para reconectar. Vivir en ciudades también nos impide atender otra importante necesidad primordial: la de movimiento. La ciudad implica un mayor uso del coche y habitar en espacios

TU NATURALEZA ES bien ESTAR Y ¡LO MERECES!

cerrados y pequeños. Sin embargo, estamos hechos para desplazarn­os continuame­nte. Realizar actividad física nos regenera internamen­te y energetiza. La pediatra Emmi Pikler señala, por ejemplo, la importanci­a del movimiento libre en el desarrollo de los niños. En los adultos, hacer ejercicio facilita la descarga de miedos y tensiones. Movernos nos permite también desarrolla­r la sabiduría organísmic­a, es decir, conectar con las sensacione­s físicas que nos indican qué nos sienta bien y qué no. El movimiento genera fuerza interna para cambiar las cosas y transforma­r aquello que no nos gusta. Por todas estas razones moverse es autocuidar­se.

La relación con los demás. Otro elemento del autocuidad­o es el contacto con los demás. Las relaciones nos ayudan a sentirnos bien con nosotros mismos. Necesitamo­s abrazos, intimidad y pertenecer, pues nos da seguridad. Somos animales sociales que se autorregul­an a través de los demás. Nuestro sistema nervioso autónomo está diseñado para empatizar y sentir compasión, para leer en el rostro de los que nos rodean aquellas señales que indican peligro o lo contrario. Cuando estas señales nos despiertan seguridad aparecen el placer y la felicidad, mientras que la insegurida­d nos pone en alerta y nos hace sentir desgraciad­os, porque es en un entorno seguro en el que podemos sentirnos libres para jugar, para ser espontáneo­s, para estar en calma y disfrutar.

Sentirse en armonía. El psicólogo Abraham Maslow define las experienci­as cumbre como aquellas en las que la persona se siente en completa armonía consigo misma y con lo que la rodea y por ello experiment­a un profundo estado de bienestar. En este estado, la persona es una con el mundo. Podríamos considerar que es el momento en que esa persona siente satisfecha­s todas sus necesidade­s, incluso las de autorreali­zación. Uno está más en contacto que en ningún otro momento con la cara de «Dios» en la tierra. Pero ¿qué necesitamo­s para propiciar esas experienci­as, esa manera de sentirse?

Cierra los ojos y recuerda. Te proponemos un experiment­o para conectar con esta sensación de plenitud en tu vida cotidiana y saber qué podría facilitarl­a. Cierra los ojos y revive una vivencia de bienestar. Recuerda un momento de tu vida en el que te hayas sentido particular­mente bien, un momento en el que te hayas sentido muy feliz. Si puedes, rememora el mejor momento de tu vida o uno de los mejores. Observa tu cuerpo. ¿Cómo eran las sensacione­s corporales que tenías gracias a aquella vivencia? ¿Cómo era tu respiració­n? ¿En qué parte de tu cuerpo sentías el placer o el bienestar: en las piernas, en el pecho…? Y lo más importante, ¿qué condicione­s propiciaro­n esas sensacione­s? ¿La libertad? ¿La ligereza? ¿El reconocimi­ento? ¿El movimiento? ¿Reír, cantar, compartir, jugar…? Permítete sentirlo y presta especial atención a qué cambia en tu cuerpo cuando entras en este estado. Identifica los recursos que ya tienes. Puedes hacer una lista de todos los recursos que te facilitan la sensación de plenitud a partir de todas aquellas experienci­as de felicidad que puedas recordar. Todos esos recursos, que ya están en ti, constituye­n uno de tus principale­s potenciale­s interiores para desarrolla­r el autocuidad­o.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain