• Claves para cultivar la alegría • La decisión de celebrar
No siempre nos la tomamos en serio, pero la alegría es la emoción que más nos obliga a situarnos en el presente, a valorar lo que tenemos y dejarnos llevar. Te contamos cómo descubrirla incluso en lo pequeño y alimentarla en el día a día.
EnEn el 2003 el actor Jan Hammenecker se subió a un vagón del metro de Bruselas con todos sus pasajeros serios, taciturnos y medio dormidos. Jan empezó a reírse solo. Al principio nadie le hacía mucho caso, probablemente pensando que era un loco. Pero ante su persistencia, poco a poco, sin poder evitarlo, se le fue sumando gente hasta que el vagón entero acabó a carcajada limpia.
La alegría es contagiosa. Y, por suerte, no necesita una razón poderosa para manifestarse. Con este simple gesto seguro que todos los pasajeros llegaron de otra manera a sus trabajos. Si pones «Bodhisattva en el metro» en internet, encontrarás el video y podrás contagiarte.
Reír es cosa seria. No nos tomamos la alegría suficientemente en serio. En general, se asocia a la ingenuidad, a la simplicidad de carácter y al infantilismo. También parece que necesitamos justificar por qué estamos alegres. Un estudio demuestra cómo tendemos a infravalorar la alegría que despiertan los eventos cotidianos –algo que nosotros hemos aprendido bien a lo largo del último año–. Se pidió a unos estudiantes que crearan una cápsula del tiempo y que colocaran en ella cosas de su día a día, como una conversación reciente, un evento social en el que hubieran estado, sus tres canciones favoritas... Debían imaginar qué sentimientos se despertarían al abrir la cápsula tres meses después. La mayoría afirmó que no se sentiría ni sorprendido ni curioso. Sin embargo, ocurrió lo contrario: llegado el momento, todos se mostraron más ansiosos y más felices de lo que habían previsto.
Disfrutar de lo pequeño. ¿Infravaloras tú también las cosas cotidianas que te dan alegría? ¿Necesitas siempre una razón para sonreír? ¿Qué podría hacerte sonreír ahora mismo de lo que tienes a tu alrededor? Solemos estar tan ocupados, tan centrados en las obligaciones y en nosotros mismos que nos desconectamos de la alegría de vivir. Damos por sentado que necesitamos más para estar contentos. Y practicamos el culto al esfuerzo para lograrlo y progresar. Necesitamos tanto controlar y prever que olvidamos dar espacio a esta emoción que nos arraiga con la vida. Persiguiendo un ideal de felicidad no disfrutamos de lo pequeño y, al final, más nutritivo: respirar, abrazar, contemplar a nuestro hijo crecer, gozar de un rayo de sol…
Soltar la razón. Desde el primer mundo tendemos a sorprendernos o a despreciar la alegría que acompaña en muchos momentos a personas de países pobres y del Sur, que pueden llegar a bailar bajo la lluvia como una manera de sentirse felices. «¿Cómo lo consiguen?», nos preguntamos. La tradición budista nos da pistas de cómo otorgar a la alegría la importancia que merece. Nos enseña que la alegría y la felicidad surgen de dejar ir. «Por favor, siéntate y haz un inventario de tu vida. Hay cosas de las que has estado colgado que en realidad no son útiles y te privan de tu libertad. Encuentra el valor para dejarlas ir», nos aconsejaba Thich Nhat Hanh. De hecho, en países como la India, cuando se invita a las personas a respirar lo primero que hacen es exhalar. Aquí hacemos todo lo contrario: cogemos aire. Creemos que la felicidad consiste en acumular y en tener. Pero la alegría más bien prefiere la ligereza. Para cultivarla hay que aprender más a valorar lo que hay aquí y ahora y lo que ya eres.
El valor del instinto. El racionalismo que impera en nuestro día a día, y que es la base de nuestra cultura, nos ha llevado a renegar de lo natural e instintivo, del cuerpo y de las sensaciones placenteras que este nos regala a diario. Para encontrar una representación de la alegría hay que remontarse a la mitología griega: la diosa Afrodita ejemplificaba el amor y la pasión. Entonces se consideraba que esa parte animal que hay en todo ser humano también era perfecta. Afrodita se presentaba acompañada de las tres gracias: Eufrosine, Talia y Áglae.
LA ALEGRÍA felicidad Y LA SURGEN DEL DEJAR IR
Eran la encarnación del hechizo, la alegría y la belleza, aspectos todos ellos vinculados a la fertilidad de la naturaleza. Presidían banquetes, espectáculos de danza y cualquier evento alegre. Y es que la alegría requiere aparcar la razón para que las sensaciones placenteras ocupen el asiento de honor. Implica dejarse impactar por los sentidos ante la belleza de un cuerpo, un paisaje o el sabor de un alimento. Implica admirar y disfrutar del milagro de la vida sin preguntas ni juicios.
De la inspiración a la locura. Decía Platón que la alegría era como el entusiasmo que experimentan el poeta cuando se siente inspirado o el amante enamorado. Pero a partir del Renacimiento esta emoción empieza a desvalorizarse y a asociarse a la locura, a considerarse negativa por fomentar el descontrol. Posteriormente Descartes nos alertó de sus peligros. No fue hasta mucho después cuando Nietzsche reivindicó el poder de la alegría para unirnos con la vida. También los filósofos franceses contemporáneos señalan su capacidad para sacarnos de la tragedia que puede acompañar la existencia.
El placer corporal. ¿Cómo podemos recuperar ahora este vínculo con la alegría? El cuerpo es nuestro vehículo para llegar a ella. Decía el filósofo Salvador Pániker que «la felicidad es sobre todo un estado corporal». ¿Quién no ha sentido alguna vez alegría simplemente por el hecho de haber disfrutado de una buena comida o de moverse al son de una buena música? De hecho la palabra alegría deriva del vocablo latino alicer o alecris, que significa «vivo y animado». Basta mover las caderas para que empiece a bajar el volumen de nuestros pensamientos y despertar la alegría.
Reconectar con la respiración. Pero, según la psicóloga Susana Bloch, también podemos respirar de una determinada forma para conectar con esta emoción, una de las cuatro emociones básicas que tenemos. Bloch determinó qué tipo de respiración iba asociada a cada emoción. De esta manera puedes conectarte con la alegría ahora mismo: inspira breve y bruscamente a través de la nariz y exhala realizando rápidas sacudidas con la boca abierta mientras estiras los labios horizontalmente, llevando los bordes hacia arriba (como si sonrieras) y mostrando los dientes. Mantén los ojos semi-cerrados sin mirar a un punto fijo, el cuerpo muy relajado y la cabeza colgando ligeramente hacia atrás. ¿Lo has probado?
Encuéntrala en el pasado. Otra forma de recuperar la alegría es buscando recuerdos en los que te hayas sentido bien. ¿Cuáles han sido los mejores momentos de tu vida? Probablemente serán aquellos en los que hacías algo que te gustaba, como por ejemplo: estando en la naturaleza, admirando una obra de arte, sintiendo amor, escuchando música... Recuerda aquellos instantes en los que hayas sentido mayor plenitud o hayas sentido mucho disfrute. Tráelos a tu mente y recréalos como si estuvieran sucediendo ahora. Deja que tu cuerpo sienta el placer, la fuerza o la relajación de ese momento. Permítele que se mueva como necesite para recrear mejor las sensaciones agradables que tienes cuando te sientes bien. Cambia la respiración, amplíala si es necesario, deja que tu cuerpo se expanda. Ancla en tu mente y en tus sensaciones cómo eres tú cuando estás bien y rebosas plenitud. Observa cómo está presente la alegría en estos momentos y cuál es su cualidad.
Aceptar el miedo y el dolor. Estar alegre implica sobre todo darse el permiso para jugar, explorar y descubrir. La curiosidad es otra forma de alegría. Y para propiciarla es importante dejar atrás el miedo que nos contrae e impide movernos y adentrarnos en lo desconocido. La única forma de vencer el miedo es sentarlo a nuestro lado y decirle: «Aquí contigo del brazo me seguiré moviendo, seguiré jugando». Es
curiosidad LA ES OTRA FORMA DE ALEGRÍA
cuando aceptamos las partes más negativas de la vida y su dolor cuando podemos vivir con más intensidad los momentos en que estamos bien. Celebrarlos y agradecerlos es lo que nos lleva a la alegría. Somos más conscientes de que cada instante es único e irrepetible y podemos apreciarlo.
Entrena la alegría interior. Pero a veces nos preguntamos: ¿cómo encontrarla en medio del sufrimiento que muchas veces implica vivir? Esta es la pregunta que contestan Desmond Tutu y el Dalai Lama en El libro de la alegría, en el que reflexionan sobre la forma de cultivarla. Según ellos los pilares de la alegría son: perspectiva, humildad, humor, aceptación, gratitud, perdón, compasión y pensar en los demás.
• La perspectiva nos acerca a la alegría al ampliar nuestra visión anclada en el «yo» para conectarnos con un «nosotros» que va más allá de los personalismos.
• La humildad nos lleva a aceptar nuestra vulnerabilidad y nuestras limitaciones, y nos recuerda que nos necesitamos los unos a los otros. Al tomar consciencia de esta interdependencia, podemos celebrar la unión con aquellos que nos rodean.
• El humor nos ayuda a no tomarnos las cosas tan en serio, a reírnos de nosotros mismos y a ponernos a todos como iguales bajándonos del pedestal. Es muy diferente a la ironía, que suele estar llena de agresividad y nos coloca por encima.
• La aceptación nos lleva a decir sí a la vida tal y como es, tanto en el dolor como en el placer. Y también a desarrollar la flexibilidad suficiente y necesaria como para llevar a cabo cambios inherentes a la vida misma y que son necesarios para poder adaptarse a la realidad en la que vivimos.
• El perdón implica optar siempre por reaccionar pacíficamente ante las agresiones y no olvidar la humanidad de cada persona. Esto no implia que no se responda con claridad y firmeza ante los agravios.
• La gratitud nos ayuda a reconocer las bendiciones recibidas en lugar de centrarnos en las heridas y cargas que llevamos. Al agradecer todo lo recibido podemos compartir los dones y bienes obtenidos.
• La compasión significa literalmente «sufrir con…», es decir, cuando nos interesamos por el bienestar de los demás se despierta nuestra alegría. Tanto la generosidad generosidad como la compasión están en el núcleo de todo ser humano y contribuyen a que la vida sea alegre y tenga sentido. Porque para recibir, hay que dar.
La felicidad natural. Cultivar la alegría es una práctica más espiritual de lo que nos ha hecho creer nuestra sociedad (que solía criticar a las mujeres de «vida alegre»). Es honrar una parte de lo humano que tenemos. Sin embargo, para hacerlo es necesario un punto de frivolidad y de ligereza, hemos de ser capaces de soltar la moralidad judeocristiana y los estándares de felicidad alejados de lo natural y que priorizan el tener frente al dejarse ser lo que uno es, sin más. Cultivar la alegría es jugar con la vida como el niño que vive en el presente, centrado en el aquí y el ahora. Es celebrar el mero hecho de compartir con generosidad.