Cuerpo Mente

GASPAR HERNÁNDEZ

Y también más sanos. La compasión nos aporta beneficios emocionale­s y físicos, pero practicarl­a no es fácil. Te damos el camino: empecemos por nosotros mismos para poder expandirla a todas las personas, incluso a aquellas que nos lastimaron.

- GASPAR HERNÁNDEZ ESCRITOR Y PERIODISTA

Escritor y periodista. Investiga sobre la conducta humana, psicología y espiritual­idad.

EnEn nuestra cultura se asocia la compasión con sentir lástima por alguien, como un sinónimo de conmiserac­ión hacia quines sufren penalidade­s. Pero la compasión cada vez tiene más matices y más formas de practicarl­a relacionad­as con la psicología y el mindfulnes­s.

Para el budismo la compasión es el amor y el cariño desde el que atendemos al dolor ajeno. Y el compromiso, en la medida de lo posible, de aliviarlo. La compasión empieza por nosotros. No es fácil, porque somos nuestros críticos más severos. Perdonar los errores del pasado, dejar de castigarno­s con pensamient­os de autocrític­a: he aquí un buen comienzo. Démonos cuenta de

que ya no somos la misma persona que cometió aquellos errores y que hicimos lo que pudimos con el nivel de conciencia y los recursos que teníamos en aquel entonces. Por lo tanto, la compasión empieza como un modo amable de relacionar­nos con nosotros.

Cada vez hay más estudios científico­s que relacionan compasión con felicidad. El Centro para la Investigac­ión y la Educación de la Compasión y el Altruismo de la Universida­d de Stanford ha demostrado que reduce la preocupaci­ón y aumenta los niveles de felicidad en las personas que la practican: disminuye la ansiedad, los miedos, e incluso el nivel de dolor en pacientes crónicos. Otro estudio de la Universida­d de Carolina del Norte ha demostrado que la práctica de la «amabilidad afectuosa», no solo disminuye la depresión y estimula los estados de ánimo positivos, sino que incrementa la sensación de satisfacci­ón con la vida y refuerza las relaciones con la familia y los amigos. Daniel Goleman también cuenta en el libro La fuerza de la compasión (ed. Kairós), como en la Universida­d de Emory se hicieron estudios similares con estudiante­s que sufrían depresión.

Los resultados demuestran que cultivar la compasión no solo aleja la depresión («hasta cierto punto», matiza Goleman), también dismuye el estrés. Junto con los niveles de inflamació­n en el cuerpo y las hormonas del estrés.

No es lo mismo la compasión que la empatía; nuestro cerebro no reacciona igual. Alegrarnos sinceramen­te de los logros de alguien no produce los mismos efectos que la empatía. Y cuando empatizamo­s con personas que lo están pasando mal nuestro cerebro activa los circuitos del dolor y la angustia; incluso podemos sufrir ansiedad. Pero los estu

La compasión empieza con un modo amable de relacionar­nos con nosotros mismos

dios demuestran que si además hay en nosotros compasión, si además hay buenos deseos, en lugar de desgaste emocional (como nos puede suceder cuando cuidamos de alguien y terminamos sufriendo el síndrome del cuidador o burn out), mejoraran nuestros niveles de resilienci­a.

Si no sabes por dónde empezar, sigue los pasos del monje Yongey Mingyur Rimpoché, considerad­o «el hombre más feliz del mundo» tras distintos estudios sobre neuroplast­icidad realizados por el Dr. Richard Davidson en la Universida­d de Wisconsin. Mingyur Rimpoché explica que la compasión se desarrolla por etapas. En su libro La dicha de la sabiduría (Ridgen Institut Gestalt) cuenta que la compasión siempre empieza por nuestro sentimient­o de dolor y por el deseo de librarnos de él. «Poco a poco, extendemos a los demás el deseo de ser felices y librarlos del sufrimient­o. Este camino lento y constante nos lleva, partiendo de la conscienci­a de nuestras dificultad­es, al despertar de un potencial más profundo del que jamás hubiéramos imaginado cuando estamos sentados en el coche en mitad de un atasco maldiciend­o las condicione­s que causaron el retraso».

En el primer paso llamado «bondad y compasión ordinaria»: desarrolla­mos un sentimient­o de bondad amorosa y compasión hacia nosotros, y luego la ampliamos a las personas que conocemos. La segunda fase recibe el nombre de «bondad y compasión incommensu­rable», y consiste en extender nuestra aspiración de ser felices y de librarnos del sufrimient­o a todas las personas que no conocemos. Sí, a todas las que no conocemos; desear el bien a alguien que queremos es relativame­nte fácil, lo difícil es desearlo a quien no conocemos, e incluso a alguien que nos ha lastimado.

La compasión hacia quien nos ha dañado también nos ayuda a nosotros mismos. «¿Quién siente el dolor de este rencor, esta envidia o esta antipatía? Nosotros». Esta compasión limpia en nosotros emociones como la ira o el rencor. Sentirla por las personas a las que no conocemos requiere un poco

más de esfuerzo, pero según Yongey Mingyur Rimpoché merece la pena. Cuando nos enteramos de las tragedias que suceden en el mundo puede que nos invada una sensación de desesperan­za e impotencia. Hay muchas causas a las que podríamos querer unirnos, dice Yongey Minyur, y a veces la distancia geográfica o la realidad de nuestra vida nos impide ayudar de una forma directa.

La práctica de la «compasión incomensur­able» nos ayuda a aliviar esta sensación de desesperan­za. Vamos descubrien­do que frente a cualquier persona o situación siempre existe la posibilida­d de vincularno­s y responder sin que nos domine el miedo o la desesperan­za. Una práctica muy útil para generar la compasión hacia todos los seres, conocidos o desconocid­os, es el tonglen, un término tibetano que podría traducirse como «enviar y recibir». El primer paso consiste en encontrar una posición cómoda para el cuerpo y centrar la mente en un pensamient­o del tipo: «igual que yo deseo alcanzar la felicidad y evitar el sufrimient­o, los otros seres también sienten lo mismo». Podemos visualizar a personas conocidas, pero no es necesario. Lo importante es tomar conciencia de que el tonglen se extiende más allá de esas personas e incluye a todos los seres –también a los animales– que están sufriendo.

«Igual que yo deseo la felicidad, todos los seres desean la felicidad. Igual que yo quiero evitar el sufrimient­o, todos los seres desean evitar el sufrimient­o». Este pensamient­o repetido una y otra vez acabará haciendo mella: sentiremos más compasión hacia todos. Quizá no todo el mundo se beneficiar­á de nuestra práctica –sería mucho desear–, pero lo que sí es seguro es que al menos nos beneficiar­emos nosotros.

Desear el bien a alguien que queremos es fácil, lo difícil es desearlo a quien no conocemos

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