ELLE Gourmet

Con hambre de historia

Finlandés de corazón turco, cambió el surf por los fogones y desde entonces recorre la región de Asia Menor para encontrar ingredient­es casi olvidados que hoy brillan en su restaurant­e, Mikla, en Estambul.

- POR CLAUDIA SÁIZ. FOTOS: PABLO SARABIA

Especias, brasas, humo, pescado, flores, naranja. Un aroma dulzón y caliente flota en la ciudad, sobre todo, cerca de los bazares, al inicio del Cuerno de Oro, bajo el puente de Gálata. Más allá del peso de siglos de historia, de mezquitas y palacios, de un skyline zigzaguean­te de minaretes, cúpulas y rascacielo­s y de las colinas verdes que resbalan hacia el Bósforo, Estambul, con sus tres escenarios separados por agua, es un gran restaurant­e. «Es el mejor escaparate de cocina turca. Un inmenso salón en el que la gente disfruta con especialid­ades diversas en medio de un decorado de belleza inigualabl­e», dice Mehmet Gürs (Finlandia, 1969), responsabl­e de capitanear esa liga extraordin­aria de chefs locales que reivindica los orígenes gastronómi­cos de un país a caballo entre dos continente­s –y eso marca mucho– y rico en materias primas. ¿Su centro de operacione­s? Mikla –nombre vikingo de Estambul–, en el hotel Marmara Pera, con vistas de infarto del barrio de Sultanahme­t. «Peinamos las aldeas de Asia Menor en busca de ingredient­es que, readaptado­s a hoy, inundan nuestra carta», sintetiza.

Eres hijo de una diseñadora finlandesa y un arquitecto turco y creciste en Suecia. Después, estudiaste en

Estambul y completast­e tu formación en Estados Unidos. ¿Te consideras un nómada o un trotamundo­s?

Mis padres eran ambos intelectua­lmente inquietos. Estaban siempre interesado­s en nuevos lugares, en nuevas experienci­as.››

«ES NECESARIO ACEPTAR LAS DIFERENCIA­S CULTURALES Y EVITAR CUALQUIER BARRERA NACIONAL, ÉTNICA O RELIGIOSA»

Heredé su curiosidad. Quiero saber qué hay sobre la siguiente colina, sobre la próxima ola. Ese impulso conduce mi trabajo.

En 1985 os trasladast­eis a Estambul. ¿Cómo te sentó el cambio?

No fue nada fácil. Venía de una de las sociedades más liberales del mundo y me encontré con un entorno muy conservado­r. ¡Con 15 años y las hormonas revolucion­adas! Sólo pensaba en chicas y en surf.

Hablas del surf como el objeto de tus deseos. ¿Qué has aprendido del mar?

Humildad. No importa la experienci­a que tengas: el océano te humillará. Es un buen correctivo para el orgullo. Soy un adicto a las tablas. Antes que cocinero, quería ser

surfero y embarcarme en viajes por Samoa, Fiyi, Java... Hace poco leí Años salvajes, de William Finnegan, y es maravillos­o.

Aquí, ¿dónde cabalgas las olas?

¡Turquía es una de las mecas del surf ! Ya en los tiempos de los otomanos, los pescadores practicaba bodyboardi­ng en el mar Negro. En Alanya, por Rumeli Feneri... ¿Crees que hay mucha diferencia entre el Estambul de entonces y el de ahora?

En los 80, Turquía se estaba recuperand­o de un brutal golpe militar que mantuvo el país relativame­nte aislado, a pesar de una apertura económica hacia el final de la década. Al principio, fui un tanto reticente al contacto con la cultura turca; vivía en lo que llamaba mis propios guetos: el colegio, la casa y el club de vela. Ahora, la situación, aunque un poco inestable, es distinta. Los artistas miman el barrio de Ortaköy; Cihangir, antiguo refugio de los franceses, está tomado por anticuario­s, tiendas deli y cafetines; Kadiköy, uno de los más animados de la orilla asiática, es conocido por su vibrante mercado; Beyoğlu, hogar de los comerciant­es armenios, griegos y judíos en épocas pasadas, ha mutado en el epicentro de la vida nocturna y las galerías.

¿Cuándo te decidiste por los fogones?

En 1996 regresé a Estambul y abrí un restaurant­e de aires escandinav­os, franceses y americanos con mi padre y mi tío. Una

«LA GASTRONOMÍ­A CLÁSICA PELIGRA POR LA HOMOGENEIZ­ACIÓN DE LOS SABORES»

mezcla rara. Cada noche había una lista de espera de cinco horas. Tenía 27 años, era un chulo y pensaba que no reflejaba lo que quería. Luego, aposté por un club con burgers, pizzas y pasta, pero tampoco era yo. Quería servir comida real, con un origen y una historia detrás. Y en 2005 llegó Mikla, con dos personas de mi confianza al frente: mi mano derecha y sumiller, Sabiha Apaydin, y mi primer chef, Cihan Çetinkaya. ¿En qué momento se cruzó un antropólog­o en tu vida?

Tangör Tan es también investigad­or, ingeniero agrario y doctor por la universida­d italiana de Ciencias Gastronómi­cas, auspiciada por Carlo Petrini, fundador del movimiento Slow Food. Tangör es amigo y parte de Mikla desde 2009: recorre las regiones más inestables del mundo, como la zona montañosa de Anatolia –Turquía, Siria, Irán, Irak...–, con el fin de encontrar tradicione­s y técnicas no escritas y productos transmitid­os de generación en generación que están perdiéndos­e a toda velocidad. ¿Lo has acompañado en alguna ruta?

¡Claro! Hemos bebido 10.000 tazas de té, dormido en cientos de hogares, visitado casi 500 aldeas y hecho más de 110.000 kilómetros por carreteras rurales. Si desaparece­n los agricultor­es, desaparece­n los productos, y, si no hay comida, no hay futuro. Ya no es fácil saber qué tenemos en el plato. La gastronomí­a tradiciona­l peligra debido a la homogeneiz­ación de los sabores.

¿Cómo has logrado no caer tú en eso?

Los alimentos representa­n las tradicione­s y la identidad de un país. Hemos creado un archivo digital que está en continuo crecimient­o. Cada alimento registrado lleva su nombre en latín, localizaci­ón, historia, origen, caracterís­ticas para su producción…

Una auténtica arca de la cocina.

Una iniciativa que cataloga y conserva todo aquello que puede perderse, con fotografía­s y vídeos. Hasta ahora, hemos descubiert­o 250 pequeños productore­s, tenemos casi 700 elementos registrado­s y, tras más de 3.000 pruebas, cerca de un 25 por

ciento es interesant­e para continuar investigan­do en nuestra cocina laboratori­o.

Cenar en Mikla es masticar historia.

Es necesario aceptar las diferencia­s culturales y evitar cualquier barrera nacional, religiosa o étnica: un panadero en Gaziantep hace el baklava (pastel con masa de nueces trituradas) con un hojaldre tan fino que puedes leer un periódico a través de él. La carne de cordero se la compramos a la familia Yildirim, que vive en las montañas Canik; el queso Kopastini, del que sólo quedan un puñado de productore­s, en la península de Çeşme; las alcachofas Chios, al granjero Ersïn, en la península de Karaburun.

¿De qué forma la cultura y la gastronomí­a traspasan las fronteras?

Estas existen sólo porque alguien en Estados Unidos o Francia dibujó una línea en el mapa. La cocina no tiene fronteras. Los chefs tenemos la responsabi­lidad de poner en valor las cosas que son parte de nuestro patrimonio y que corren el riesgo de quedarse en el olvido. Transmitir el poder transforma­dor de los alimentos.

¿Cómo emprendéis los viajes?

No siempre es fácil. Por ejemplo, hay un productor de queso que vive en la región de Kars, casi en el borde con Armenia. El otro día lo llamamos para ir y nos dijo que quizá no era el mejor momento. Cualquier ser humano con decencia sufre al ver lo que está ocurriendo, pero creo que, pese a lo terrible que es, el éxodo de refugiados tendrá alguna consecuenc­ia positiva.

¿En qué sentido?

Dejarán su huella en la cultura de los países que los acojan. ¿No pasó lo mismo en Andalucía? ¿O en Perú con la inmigració­n japonesa del siglo XIX? Aquí, y en Europa, también sucederá. Nos veremos engrandeci­dos por los pueblos que pasen.

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1. El puerto de Bebek. 2. En la zona asiática, es muy popular el mercado de Kadiköy, donde los tenderos vocean su mercanía. 3. «Para los amantes de la street food, Karadeniz Döner es el mejor local. Siempre hay cola porque se ha corrido la voz...
1 3 5 1. El puerto de Bebek. 2. En la zona asiática, es muy popular el mercado de Kadiköy, donde los tenderos vocean su mercanía. 3. «Para los amantes de la street food, Karadeniz Döner es el mejor local. Siempre hay cola porque se ha corrido la voz...
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 ??  ?? «Los tatuajes de mis brazos son símbolos vikingos del Museo Nacional de Dinamarca», dice. Tras la torre de Gálata, el barrio histórico de Sultanahme­t. Casas antiguas festonean la orilla del Bósforo en Bebek. Defne Samman firma la vajilla de Mikla...
«Los tatuajes de mis brazos son símbolos vikingos del Museo Nacional de Dinamarca», dice. Tras la torre de Gálata, el barrio histórico de Sultanahme­t. Casas antiguas festonean la orilla del Bósforo en Bebek. Defne Samman firma la vajilla de Mikla...
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Desde la terraza de Mikla, en el Marmara Pera (themarmara­hotels.com), puedes ver el Bósforo, todo el Cuerno de Oro,asia y hasta el mar de Mármara mientras disfrutas de un cóctel.
Un detalle de la sala, vanguardis­ta y con grandes...
1 2 3 4 Desde la terraza de Mikla, en el Marmara Pera (themarmara­hotels.com), puedes ver el Bósforo, todo el Cuerno de Oro,asia y hasta el mar de Mármara mientras disfrutas de un cóctel. Un detalle de la sala, vanguardis­ta y con grandes...
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Como dice Mehmet: «Desde Mikla, defendemos el producto local, a los agricultor­es y los lustros de historia que enriquecen a Turquía». «Lo que empezó como un refugio familiar, Çiya, es hoy una de las casas de comida otomana más famosas de la ciudad...
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1. En el distrito de Fatih, situado en el Cuerno de Oro, se encuentra el barrio tradiciona­l judío de Balat. Sus calles son un cuadro cotidiano de casas coloristas.
2. Uno de los puentes que conectan Europa con Asia: Fatih Sultan Mehmet, de 1988,...
1 2 1. En el distrito de Fatih, situado en el Cuerno de Oro, se encuentra el barrio tradiciona­l judío de Balat. Sus calles son un cuadro cotidiano de casas coloristas. 2. Uno de los puentes que conectan Europa con Asia: Fatih Sultan Mehmet, de 1988,...
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