Lorenzo Castillo y la creatividad festiva.
La Navidad solía inspirarme emociones contrapuestas. ¿Quién no ha sentido cierta contrariedad por la obligación de celebrar y, a la vez, la fascinación que producen estos días tan mágicos? Sin embargo, hace ya unos años, cuando descubrí que era el momento perfecto para lucir mis grandes virtudes, decidí cambiar de estrategia. Así, esta época empezó a despertar en mí los instintos creativos mas arriesgados. Y, como no podía ser de otro modo, empecé por la decoración. En concreto, por la de mi casa de Madrid, que da mucho juego. Lo primero que afronté fue la compra del mayor abeto que encontré en Bergdorf Goodman, en Nueva York, y todos los colgantes en plata, rosa y verde, con formas de libélulas, pájaros, estrellas y animales mitológicos. El éxito fue tal que el engalanamiento del árbol se ha convertido en un reto cada diciembre, y vamos cambiando el tema según lo que nos inspire. En 2017 fue la porcelana china, y las bolas las pintó a mano mi hermano Santiago, de acuerdo con el modelo Blue and White del siglo XVIII.
El nacimiento es otro campo importante de brillo para mí, y, desde luego, resulta esencial para no olvidar el verdadero sentido de la celebración. Me gusta montarlo al estilo napolitano, con ruinas, montañas verdes y fguras antiguas de barro murcianas.
Y, ya en un terreno mas frívolo, está la mesa, una de mis mayores afciones. Me vuelvo loco combinando vajillas y plata antiguas con saleros, candeleros... y cualquier tipo de piezas decorativas. Las mezclo en busca de un efecto un tanto dramático. El remate fnal son las flores, que arreglo yo mismo y con las que formo centros sencillos, casi siempre de una sola flor, de colores cálidos, como el naranja, el amarillo, el coral y el rosa. Clara, mi hermana, tiene una mano especial para escoger vasos antiguos de mármol, de porcelana o de plata, e incluso para ubicarlos.
Mi otra pasión es la gastronomía, y qué mejores fechas que estas para entregarse a ella. Me gusta comer, pero también cocinar, y parece que no se me da mal. Alfonso, mi pareja, insiste en que vaya a Masterchef, ya que, dice, los calamares en su tinta con arroz que preparo cuando estamos en nuestra casa de verano, en Ribadesella, son los más buenos que ha probado.
Los días más importantes, Nochebuena y Navidad, recibo a toda la familia: madre, hermanos, sobrinos... Preparo con mi cocinero los menús, que no son nada sofsticados, sino propuestas tradicionales. Como pavo relleno con muchos acompañamientos: puré de castañas, arándanos y lombarda con manzana. Al día siguiente, verdinas con marisco, en homenaje a Asturias; y, después, algo ligero, como ensalada de perdiz. Y siempre tengo un postre con chocolate negro, que es mi obsesión: mousse, tarta o biscuit.
Por supuesto, de beber hay sidra de Villaviciosa, que nos trae recuerdos de nuestra infancia, brindando con mi padre, asturiano de pro. No sé si serán los efectos de ese brebaje, pero terminamos cantando desde clásicos de los 80 hasta temas country de Bob Dylan, al que mi madre adora.
Como podéis ver, para no gustarme este periodo he terminado por meterme en el papel de anftrión con mucha ilusión. Brindo con todos vosotros, lectores de ELLE GOURMET, por unas festas llenas de alegría y –por qué no– de excesos, tanto decorativos como gastronómicos.