Las experiencias delic de Ana Escobar.
Sin que nos hayamos dado cuenta, ya está aquí diciembre, el último mes del año y quizá el más gastronómico de todos, ese en el que nos permitimos los mayores excesos. Reunirse y reencontrarse alrededor de una mesa mola porque la cocina nos permite conversar y compartir experiencias. De hecho, el otro día me explicó Rafael Ansón, presidente de la Real Academia de Gastronomía, que había observado una vuelta clara de la coctelería como parte del menú, es decir, una tendencia a tomar cócteles no de aperitivo o de tardeo, sino para comer o cenar. Afirmaba que la mixología nos devolverá esas bonitas sobremesas, con sus largas tertulias, que parecen estar en peligro de extinción. Aquello me pareció una buena excusa para adentrarse un poquito más en este mundo, que, efectivamente, viene pisando fuerte, como anuncian la entrada por primera vez de dos coctelerías españolas en la lista de las 50 mejores del mundo –Paradiso, en Barcelona, y Salmon Guru, en Madrid– y aperturas como las de Cola de Gallo, de Sergio Padilla –el bartender de Boca Chica, en Barcelona–, y The Pharmacy, de Elías Bentolila, en Málaga, elegida la mejor inauguración de este año en la prestigiosa y muy reñida World Class Competition.
Y, puesto que uno no debe beber sin comer, hablemos de cosas ricas. Las celebraciones de Navidad invitan a realizar un esfuerzo económico y a decantarse por productos exclusivos. Sin embargo, en ocasiones las propuestas sencillas y bien elaboradas se aprecian más. Por ejemplo, una chuletillas de cordero de raza churra asadas al sarmiento, algo muy típico en Castilla León, donde un bodeguero, ante mi comentario de «son como pipas», contestó: «Son los percebes del interior». No le faltaba razón. Claro que o dispones de una buena chimenea para las brasas –lo que no es habitual en las ciudades– o el tema resulta impensable. El caso es que el otro día, en Moraira (Alicante), invitada a la séptima edición de la Gourmet Race (la primera regata donde se cocina en alta mar), di con la solución; se trata de las barbacoas de origen holandés Ofyr, que ya han llegado a España: son de acero y superbonitas y permiten trabajar al aire libre incluso en los meses más fríos, pues el brasero, en forma de cono, irradia el calor y crea un ambiente muy acogedor y calentito.
Yo este año tengo antojo de bogavante. No me acuerdo de la última vez que lo tomé, pero seguro que ha pasado demasiado tiempo. Es un producto que prácticamente ha desaparecido de las cartas de los restaurantes, aunque me da en la nariz que está dispuesto a reaparecer. De entrada, en Madrid ha abierto el restaurante Lobsterie: me muero por ir a probar su Lobster roll de bogavante azul nacional y pan de brioche, que tiene pintón. Es más, me gustaría intentarlo en casa. Ya me veo en mi jardincito, alrededor del fuego, mientras preparo unos bogavantes a la brasa y recibo a mis invitados con una amplísima sonrisa. ¡Ideal!
Por cierto, durante mi estancia en Moraira me alojé en el hotel boutique Lasort, el cual recomiendo encarecidamente. Está pegadito al puerto deportivo, que es de cuento. ¡Ay!, ya lo he dicho... ¡Me pidieron que guardara el secreto!
LA ‘MIXOLOGÍA’, CON SUS
LARGAS TERTULIAS, SE SUBE A LA MESA COMO PARTE DEL MENÚ, MÁS ALLÁ DEL APERITIVO