DEVORANDO LEÓN
Invadimos el reino de las tapas excelentes, el producto exquisito y las dulces tentaciones. Ha llegado la hora de recorrer esta tranquila y sabrosa ciudad.
Nos perdemos por el barrio Húmedo en busca de la mejor tapa del reino.
No hay duda. León es una de esas ciudades encantadoramente serenas. Con mañanas (y más de una tarde) consagradas al paseo tranquilo. Plazas (como la del Grano) con el suficiente atractivo como para permitirse que la inevitable impaciencia se tome unas horas –y hasta días– de respiro. La hora del aperitivo (que quizá se prolongue algo más de las debido) convertida en un esperado ritual. Gente que camina sin querer ambicionar lo extraordinario, convencida de que ya tiene bastante conseguido. Vecinos siempre dispuestos a detenerse para entregarse al placer de conversar contigo. Una ciudad que ha decidido, conscientemente, no seguir los caminos que impone el turismo masivo, porque no se buscan cifras de visitantes que rompan continuamente récords. Una urbe que ni de lejos se plantea renunciar a su rutina, a su esencia. Sí, hace alarde de una vida tranquila, que parece no haber trastocado demasiado ese AVE que, desde tres años atrás, llega hasta aquí.
León acumula los monumentos precisos y necesariamente dispares: restos de su muralla medieval, el románico de la basílica de San Isidoro, el gótico de su increíble catedral, el renacentista palacio de los Guzmanes, el modernismo de la casa Botines... De esta forma, pone fácil entender su rica historia y te ahorra la –impotente– sensación de que seguro que vas a perderte algo. Pero, además, posee edificios vanguardistas suficientes como para dejar claro que no se queda anclada en el pasado (al listado se incorporó recientemente el Palacio de Congresos y Exposiciones, diseñado por Dominique Perrault). Y, no, León no tiene mil caras con las que despistarte: en ella la honestidad –también visible en su trazado– parece la norma.
Hace un año, cuando fue designada capital gastronómica, nadie se extrañó. Era más que obvio que alguna vez acabaría siéndolo, cosa que podría haber ocurrido mucho antes y que merece repetir en cualquier momento. Hablamos de la localidad con más bares por cada mil habitantes del país (aunque siempre lo has pensado, tu ciudad no encabeza la lista). Aparte, no son muchas las provincias capaces de reunir tanta y tan buena materia prima: dieciséis etiquetas de calidad –algo inédito en España– dan buena cuenta de dos denominaciones de origen vinícolas y de productos como manzana reineta, castaña, pera conferencia, cereza, botillo, pimiento asado (todos ellos del Bierzo), más pimiento (de Fresno-benavente), alubia de La Bañeza, queso de Valdeón, cecina, lenteja... Estos tesoros –y otros– se degustan (y venden) en las tiendas foodie de la capital, en sus restaurantes, en el tradicional mercado de los sábados en la plaza Mayor... y en las pastelerías, que, como dice Luis Díez, de Artesa Gourmet, reúnen «la riqueza dulce de la provincia»: yemas de La Bañeza, virutas de Sabero, pastas de mantequilla de la zona de Riaño, nicanores de Boñar, mantecadas de Astorga... Precisamente, en esta última localidad se concentraron en el pasado ocho fábricas de chocolate. No hay que olvidar que los pasteleros leoneses presumen de estar entre los mejores de España (con el permiso de los asturianos, por supuesto).
DE BARRIO EN BARRIO
Aquí, el mundo se divide en dos, y lo oirás –y comprobarás– nada más pisar la ciudad. Y es que su arteria principal, la calle Ancha, separa los barrios en los que se despliega la vida de la ciudad: elhúmedo -el de siempre, muy popular y, sí, algo más turístico- y el Romántico,
››donde se acumula una oferta gastronómica particularmente cuidada y que crece sin prisa pero sin pausa. Cambia el escenario, aunque se mantiene el guión, porque en ambos rincones las auténticas protagonistas son sus increíbles y generosas tapas gratis (sí, gratis, y, sí, buenas), una costumbre que se traslada incluso al desayuno. Se han convertido en el reclamo perfecto de León y en el mejor recurso para comprobar cómo la mayoría de los residentes concibe su tiempo de ocio y su relación con los otros. Uno de los ya clásicos referentes a la hora del tapeo es Camarote Madrid (Cervantes, 8), donde, si consigues encontrar un hueco en su concurrida (por no decir abarrotada) barra, lo recomendables es intentar permanecer allí el tiempo suficiente como para probar la ensaladilla rusa, las croquetas de jamón ibérico y la cecina. La espera no se te hará larga, ya que, mientras preparan la comanda, podrás degustar (gratis, no lo olvides) su arroz o, ya en la temporada de invierno, sus deliciosas sopas de ajo o un reconfortante caldín.
LA TRADICIÓN MANDA
Son muchos los locales y turistas que en León recurren a la cocina de toda la vida como argumento, y no son pocos los que deciden reservar en Casa Mando (General Lafuente, s/n), un restaurante en el que bordan las carnes de la tierra, seleccionan con rigor los productos locales (como la lengua curada, que sirven con lascas de queso) y seducen con su cuchareo (como las Manitas a la leonesa con garbanzos pico pardal, una variedad de esta legumbre con la que se prepara el recurrente cocido maragato).
Sin embargo, hace ya cinco lustros que la gastronomía local empezó a salirse, de alguna forma, de su zona de confort, gracias a Yolanda León y Juanjo
Pérez y su proyecto Cocinandos, ubicado –hasta ahora– justo a espaldas del Musac (av. de los Reyes Leoneses, 24), aquel museo que en 2005 revolucionó la vida artística y arquitectónica de la ciudad. En pocos días la única estrella Michelin de León se trasladará a un nuevo y emblemático edificio, la casa del Peregrino, junto al convento de San Marcos, para mantener el listón de la creatividad bien alto y apostando por un menú degustación accesible (con una relación calidad precio inmejorable, 45 €, cifra que marca el techo a los restaurantes paisanos). Esta filosofía les permitirá aumentar, seguramente, su lista de espera (ahora mismo, de dos meses). Otra pareja compuesta por una Yolanda (Rojo) y un Juanjo (Losada) está dispuesta a seguir sus pasos en Pablo (av. de los Cubos, 8), proclamado este año Mejor Restaurante Leonés: en un espacio minimalista, con una iluminación deliberadamente dramática y a partir del producto local de temporada –al que le añaden una dosis de innovación–, ejecutan una propuesta de suma delicadeza.
AIRES RENOVADOS
Las nuevas generaciones reclaman aquí también su sitio. Así, cinco años atrás otro tándem se erigió en protagonista de una cocina que quiere ofrecer otras formas de pensar el continente y afrontar el contenido. David García y Mario Gómez abrieron entonces Becook (Cantareros, 2), un lugar en el que se decantaron por una cocina de espíritu urbano (que pronto vieron recompensada con un Bib Gourmand y un sol Repsol), de la que destacan su tiradito de atún, sus vieiras thai... o el homenaje a los recuerdos de infancia que rinden a través de sus postres. Poco después se separaron y Gómez arrancó con Brulé (Ramón Álvarez de la Braña, 1); allí, con el reclamo››
››de varios murales que firma el grafitero Pinche y Colorea, plantea una cocina de autor –con la brasa y el wok como aliados más relevantes– que está arrasando. Aunque, si se trata de ofrecer una carta de tapas de nivel y, de paso, un excelente menú, quien lo consigue es Javier Rodríguez, responsable de Delirios (Calle Ramón y Cajal, 5). En un cuidado establecimiento, que recupera para su decoración piezas de una antigua central térmica, los pinchos poseen personalidad propia y los platos juegan con los sabores de manera magistral, como demuestra el chef en un difícilmente superable ceviche de corvina. Caras llenas de talento, en definitiva, con una tendencia clara hacia la experimentación y a las que se suma Javier del Blanco, culpable de LAV (av. del Padre Isla, 1). Su propuesta invita a la interacción, a disfrutar de una colección de aperitivos que rebosa imaginación y a reservar un hueco para abrazar la tradición, como sucede con sus carnes (ojo al jarrete de cordero) y con el arroz con berza y botillo.
MODAS Y MODOS
Con la intención también de romper moldes, surgió hace un año y medio Macondo (Serranos, 38), un gastrobar que, aparte de rendir homenaje a Gabriel García Márquez y, de paso, moverse –con éxito notable– en el universo de Instagram, organiza actividades culturales y sesiones de DJ. Es, junto al flamante Santa Gula (plaza Mayor, 19) y a la terraza de nimú (General Lafuente, s/n) –que cuenta con unas impresionantes vistas de la ciudad y con un servicio de diez– un buen ejemplo de cómo una ciudad manejable -«un pañuelo», repiten sin complejos nuestros anfitriones– se puede lanzar en plancha a empoderar sus señas de identidad sin tener que vivir de espaldas a los modos contemporáneos.