ELLE Gourmet

Inés Ortega: cocina de madres a hijas.

- INÉS ORTEGA ESCRITORA ‘GASTRO’, PUBLICA ‘COCINAR SIN GLUTEN, SIN HUEVO Y SIN LACTOSA’ (ALIANZA EDITORIAL)

La cocina y la alimentaci­ón fueron una parte importante de mi infancia y de mi educación. Estoy inmersa en platos hechos en casa desde pequeña, platos que han conformado todos mis sentidos con intensidad­es diversas y que le han dado energía, variedad y sabores extremos a mi existencia. Es cierto también que, en estos tiempos en los que todos parecemos el conejo blanco que andaba siempre con prisa en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, he llegado a aconsejar recurrir a productos congelados (los hay muy buenos) para una quiche o una merluza con verduras como las de mi madre, Simone Ortega, que enseñó a generacion­es a cocinar.

Quizá el aroma de la felicidad se cueza en el fondo de una cacerola. Si una ha probado un bizcocho casero o una salsa de tomates de la huerta, será capaz de diferencia­r y apreciar mejor los diferentes sabores, pero también es cierto que esas sensacione­s tienen un aspecto efímero. Siempre son lo mismo y, a la vez, nunca lo son. Y acabamos preguntánd­onos si el contexto no resulta en ocasiones más importante que el propio contenido del plato.

A mi madre le agradezco el haberme hecho apreciar la cocina y el amor por las recetas caseras y, más aún, el espíritu de compartirl­as alrededor de una mesa con familiares o amigos. Eso mismo quise transmitir­le a mi hijo, y diría que lo he conseguido. Aunque debo admitir que cocinar a cuatro manos es mucho más entretenid­o con mi nuera, Marina Rivas, que pasó de ser licenciada en ADE Bilingüe a Grand Diplôme por Le Cordon Bleu. Los ratos juntas entre pucheros son fantástico­s, y, si ella aprende cosas de mí, también yo aprendo de ella. Incluso hemos escrito juntas Cocinar sin gluten, sin huevo y sin lactosa, ya disponible en las librerías.

Marina está mucho más atenta que yo a comer sano (a mí me puede el dulce, del que soy fan absoluta). Voy haciéndome mayor y creo frmemente en el relevo generacion­al. Me entusiasma la idea de que ella herede mis cacerolas (algunas, maravillos­as, son de mi madre y de mi abuela, y aún duran…). Ahora la felicidad se incrementa con la llegada de mi primer nieto, al que ya estoy deseando contarle cuentos rellenos. Esto es, cuentos a través de los cuales aprenda a alimentars­e como es debido, narrados con gestos y cambios de voces para que no resulten sosos.

Los sabores de la infancia nos persiguen durante toda la vida. Pero ¿por qué? Es una pregunta sobre la que mi madre y yo podíamos hablar durante largo rato y que venía salpicada de recuerdos de su niñez y de la mía. Por eso me producen una gran tristeza esas comidas en las que cada uno deja el móvil en la mesa y lo mira de reojo. En casa quedan apagados o lejos de la vista: nos dedicamos a conversar, que hay muchos temas interesant­es sobre los que intercambi­ar opiniones.

Resulta casi imposible ser verdaderam­ente feliz si el cuerpo no está bien nutrido y acusa la falta de ejercicio. Y yo añadiría: sin un buen rato de charla con la familia y los amigos ni de lectura diaria.

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