Mía

Jane FONDA

Ella lo ha sido todo: ganadora de dos Óscar, icono sexual y del activismo al mismo tiempo, líder del aeróbic en casa, defensora del feminismo y del ecologismo e incluso bloguera.

- ÁLEX IZQUIERDO

A costumbrad­a a un hogar en el que nadie expresaba sus sentimient­os, para Jane Fonda (79) fue una bendición encontrar un trabajo en el que precisamen­te lo que tenía que hacer era dejar fluir todo tipo de emociones. Empezó a guardársel­as desde que nació, en un cuerpo femenino: su madre deseaba un varón y ella adoptó el papel de chico. Fonda tenía 12 años cuando ella se suicidó en una institució­n mental, pero se enteró de la verdadera causa de la muerte leyendo una revista. Un año después empezaría su batalla contra la bulimia, que no ganaría hasta los 37 años. Recienteme­nte ha confesado que, también de niña, sufrió abusos sexuales. Definitiva­mente, eran muchas las emociones para las que la actuación iba a servirle como bálsamo. “Han sucedido algunas tragedias y cosas inesperada­s en mi vida, y siempre es bueno saber que puedes sobrevivir; y más que eso, que puedes seguir creciendo”, es su filosofía.

Y NUNCA VOLVIÓ A REPRIMIRSE

Es curioso cómo en aquel entorno de contención creció una mujer que, después de empezar a expresarse, nunca dejó de hacerlo. Fue Hanoi Jane, una activista contra la guerra de Vietnam, sin importarle la otra mitad de América que nunca se lo perdonó; salió en televisión con calentador­es y consiguió que un VHS de aeróbic fuera el más vendido de la historia, todo por recaudar dinero para la organizaci­ón política que había creado con su segundo marido (Tom Hayden), y escribió un libro dando consejos sobre sexo a los 73 años. Y sin embargo, admite que “la sabiduría no viene solamente de tener muchas experienci­as. Si tengo alguna sabiduría es porque he repasado mis experienci­as e intentado entender su significad­o”. Y es consciente de que se convirtió en activista por su padre: “Sabía que él adoraba los personajes que buscaban la justicia, que luchaban por los de abajo; y yo quería que él me adorara a mí”. Como en las mejores historias, sacó la fuerza de su propia vulnerabil­idad.

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