Ara Malikian “LOS REFUGIADOS NO SON DELINCUENTES, NO SON GENTE QUE VIENE A POR LOS DE OCCIDENTE”
Comenzamos hablando del sueño, pero no de aquel deseo de convertirse en virtuoso del violín que mantuvo de niño, sino de algo mucho más prosaico, de dormir a pierna suelta, de descansar tras un día de intenso trabajo; es lo que tiene haber sido elegido para probar un colchón inteligente. De esta manera nos enteramos de que Ara Malikian duerme generalmente bien pero que tiene que estar cansado para irse a la cama y que lo único que le quita el sueño es el estrés “igual que a media humanidad”. ¿En qué momento te diste cuenta de que eras un artista?
ARA MALIKIAN: Bastante tarde porque durante muchos años estuve muy preocupado por la técnica, por la perfección con el violín, pensaba que lo demás era secundario. Las academias y los profesores me hablaban de que uno hace música para sí mismo, para su propio concepto, luego me di cuenta de que era al revés, aprendí que
hacía música para mí, pero especialmente para compartirla con los demás. ¿Qué relación tienes con tu violín?
Sigo pensando que es un trozo de madera, es mi instrumento, no lo humanizo, no hablo con él. Lo que pasa es que respeto mucho a mi violín porque gracias a él tengo la vida que tengo. Un violinista profesional como tú, ¿cómo define la música?
La música es el masaje del alma. El efecto que hace en el ser humano es mucho más importante de lo que pensamos. Para mí es sinónimo de felicidad.
Pero por tu biografía sabemos que tu padre te obligaba a tocar el violín hasta que se te saltaban las lágrimas. Sí, mi padre era muy severo. Eso con mi propio hijo no lo podría hacer.
¿Y qué haces para que el pequeño Kairo, de 3 años, ame la música como tú?
Le gusta pero me cuesta obligarle a que coja el violín. Tiene facilidad pero no rigor.
“Quise triunfar en el mundo de la música clásica. Me ponía el disfraz de estirado, de arrogante, y no me salía”.
Pelo largo, pantalones de cuero. ¿Por tu
look de roquero te ha costado que te tomaran más en serio? Hay quien no me ha tomado en serio, pero para mí lo importante es que después de un tiempo me he descubierto a mí mismo y ahora soy feliz. Hubo una época en la que quería triunfar en el mundo de la música clásica, quería ser como ellos, me ponía el disfraz de estirado, de arrogante y no me salía, era algo que no sentía en mi piel, y ellos no me aceptaban. En el momento en el que me di cuenta de que eso no era lo que quería, empecé a ser feliz. Se me cerraron puertas pero se me abrieron otras mucho más grandes que el pequeño mundo de la música clásica.
¿Por qué crees que ese mundo sigue siendo tan elitista? Las cosas están cambiando, se están dando cuenta de que si no se renueva y no cuida al público esto tiene fecha de caducidad. Hoy en día, los ciclos de música clásica, las orquestas o las óperas están intentando cambiar, pero como se dice en Argentina: ‘Es como remar sobre dulce de leche’, cuesta más, pero se está intentando. Yo he encontrado otro camino, aprovecho las tecnologías que tenemos hoy en día y creo que está funcionando bastante bien.
¿Qué opinas de los puristas que te critican diciendo que no eres el prototipo de violinista? Son puntos de vista, yo los respeto aunque no estoy de acuerdo. Ellos tienen su gusto, me parece muy bien que disfruten de la música de una manera determinada. Mi concepto del arte es libertad, que para mí es sinónimo de que todo puede valer. Lo que me gusta es conocer otras culturas, otras maneras de tocar y hacerlo a mi manera. No quiero imitar a otros artistas, aunque los admiro; no pretendo ser un violinista clásico.
Naciste en Líbano pero tienes ascendencia armenia, ¿cómo vives los conflictos de los países árabes? ¿Entiendes lo que está ocurriendo? Se perpetran muchos crímenes por el fanatismo, por desgracia, da igual de qué lado sea. El fanatismo falta el respeto a las diferencias, al punto de vista de otros y así surgen las guerras. Creo que el conflicto de Oriente Medio nadie lo entiende, ni siquiera ellos. Lleva existiendo más de medio siglo y lo único que sé es que la población civil está cansada y que no tiene ninguna influencia para parar las guerras.
Tú que has sufrido la guerra y los bombardeos de Beirut, ¿es posible curarse de esa vivencia? Sí, se cura a través del respeto, de la sensibilidad, del arte, de la literatura, de los viajes, de conocer a otras personas con otros puntos de vista. En mi familia tuvimos, por desgracia, fallecidos por la guerra y es muy fácil odiar cuando tienes pérdidas, pero lo más importante es conocer, entenderlo y obviamente perdonar y especialmente no odiar porque no tiene sentido. Mis abuelos sufrieron el genocidio armenio en el que murieron más de un millón de personas. Ellos y mis padres tienen un odio ciego a los turcos porque perpetraron este genocidio, entiendo que lo hagan pero yo no podría odiar a los turcos, no me han hecho nada. Estoy obligado a recordar los hechos, hubo un genocidio, es algo histórico que no hay que olvidar, pero el odio lleva al odio, así que creo que hay que fomentar el amor.
¿Hay solución para los refugiados? Lo más importante, antes de todo, es sensibilizarnos de que los refugiados no son delincuentes, no son terroristas, no son gente que viene a por nosotros, los de Occidente. Son gente que ha perdido su familia, su trabajo, sus casas, de un día para otro. Como seres humanos estamos obligados a ayudarlos como se pueda.
¿Crees que la música es capaz de acabar con una guerra? No sé si tiene tanto poder, pero sí posee la capacidad de que la gente sea más respetuosa, más inteligente. Si eres una persona con acceso a la cultura no puedes matar a otros seres, un ser que tiene esta sensibilidad hacia el arte no puede participar en una guerra.
¿Qué temas componen la banda sonora de tu vida? Muchos, va por fases, no son los mismos siempre. Escucho todo tipo de música, no solo clásica, pero la que no me llega no la considero mala música quizá necesito tiempo, necesito descubrirla, tocarla.
¿Te atreverías a tocar, por ejemplo, un reguetón? El reguetón no me llega, la verdad, no es una música que me inspire, pero le tengo respeto porque soy consciente de que llega a mucha gente. Si tanta gente la escucha y le emociona, algo tendrá. Yo todavía no lo he entendido, quizá lo haga algún día.