Mara Torres “CREO QUE LA CULTURA EN ESTE PAÍS ESTÁ ASFIXIADA”
Aveces parece que el tiempo se detiene y los días se repiten una y otra vez, como pasaba en la famosa película que todos conocemos como El día de la marmota. Pero si cada uno de nosotros, sin excepción, echamos la vista atrás, podemos vislumbrar una orografía llena de valles, de simas y montañas porque lo único cierto es que el tiempo no tiene botón de stop y la vida es cambiante, aunque sea imperceptible con la mirada rutinaria con la que a veces la enfocamos. Mara Torres ha capturado ese cambio en Los días felices, una novela en la que narra la vida de un hombre, Miguel, de los 20 a los 40 años, época en la que más transformaciones acontecen en la existencia de un ser humano.
El título es positivo y prometedor, ¿ha sido a propósito? MARA TORRES: Los tres años que le he dedicado a la novela trabajé con el título El impues- to sentimental, pero al final lo cambié. Me pasó con la primera novela; trabajo con un título y cuando la he terminado, o estoy a punto de hacerlo, pasa algo y lo cambio porque el título con el que arranco a escribir no se corresponde con el resultado final. También estaba viviendo una circunstancia personal en la que necesitaba llegar a casa y que la novela me diera luz, me hablara en positivo, y me salió Los días felices.
Los personajes de la novela traspasan décadas, pasan de la juventud a la primera madurez y vamos viendo su evolución. Sabía que quería contar la historia de un personaje durante 24 horas a lo largo de diferentes momentos de su vida. Necesitaba ver qué intervalo se necesita para notar un salto y yo creo que 5 años, en esa etapa de los 20 a los 40, que da mucho juego, es muy simbólico porque es cuando cambian nuestros escenarios vitales y probablemente sentimentales. A partir de los 40 es más difícil modificarlos, seguramente estás los siguientes 20 años en la misma casa y con el mismo trabajo.
¿Cómo has mantenido la coherencia a lo largo del tiempo? Para mí era muy importante que no traicionara la realidad. Escribo un diario desde que tengo 9 años y para no equivocarme y ver si en determinado momento había teléfono fijo o móvil o con qué códigos nos manejábamos, me iba al diario y lo consultaba. Ese trabajo me ha resultado muy fácil.
Miguel, el protagonista, es un personaje masculino con una sensibilidad femenina. Creo que los sentimientos son comunes en cualquier tipo de persona, independientemente de su género. Si por la noche no te llama la persona que te gusta, estás con la misma ansiedad seas un chico o una chica.
El personaje se mueve entre hacer lo que de verdad le pide el corazón o seguir los convencionalismos sociales. Mi obsesión en todo el trabajo narrativo ha sido que el personaje fuera real teniendo en cuenta
que es bastante friki. Al escribir la novela me he dado cuenta de que escapar de los convencionalismos es difícil, pero es tan lícito huir como seguir en ellos. Miguel es a veces un poco pusilánime, dan ganas de decirle: “Espabila, tío”.
Sí, pero no todo el mundo es valiente, tampoco es un looser, un perdedor, ni un antihéroe. Su nombre, Miguel Martín, está elegido a propósito, es común como lo es el personaje. No es el típico guaperas, pero es un tío brillante y en un momento dado se convierte en cisne.
En Los días felices, como en tu primera novela, finalista del premio Planeta, hablas mucho de amor. ¿Podrías decir que es el centro de tu vida? Diría que sí y lo sé porque aunque tenga estabilidad en el campo de la amistad, en el social o laboral, si no me va bien en el amor, que me ha pasado muchas veces, no estoy feliz. En cambio, cuando estoy bien, satisfecha con el sentimiento del amor, parece que me acuesto tranquila y sonriendo, es muy curioso. Sí, para mí es el centro de la vida, y hablo del amor romántico. En mi vida siempre he rotado en torno a la búsqueda de ese amor.
¿Y ser la finalista de un premio tan importante fue suficiente? ¿Tuviste la sensación de quedarte a las puertas de la gloria o de hacerte millonaria? Puedo asegurar que no entraba en mis planes ganar un finalista del Planeta con la primera novela. Creo que hasta ahora es lo más sorprendente que me ha pasado en mi vida profesional. Probablemente, si hubiera sabido que lo iba a ganar no me hubiera presentado y nunca hubiera empezado con la frase: “La vida es una mierda”. De hecho, no me hubiera atrevido a poner palabrotas. Llevas 11 años perteneciendo al selecto club de La 2. ¿Realmente sois diferentes?
Te puedo asegurar que es un privilegio. El grupo que hacemos La 2 Noticias es cada vez más pequeño y comprometido, pero trabajamos con libertad. No es fácil ser alternativo para ninguno de nosotros, a la vista está que hemos denunciado situaciones que nos han parecido injustas, como no disfrutar de un horario que lo haga fácil al espectador. Siempre hemos estado en los márgenes que supone hacer un informativo en televisión. ¿Te sigue interesando la actualidad?
Sí, pero no me lo ponen fácil, es repetitiva. Falta pluralidad en la mirada que ofrecen casi todos los medios.
Estuviste 5 años en Hablar por hablar. ¿Cual es la historia más peregrina o entrañable que escuchaste? Tengo millones de historias. Hay una muy llamativa, la del chico del metro. Nos llamó una madre porque se había perdido su hijo que iba a educación especial. La mujer había avisado a la guardia civil, a la policía y no lo encontraban. Al chico le encantaba el metro, y nos empezó a llamar gente diciendo que le habían visto en diferentes lugares. Al final nos llamó un señor que acababa de cerrar su local en Chueca, lo había visto a la salida del metro y se lo llevó a su bar, dijo que estaban esperando a que llegara la policía para recogerle. La última llamada fue de la madre para dar las gracias. Fue extraordinario, lo encontraron los oyentes. Eso es lo que ocurre con un programa de radio cuando lo escuchan 7 de cada 10 personas.
Has hecho miles de entrevistas en tu faceta periodística, ¿hay alguna pregunta que te quedaste con ganas de hacer a un personaje? Nunca me he quedado con las ganas de hacer preguntas, ni por pudor, ni por nada. Tengo un caso muy llamativo. Entrevisté al escritor Carlos Fuentes, sabía que había perdido un hijo y le pregunté sobre este asunto muy sutilmente. Le dije: “Hay una palabra que define a los que han perdido a los padres, que es huérfano, pero no hay una palabra que define a un padre que ha perdido a un hijo”. Él se quedo pensando y dijo: “Efectivamente, no hay ninguna palabra que defina ese lugar en la vida, habría que buscarla”. En general, como soy curiosota, lo pregunto todo.