Steven Spielberg.
Acaba de presentar a la crítica su última película, Los papeles del pentágono y le han hecho la ola. El director más famoso del mundo sigue persiguiendo su sueño de gustar a todos.
S e debe estudiar la filmografía de un director interpretando su personalidad, analizando su vida? Es, cuando menos, entretenido hacerlo. “Eres como un niño, así que haz películas para niños”, le aconsejó el maestro Truffaut. Si es cierto lo que todos dicen, Spielberg siempre tendrá alma de Peter Pan. Aunque intercale sus películas ‘serias’ con las infantiles.
UN NIÑO COMO LOS DEMÁS
Steven Spielberg (71) fue un niño tímido, inseguro, delgaducho y con gafas, con cientos de fobias. A las arañas, al mar, a las serpientes, a los espacios cerrados, a hablar en público. No se le daba bien leer; y resulta que tenía dislexia, aunque esto lo descubrió al cumplir los 60. Fue, también, un niño judío que odiaba serlo: “Me avergonzaba que mi abuelo me llamase por mi nombre hebreo, Schmuel”, cuenta. Porque ser diferente provocaba que se fijasen en él -en su caso, no precisamente para bien-, cuando él solo quería ser uno más. Cuentan en el New Yorker que en su Bar Mitzvah (fiesta de maduración), se dedicó a tirar naranjas a los invitados desde el tejado.
EL CINE COMO TERAPIA
Hacer La lista de Schindler fue su manera de reconciliarse con su religión y consigo mismo; porque para él, como para tantos otros, la cámara es su redención y su terapia. Sin embargo, sostiene que en sus películas no cuenta quién es, sino “quién quiero ser”. Aunque ya no abusa de padres ausentes y hogares fracturados, hubo una época en la que el mensaje parecía claro: no importa tu origen, que seas un niño impopular, que tus padres se hayan divorciado y eso te haya marcado de por vida; lo importante es que nada es imposible, y que cualquiera puede ser especial. Su arca perdida, su huevo de dinosaurio, su particular epifanía, fue la Súper 8 que una vez, cuando tenía ocho años, su madre le regaló a su padre y que, por suerte, se le daba mucho mejor manejar que a él. Que a todos. Quizá podría haberse vengado con la superioridad y el ego de las narraciones inaccesibles, pero ese nunca fue su estilo. Al revés, prefería ser capaz de agradar a todo el mundo, ser parte del montón.